Humberto García Larralde 07 de junio de 2023
Escribo
estas líneas algo consternado por la ligereza con que muchos interpretan los
resultados de las elecciones del 28 de mayo en España según referentes de la
situación venezolana. En sus versiones extremas, el presidente Pedro Sánchez,
dirigente del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), sería expresión de una
izquierda similar a la que sostiene hoy a Maduro. Peor aún, al aliarse con
nacionalistas catalanes y vascos, busca destruir a la España “única e
indivisible”. Merecidamente, fue derrotado por los amantes de la libertad. De
ahí la alineación automática con la presidente de la Comunidad Autónoma de
Madrid, Isabel Díaz Ayuso y con el partido VOX, de extrema derecha. No importa
que aboguen por “aplanar” las particularidades de las distintas comunidades,
limitando sus perfiles autonómicos, que nieguen la existencia de la violencia
de género, desconozcan derechos de minorías, como el del colectivo LGTB+ y
reivindiquen acciones propias del pasado franquista.
Tales apreciaciones, en mi opinión, malinterpretan (¿adrede?) las realidades de la política en España.
Una
primera dificultad con la que tropieza un venezolano es entender la dinámica de
su democracia parlamentaria, bastante disímil a la del voluntarismo
presidencialista a que estamos acostumbrados, potenciado por el usufructo
discrecional de una enorme renta petrolera. El Estado español vive de los
impuestos y de algunas transferencias de la Unión Europea sujetas a políticas
que hagan avanzar el proyecto liberal democrático compartido. En España,
además, gobiernan las mayorías parlamentarias, tanto a nivel nacional como en
las comunidades autónomas y ayuntamientos, expresión de su descentralización
política. Obliga a los partidos políticos a cuidar cada escaño, a responder a los
intereses particulares de sus votantes y a buscar alianzas para asegurar una
mayoría. Lleva a asumir –puede pensarse— conductas que podrían calificarse de
oportunistas y a privilegiar asuntos que son secundarios. Y, ciertamente, puede
criticarse la ausencia de una visión de Estado en torno a problemas centrales
que deberían abordarse. Pero nadie puede negar la gran estabilidad
–previsibilidad, confianza– de que disfruta la democracia española bajo este
esquema.
Pedro
Sánchez desplegó la habilidad política requerida para labrar una alianza
mayoritaria que le permitiese conformar gobierno en España. El PSOE no goza de
mayoría para gobernar sólo. Pero tuvo que hacerlo con Podemos, un partido de
izquierda universitaria, rígido en sus posturas, algunos de cuyos líderes han
sido señalados de haber recibido dinero de Chávez. Sánchez había aseverado que
no gobernaría con ellos. Cabe recordar que su primera opción fue buscar una
alianza con Ciudadanos, un partido de centro. Pero no fraguó (ese partido está
en vías de desaparición). Claramente estas marchas y contramarchas le abrieron
un flanco vulnerable a la artillería política de fuerzas de derecha.
Por
otro lado, todavía se percola en la política de España la partición remanente
de su trágica guerra civil y de la larga dictadura de Francisco Franco. Recae
la lucha partidista desde líneas enfrentadas, de izquierda – derecha, que
hunden sus raíces en ese pasado, dificultando la construcción de consensos
nacionales en torno a problemas de Estado.
Y ello
entronca con un tercer problema de enorme importancia para el futuro de España,
que es el desafío que representa fortalecer la unión en la rica diversidad de
sus culturas y realidades. La España “única e indivisible” es un mito que sólo
existió en la retórica nacionalcatólica con que Franco impuso su cruenta
dictadura central. La progresiva unificación de una diversidad de reinos que
provocó la lucha por expulsar a los moros, impulsada por la intolerancia
obstinada de la iglesia católica, fue relativamente reciente. Pero se registra
la existencia de una cultura vasca desde épocas romanas. Las primeras
referencias de lo catalán se remontan al siglo XI de nuestra era. Asimismo, lo
que es hoy Galicia existió desde hace siglos como región en la cual se
encontraba Portugal.
Lamentablemente,
la disputa con los nacionalismos regionales se ha convertido en pasto de
prácticas populistas a ambos lados de la contienda. Los que enfatizan la
subordinación a un Estado central, como Partido Popular y Vox, saben que, al
arremeter contra los nacionalistas, perderán simpatías entre quienes componen
ese electorado (en Cataluña, unos 5,6 millones). Pero el mito de una España
única e indivisible desde los visigodos les permite cosechar una cantidad mucho
mayor de votos entre el resto de la población, de unos 35 millones. Partidos
catalanistas y vascos, por su parte, capitalizan el sentimiento nacionalista
invocando la pretensión de los partidos “centrales” de desconocer sus
particularidades. Serán minoritarios dentro del conjunto de España, pero son
mayoría en sus regiones. Criminalizar el problema lo que hace es alimentar aún
más esta polarización. La solución, a favor de una España unida en su
diversidad, tiene que ser política. Pero que estas realidades históricas y
culturales sean subsumidas en la lucha entre intereses político-partidistas, no
les quita autenticidad.
Lo
cierto es que este encajonamiento de la política española no es lo mismo que
enfrenta Venezuela. Si hay diferencias de política entre derecha e izquierda,
pero siempre bajo el mismo techo compartido de la Unión Europea. Pedro Sánchez,
lejos de atornillarse en el poder y arremeter contra las libertades al estilo
de Maduro, inmediatamente convoca a elecciones. En vez de apelar a la
represión, promueve el diálogo con los nacionalistas, logrando bajar
sustancialmente la tensión del conflicto. En el marco de la política común
europea, ha mantenido una postura crítica con el (des)gobierno de Maduro, si
bien mostrando a veces algunas flaquezas (encuentro Ábalos-Delcy Rodríguez en
Barajas).
Peor
aún es proyectar el enfrentamiento en Venezuela a la política de Estados
Unidos, que ha llevado a algunos compatriotas a alinearse fanáticamente con
Trump. Desde luego, cada quien es libre de manifestar sus preferencias
políticas, pero que tengan consciencia de que, en ambos casos (España y
EE.UU.), lejos de defender la democracia, pueden estar aupando posturas
bastante alejadas del ideal democrático-liberal. Notoriamente, Trump busca
destruir el andamiaje institucional de la democracia para instaurar un mando
autoritario. Es decir, lo más parecido a Chávez. Igual la intolerancia de VOX.
Esta
obnubilación de visiones políticas en torno a un enfrentamiento entre derechas
libertarias e izquierdas dictatoriales encuentra alimento en la
irresponsabilidad de algunas figuras emblemáticas de la izquierda (¿?)
latinoamericana. La ofensiva e insultante declaración de Lula, afirmando que la
crítica a Maduro por violación de derechos humanos y otros atropellos es una
narrativa inventada por sus enemigos, su coqueteo reciente con el dictador, así
como las posturas equívocas asumidas por Petro en su trato con él, refuerzan
claramente esa idea de una izquierda proclive al totalitarismo.
Lamentablemente,
aquí sí parece operar una narrativa embustera, forjada con lo que queda de la
mitología comunista –incluyendo la gesta de David contra Goliat con la cual
algunos todavía pretenden visualizar ese esperpento de la revolución cubana–,
hace saltar resortes de solidaridad automática con quienes, por asumir posturas
contra los Estados Unidos, oprimen a sus poblaciones, sometiéndolas a prácticas
crueles de represión, arremeten contra la libertad de expresión, se subordinan
a intereses externos, entronizan mafias que roban y extorsionan amparadas en
jueces corruptos, torturan, destruyen el ambiente y condenan a las mayorías a
niveles inhumanos de miseria.
Nada
más alejado de la defensa de la libertad, de la prosperidad según criterios de
justicia social compartidos democráticamente, del aprovechamiento de los
avances de la humanidad en aras de un mayor bienestar social, de la defensa del
ambiente y de la promoción de la cultura que algunos, ilusamente, habíamos
pensado constituyen ser de izquierda. ¡Qué bochorno Luis Ignacio Lula da Silva!
Humberto
García Larralde
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