Rafael Curvelo 11 de julio de 2023
Hace
más de tres meses fue la detención de Monseñor Rolando Álvarez y el destierro
de seis sacerdotes de Nicaragua, lo que ha sido visto como una estrategia
orientada a ir desarmando la Iglesia en etapas. Ahora vemos una nueva
arremetida del régimen que encabeza Daniel Ortega con su esposa, Rosario
Murillo: acusan a la Iglesia de lavado de dinero y congelan todas sus cuentas,
lo que la deja desprotegida para cumplir sus labores pastorales.
Con
motivo de los diez años de su pontificado, el papa Francisco, concedió una
entrevista al portal Infobae[1], donde definió al régimen de Daniel
Ortega como una “dictadura grosera”, que tenía características de un “régimen
comunista o hitleriano”; adicionalmente mostró preocupación por el propio
Ortega, al considerar que: “no me queda otra cosa que pensar en un
desequilibrio de la persona que dirige (Nicaragua)”.
Las palabras del Sumo Pontífice le cayeron mal al régimen nicaragüense, que decidió romper relaciones diplomáticas con el Estado de la Ciudad del Vaticano, teniendo en cuenta que en la nación centroamericana no hay Nuncio Apostólico desde hace un año. Esto puso a la Iglesia en Nicaragua en un estado de indefensión ante la falta de protección directa por parte de la Santa Sede.
En
momentos de dificultades, o ante la arremetida de regímenes autoritarios, la
Iglesia siempre ha sido un lugar seguro, para muchos ciudadanos. En
la cual pueden expresar con libertad sus opiniones, dolores y frustraciones sin
el temor de ser llevados ante los aparatos opresores. Parece que de esto está
consciente el régimen en Nicaragua, que prefiere cerrar todo espacio de
disidencia, para construir y perpetuar un sistema donde la unicidad sea la
regla.
Históricamente,
en nuestra región las relaciones entre Estado e Iglesia, aunque han alcanzado
altos puntos de tensión, siempre ha existido el respeto a la institucionalidad.
Rara vez se ha observado una arremetida del Estado contra la Iglesia;
pudiéramos mencionar el caso mexicano posrevolucionario de las décadas de 1920
y 1930, donde el conflicto llegó a picos de violencia, o la situación que
ocurrió en Venezuela durante el guzmancismo, más específicamente en
sus inicios, cuando las relaciones con la Iglesia llegaron al punto de provocar
un cisma religioso. En ambos casos, dichos conflictos terminaron con el
reconocimiento de las partes y la necesaria separación Estado-Iglesia.
Recientemente,
los conflictos se han generado entre actores gubernamentales y jerarcas
específicos del catolicismo, en los que sacerdotes han sido víctima de
persecuciones e, incluso, de asesinatos por el simple hecho de trabajar por los
más pobres o apostar por la pacificación. En este particular, podemos mencionar
lo ocurrido en El Salvador, a finales de los años 70 y toda la década de los
80, en los que fueron asesinados Monseñor Oscar Arnulfo Romero, el sacerdote
Rutilio Grande y los jesuitas Ignacio Ellacuría, Ignacio Martín Baró, Segundo
Montes Mozo, Amando López Quintana y Juan Ramón Moreno Pardo. También están los
casos ocurridos en Argentina, donde los curas villeros fueron
perseguidos por el régimen militar, así como por grupos extremistas. Durante la
etapa de mayor polarización, ocurriría el asesinato del sacerdote Carlos Mugica
en 1974.
En los
casos anteriormente mencionados, terminaba siendo evidente, que no era una
política de Estado perseguir o asesinar a los integrantes de la Iglesia, ya que
los regímenes también buscaban en sectores religiosos el apoyo y la legitimidad
necesaria para mantenerse en el sistema. Esto originaba que algunas dictaduras
se atribuyeran como voluntad de Dios la necesidad de estar al frente del poder
y evitar la arremetida de los comunistas.
Pero
volviendo al caso nicaragüense, que ha ido escalando hasta un punto del cual
parece no haber retorno con la detención de otro sacerdote, en este caso Jaime
Montesinos y el congelamiento de las cuentas bancarias de varias diócesis bajo
las acusaciones de malversación de fondos y lavado de dinero. Todo esto ha
dejado a muchas obras desprotegidas y sin fondos para su funcionamiento.
La
Iglesia en Nicaragua pasa por un martirio, su pecado ha sido optar por la lucha
hacía los más vulnerables. Como cristianos, nos toca estar alertas y permanecer
en la constante solidaridad y demanda ante una injusticia contra nuestros
hermanos nicaragüenses, ellos han tomado el camino adecuado: anunciar la buena
nueva y denunciar las malas obras.
Concluyo
con un parafraseo sobre un artículo que hice sobre Monseñor Rolando Álvarez, el
pasado 16 de febrero en SIC-Digital[2]: Que triste deben estar los
hermanos del Cardenal, que tanto ofrecieron a la causa sandinista, inclusive
sacrificaron su sacerdocio por creer en una opción que decía luchar por los
pobres. Por ellos, y por muchos otros, mantengámonos en el camino de la Justica
Social y la lucha por los más vulnerables.
Rafael
Curvelo
Invitamos
a suscribirse a nuestro Boletín semanal, tanto por Whatsapp como vía correo
electrónico, con los más leídos de la semana, Foros realizados, lectura
recomendada y nuestra sección de Gastronomía y Salud. A través del correo
electrónico anunciamos los Foros por venir de la siguiente semana con los
enlaces para participar y siempre acompañamos de documentos importantes,
boletines de otras organizaciones e información que normalmente NO publicamos
en el Blog.


No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico