Paulina Gamus 05 de junio de 2023
«Adiós muchachos compañeros de mi vida…me toca a mi hoy
emprender la retirada».
De Carlos Gardel para Pablo Iglesias.
Las
personas de la tercera y cuarta edad, como quien les escribe, vivimos tiempos
políticos turbulentos, trágicos y otros pacíficos y hasta esperanzadores. Tenía
2 años de edad cuando comenzó la Segunda Guerra mundial y hasta los 7, cuando
concluyó con la derrota de la Alemania nazi, viví día a día la angustia de mis
padres por la persecución y extermino de judíos en Europa, lo que desde
entonces y hasta hoy conocemos como el Holocausto.
Pero ese mismo año de 1945, viví la Revolución de Octubre, la pasión de mi papá y de mi tío por los debates en la Constituyente, la elección de Rómulo Gallegos en 1947 y su derrocamiento en 1948. El asesinato de Carlos Delgado Chalbaud, en noviembre de 1950, la Junta de gobierno que lo sucedió presidida por Germán Suárez Flamerich, un civil, flanqueado por los militares Marcos Pérez Jiménez y Luis Llovera Páez, los que en verdad mandaban. Y en 1952 la elección fraudulenta de Marcos Pérez Jiménez que sería dictador de Venezuela hasta el 23 de enero de 1958. Mirando hacia atrás parece increíble que en tan pocas líneas y en apenas 17 años, se puedan resumir acontecimientos que cambiaron nuestra historia y nuestras vidas para siempre.
En
diciembre de 1958 ejercí por primera vez mi derecho al voto y votaríamos cada
cinco años cuando votar era una fiesta. Celebraban los ganadores y lloraban los
perdedores, pero el despecho duraba menos que el de Shakira por Piqué. Acción
Democrática y el Partido Social Cristiano Copei dominaban la escena política
venezolana. El bipartidismo no era exclusividad venezolana: en
Colombia Conservadores y Liberales, en los Estados Unidos Republicanos y
Demócratas. En Argentina el Partido Radical muy disminuido ante el peronismo
que podía ser desde Derecha fascista hasta Izquierda comunista. Como los
extremos se tocan, todos eran una misma cosa. Una excepción era México donde el
PRI fue desde 1930 hasta 2000, una dictadura electoral conocida como la
«dictadura perfecta».
Las
cosas parecían tan sencillas porque había partidos de Derecha, de Izquierda y
de Centro. En Venezuela no había alguno que aceptara ser de Derecha, ni
siquiera Copei que nació como tal. Todos éramos «socialistas» pero en
realidad centristas. Así hasta la llegada de la «horda invasora» como
calificaba el poeta Manuel Alfredo Rodríguez a la Causa R, embrión del chavismo
que destruyó para siempre cualquier simpatía o esperanza que pudiera generar el
término socialismo.
Recuerdo
como si lo estuviera viendo aquel mediodía de 1980 en que el expresidente
Carlos Andrés Pérez reunió al Comité Ejecutivo (CEN) de AD en un restaurante en
La Castellana para presentarnos a quien, según él, tenía el futuro político
garantizado en España. Era un Felipe González flaco, con el pelo
largo y descuidado y con los dientes irregulares. ¡Un hippie! Es conocida la
historia del «contrabando» que llevó CAP en el avión presidencial
en un viaje a Madrid: era Felipe. Ya en 1982 era presidente del Gobierno
español. Fue el artífice del fin del aislamiento y del ingreso de su
país a Europa.
Para
ese entonces los adecos nos sentíamos hermanados con el PSOE (Partido
Socialista Obrero Español) que del tinte comunista original pasó a practicar un
socialismo democrático como el de los países escandinavos. Nunca imaginé que 41
años después me iba a sentir feliz por la derrota del PSOE en las elecciones
autonómicas y municipales del domingo 28-5-2023.
Este
PSOE de Pedro Sánchez que comenzó su degeneración con el mercader José Luis
Rodríguez Zapatero, nada tiene que ver con aquel de Felipe González. En España
donde aún parecen tener sentido los conceptos y calificaciones Derecha e
Izquierda, a Pedro Sánchez le cobraron su alianza con Pablo Iglesias, líder del
partido seudo marxista Podemos, amigo fraterno y financiado
por el régimen de Nicolás Maduro.
Casi
desaparecido Iglesias del escenario político, habría que aplicar la expresión
francesa «cherchez la femme». Los dislates de su mujer Irene Montero,
ministra de la Igualdad, fueron un factor importante en la derrota. Me refiero
a los extremos de la ley del «Si es Si» y de la «Ley de
Identidad y Expresión de Género e Igualdad Social y no Discriminación, de la
Comunidad de Madrid».
El
rechazo del voto español del domingo 28 de mayo a los extremismos y a la
invasión mediante leyes en la intimidad y sexualidad de las personas, se va
extendiendo a otros países.
En
Argentina aparece con buena ubicación en las encuestas, Javier Milei con su
oposición al aborto, incluso en casos de abuso sexual, su rechazo a la
educación sexual integral en las escuelas, su apoyo a la venta libre de
armas y la negación de la existencia del calentamiento global.
En Chile José Antonio Kast, fundador del Partido Republicano y
ganador de las elecciones constituyentes, es el líder la extrema derecha
chilena y un abierto admirador de Pinochet. Varios candidatos para alcaldes en
Colombia hacen campaña declarándose «bukelistas», es decir con promesas
de acabar con la delincuencia y la violencia usando los métodos salvajes de
Nayib Bukele, de El Salvador. De Santis en los EEUU acaba de lanzar su
candidatura con un mensaje más extremo y bárbaro que cualquiera que haya
emitido Donald Trump.
Esas
son las reacciones contra lo que el filósofo francés Alain Finkielkraut llamó «la
Izquierditud europea» que ha terminado extendiéndose por el mundo: «Carmen
mata a Don José. La bella durmiente no puede ser despertada por el príncipe sin
su «Sí es sí». En ‘El lago de los cisnes’, el ave negra que representa el mal
cambia de color. En la Universidad de Cambridge, los estudiantes rechazan la celebración
del bicentenario de Beethoven por ser demasiado «pálido, masculino y rancio».
Bajo la vigilancia constante de estudiantes-chivatos, los profesores activan
avisos de peligro entre ellos: no herir la sensibilidad femenina ni homosexual,
la de los afroamericanos, nativos o musulmanes». Y así hasta el infinito el
salto que ha causado la izquierditud hacia la derechitud más
radical.
Paulina
Gamus
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