Fernando Mires 04 de junio de 2023
@FernandoMiresOl
Pensaba escribir este fin de semana un artículo sobre las
muy importantes elecciones municipales que tuvieron lugar en España. Mi
interés, sin embargo, fue desplazado rápidamente hacia los intercambios
polémicos entre los presidentes de Chile y Uruguay por un lado, y el presidente
de Brasil por otro, acerca de la inclusión de Venezuela, por nadie cuestionada,
en las cumbres latinoamericanas.
El problema -si es que lo podemos llamar así- fue provocado por el mismo Lula, al declarar no válida la narrativa que predomina sobre Venezuela, a saber, la de un gobierno autoritario, incluso autocrático, aunque de origen electoral, pero a la vez irrespetuoso con los derechos humanos y con las normas democráticas. Esa narrativa -es lo que no dice Lula- está basada sobre hechos reales, como testimonia, entre otros muchos informes, el documento elaborado por la comisión Bachelet desde la ONU (2019). De más está decir que para un presidente chileno como Gabriel Boric, aceptar la narrativa de Lula habría significado, sin mas ni menos, declarar como falsa la “narrativa” auspiciada por una ex presidente de Chile en dos periodos consecutivos: Michelle Bachelet.
La verdad, ni Boric ni Lacalle Pou pensaban poner
condiciones a Maduro ni mucho menos cuestionar una participación que
corresponde a Venezuela por derecho -podríamos decir, natural- . Las condiciones
para una eventual exclusión las puso el mismo Lula al proponer una revisión de
las opiniones que priman sobre el gobierno de Maduro. No sabemos si fue una
provocación consciente o una torpeza verbal del gobernante brasileño. Nos
inclinamos por la primera opción. Maduro y Lula mantuvieron una secreta reunión
–algo inusual según el presidente Lacalle- antes del inicio de la Conferencia.
El hecho es que fue Lula –no Boric, tampoco Lacalle– quien puso a bailar a
Maduro sobre la mesa de los invitados.
Lula, lo hemos visto continuamente, no oculta sus
intenciones por aparecer como un líder continental, un estadista a cargo de una
nación que, no sé por qué raras razones, es calificada como potencia emergente,
más aún, de una nación cuyo gobierno ha pasado a formar parte de un macro-plan
dirigido desde Beijing, elaborado en función de dos objetivos. Uno inmediato y
otro a largo plazo. El inmediato es formar un frente de naciones “no
alineadas”, bajo hegemonía china, cuyo propósito es crear una mediación en la guerra
de Rusia a Ucrania. Ese frente o “club de la paz” (en las palabras de Lula)
estaría formado por naciones como India, Sudáfrica, Irán, probablemente Arabia
Saudita, y Brasil. De acuerdo al no oculto plan chino, se trataría de construir
a largo plazo un bloque de decisión mundial alternativo al formado por las
naciones occidentales, aliadas a Estados Unidos.
¿Y que tiene que ver Maduro con esto? preguntará con
razón, el amable lector. Más que algo.
LAS RAZONES DEL PRESIDENTE LULA
Venezuela bajo Maduro puede ser considerada un aliado de
la Rusia de Putin, quien es, al mismo tiempo, un aliado económico, político y
probablemente militar de China. En breves palabras, Maduro puede ser una pieza
importante en el tablero ruso-chino. No es casualidad que Sergei Lavrov, el
brazo internacional de Putin, haya viajado a América Latina para entrevistarse
con los gobernantes de Cuba, Nicaragua, Venezuela y Brasil (abril 2023).
Los motivos del viaje no eran turísticos. Son precisamente los países que el
eje ruso-chino observa como aliados potenciales en América Latina. En ese
contexto, la Venezuela de Maduro podría llegar a ser una pieza política en el
nuevo orden mundial que sueñan Vladimir Putin, Xi Jinping y Lula, el presidente
del país latinoamericano más dependiente de China. No exageramos: China es la
principal fuente de inversión extranjera en Brasil, con una inversión acumulada
de 66.100 millones de dólares entre 2007 y 2020, según un estudio del CBCE.
También representa el 47% de toda la inversión china en los países de América
Latina.
El problema para el proyecto chino-brasilero es que,
junto a Ortega, Maduro goza de desprestigio universal. En las palabras que usan
los periodistas, un “paria”. De ahí entendemos el interés de Lula por blanquear
al gobierno de Maduro. Visto así, la narrativa que busca imponer Lula no habría
sido resultado de un acto irreflexivo o un impulso provocado por la
intemperancia, sino una jugada muy bien urdida con vista a la configuración de
una estrategia internacional en el “Sur Global” (para decirlo con la neo-lengua
del eje Moscú-Beijing). En fin, un putinista democratizado por acción y gracia
de un líder continental llamado Lula. No sabemos si fue exactamente así. Pero
las piezas encajan.
Encajan más si vinculamos lo sucedido en la cumbre de
Brasilia con el reciente comportamiento internacional de Lula. Es sabido que
desde que gobierna, Lula no ha manifestado el más mínimo asomo de simpatía por
la lucha de liberación nacional del pueblo de Ucrania. Todo lo contrario. Ha
llegado incluso a culpar a Ucrania de la invasión perpetrada por Putin. Si bien
Lula tuvo que reconocer ante la presión internacional, que la guerra de Rusia
surgió de una invasión, se ha negado a escuchar a las representaciones
oficiales ucranianas, llegando al punto de esconderse de Zelenski, cuando el
presidente ucraniano, en la cumbre del G7 en Hiroshima, solicitara
entrevistarse con su colega brasileño. Uno de los acompañantes de Lula dijo a
los periodistas: “nos pusieron una trampa”. Lula, advirtiendo la metida de pata,
agregó que no habla con Zelenski por temas de agenda. Rara expresión la de un
presidente que quiere presentarse como fundador de un “club de la paz” cuando
se niega a intercambiar palabras con una de las partes involucradas en la
guerra. Esa fue la razón por la que los gobiernos de países cuyos gobiernos se
han hecho escuchar rara vez en la arena internacional, como son los de Chile y
Uruguay, no quisieron aceptar la narrativa lulista que nos presenta a un Maduro
democrático, remarcando que esto no significaba oponerse a la participación de
Venezuela en el evento.
Decimos como Lula, “narrativa”. En efecto, si seguimos a
Lyotard, la realidad está construida por diferentes narrativas. Pero las
narrativas dependen de quien las narra y del cómo se
hacen. Hay narrativas construidas sobre opiniones y hay otras construidas sobre
hechos reales. Esa es la diferencia entre la narrativa de Lula, construida
sobre sus opiniones personales, y la de Boric-Lacalle, construida sobre la base
de hechos reales.
Probablemente los presidentes de Chile y Uruguay piensan
que es más conveniente mantener a un gobierno como el de Maduro dentro del
marco diplomático latinoamericano. Fuera de ahí, podría, junto con Cuba y
Nicaragua, intentar generar de nuevo un mamarracho anti-democrático como fue la
fenecida ALBA, fundada por Hugo Chávez.
Las asociaciones internacionales no deben ser regidas por
determinaciones ideológicas. En ese punto hay coincidencia general. La Unión
Europea es un ejemplo. Incluso, a un gobierno que se ha propuesto dinamitar
todas las resoluciones de la UE, como es el del húngaro Viktor Orban, jamás le
ha sido negado su derecho de pertenencia a la asociación. Lo mismo podría
suceder con la Venezuela de Maduro. Sin embargo, así como en la UE nadie calla
sobre la falta de libertad de opinión, de prensa, e incluso hostigamiento al
parlamento en Hungría, también los presidentes Lacalle y Boric hicieron uso del
derecho que les corresponde al oponerse al blanqueamiento de Maduro por parte
de Lula. En el caso de Lacalle-Pou, perfectamente explicable. El presidente
uruguayo pertenece a una derecha democrática y liberal opuesta radicalmente a
todas las anti-democracias, y con mayor razón a las de izquierda. Algo más
complejo es el caso de Boric.
LAS RAZONES DEL PRESIDENTE BORIC
El presidente chileno proviene de una
izquierda irredenta en donde tienen cabida todas las posiciones habidas y por
haber en el mundo izquierdista. Fracciones de esas izquierdas, sobre todo
las que controla el partido comunista, mantienen relaciones e incluso
ensalzan a los gobiernos antidemocráticos de América
Latina. Boric, en cambio, es fiel a una posición mantenida desde sus
tiempos estudiantiles. Repetidamente ha dicho: “no se puede estar en
contra de una dictadura de derecha si al mismo tiempo no se está en contra de
las dictaduras de izquierda. Los derechos humanos son universales o no son”.
De tal modo, cuando Boric lidia en contra de la
narrativa anti-democrática de Lula, lo hace también en contra de las
tendencias antidemocráticas que forman parte del Frente Amplio chileno, de
las que hacen gala algunos representantes del partido
comunista (Jadué, entre otros). Boric, evidentemente, sigue
la ruta trazada por sus antecesores de izquierda. Tanto Lagos,
directamente, tanto Bachelet, por medio del ministerio del exterior, se
pronunciaron repetidamente en contra de la violación a los derechos
humanos cometida en la Venezuela de Chávez y de Maduro. En ese
sentido Boric se encuentra en continuidad y no en ruptura
con sus antecesores de izquierda. Tanto o más necesaria si se toma en cuenta
que en Chile han surgido posiciones que, conjuntamente con el auge del
nacional-populismo de derecha encabezado por José Antonio Kast (tan similar al
franquismo ideológico del Vox español), intentan reivindicar a la dictadura de
Pinochet. De acuerdo a la encuesta CERC-MORI (mayo del 2023) un
36% de los chilenos justifica a la dictadura de Pinochet. La réplica de
Boric desde Brasilia, fue muy clara: “Augusto Pinochet fue un dictador,
esencialmente anti demócrata, cuyo gobierno mató, torturó, exilió e hizo
desaparecer a quienes pensaban distinto. Fue también corrupto y ladrón. Cobarde
hasta el final hizo todo lo que estuvo a su alcance para evadir la
justicia”. Pero también Boric debe haber comprendido que el hecho de
que Pinochet, pese a todos sus crímenes siga siendo popular en
Chile, tiene también que ver con el apoyo de sectores de
izquierda a regímenes como los de Cuba, Nicaragua, Venezuela, Rusia y
China. Efectivamente, esa izquierda es responsable de haber convertido el
concepto de dictadura en agua potable.
Con su rechazo a la narrativa de Lula, Boric intentó
marcar una línea tanto hacia el interior como al exterior de su país. En
ese intento fue unos pasos más allá que Lacalle. No solo
desmintió la falsa narrativa de Lula, además se pronunció en
contra de las sanciones impuestas desde EE UU a Venezuela. ¿Lo
hizo para equilibrar sus palabras en contra de Maduro? Puede que sí. Pero
también para distanciarse de una fracción antidemocrática de la oposición
venezolana que, bajo la conducción extremista de Guaidó,
López y también, Machado, han jugado a la carta de una
insurrección, sin tener siquiera los medios para realizarla.
Evidentemente, Boric es un fenómeno nuevo en el contexto latinoamericano.
Aunque nunca, por cierto, va a ser un líder continental. Proviene de un
país alejado del mundo, sin peso internacional y, por si fuera poco, carece de
un fuerte apoyo nacional.
EN
POLÍTICA NO HAY HERMANDADES
En el Chile de Boric se
repiten de modo asombroso las tendencias que se dieron en las
elecciones municipales de España (sobre las que pensaba
escribir): Una izquierda en retroceso, una avanzada fuerte de la derecha y de
la extrema derecha populista y un muy peligroso vacío de centro. Pero
al menos Boric ha entendido que la tarea primordial de nuestro tiempo es
defender los espacios democráticos frente a una ola autocrática que
crece y crece. Una narrativa autocrática de la que Lula, al igual que
su antecesor Bolsonaro, se han hecho parte.
Lula tampoco puede aspirar al liderazgo continental. No
es un autócrata, pero carece de una
narrativa coherentemente democrática. Sus silencios frente a la
guerra de Ucrania, su sometimiento político a los dictados que provienen de
China, sus distanciamientos frente a las democracias occidentales, lo
inhabilitan para ejercer cualquiera pretensión de
liderazgo. Frente a esa ausencia de conducción, los gobiernos
latinoamericanos se verán obligados a crear coaliciones puntuales entre sí, sean
de carácter bi-lateral, como la que se dio de modo espontáneo entre Boric
y Lacalle, sean de carácter multilateral. Esa es también la razón por
la cual, reuniones como las de Brasilia, son tan necesarias. Allí los gobiernos
pueden discutir desde sus respectivas posiciones, fijar acuerdos
y desacuerdos, unirse y dividirse, en breve, hacer política..
Al fin y al cabo, todos los pensadores de la
política, llámense Antonio Gramsci, Max Weber, Carl
Schmitt, Ernesto Laclau, Hannah Arendt, y otros, están de
acuerdo en un punto: no la unidad forzada sino la que surge de la división y
del debate, es condición de la política. Los
quejidos nostálgicos de Lula con respecto a que hoy no existe en
Latinoamérica la hermandad que había ayer, cuando volaban de lado a
lado maletines llenos de plata, están fuera de lugar. Nunca ha habido
-ni debe haber- hermandad en la política. Si la hubiera, la política y los
políticos estarían de más.
Tomado
de: https://polisfmires.blogspot.com/2023/06/fernando-mires-las-falsas-narrativas-de.html
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