Francisco Fernández-Carvajal 20 de agosto de 2023
@hablarcondios
— Cómo pedir. El Señor atiende con
especial solicitud la oración por los hijos.
— Cualidades de la oración: perseverancia,
fe y humildad. Buscar la ayuda de otros para que unan su oración a la nuestra.
— Pedir en primer lugar por las
necesidades del alma, y por las materiales en la medida en que nos acerquen a
Dios.
I. En
el Evangelio de la Misa1,
San Mateo nos dice que Jesús se retiró con sus discípulos a la región de Tiro y
Sidón. Pasó de la ribera del mar de Galilea a la del Mediterráneo. Allí se le
acercó una mujer gentil, perteneciente a la antigua población de Palestina –el
país de Canaán– donde se asentaron los israelitas. Y a grandes voces le
decía: ¡Señor, Hijo de David, apiádate de mí! ¡Mi hija es cruelmente
atormentada por el demonio!
El Evangelista consigna que Jesús, a pesar de los gritos de la mujer, no respondió palabra. Este primer encuentro tuvo lugar, según indica San Marcos, en una casa, y allí la mujer se postró a sus pies2. El Señor, aparentemente, no le hizo el menor caso.
Después,
Jesús y sus acompañantes debieron de salir de la casa, pues San Mateo escribe
que los discípulos se le acercaron para decirle: Atiéndela para que se
vaya, pues viene gritando detrás de nosotros. La mujer persevera en su
clamor, pero Jesús se limita a decirle: No he sido enviado sino a las
ovejas perdidas de Israel. Esta madre, sin embargo, no se dio por
vencida: se acercó y se postró ante Él diciendo: ¡Señor, ayúdame! ¡Cuánta
fe!, ¡cuánta humildad!, ¡qué interés tan grande en su petición!
Jesús
le explica mediante una imagen que el Reino había de ser predicado en primer
lugar a los hijos, a quienes componían el pueblo elegido: No está
bien -le dice- tomar el pan de los hijos y echárselo a los
perrillos. Pero la mujer, con profunda humildad, con fe sin límites, con
una constancia a toda prueba, no se echó atrás: Es verdad, Señor -le
contesta-, pero también los perrillos comen de las migajas que caen de
las mesas de sus amos. Se introduce en la parábola, conquista el Corazón de
Cristo, provoca uno de los mayores elogios del Señor y el milagro que
pedía: ¡Oh mujer, grande es tu fe! Hágase como tú quieres. Y quedó sana
su hija en aquel instante. Fue el premio a su perseverancia.
Las
buenas madres que aparecen en el Evangelio manifiestan siempre solicitud por
sus hijos. Saben dirigirse a Jesús en petición de ayuda y de dones. Una vez
será la madre de Santiago y de Juan la que se acerque al Señor para pedirle que
reserve un buen puesto para sus hijos. Otra vez será aquella viuda de Naín que
llora detrás de su hijo muerto y consigue de Cristo, quizá con una mirada, que
se lo devuelva con vida... La mujer que nos presenta el Evangelio de hoy es el
modelo acabado de constancia que deben meditar quienes se cansan pronto de
pedir.
San
Agustín nos cuenta en sus Confesiones cómo su madre, Santa Mónica, santamente
preocupada por la conversión de su hijo, no cesaba de llorar y de rogar a Dios
por él; y tampoco dejaba de pedir a las personas buenas y sabías que hablaran
con él para que abandonase sus errores. Un día, un buen obispo le dijo estas
palabras, que tanto la consolaron: «¡Vete en paz, mujer!, pues es imposible que
se pierda el hijo de tantas lágrimas»3.
Más tarde, el propio San Agustín dirá: «si yo no perecí en el error, fue debido
a las lágrimas cotidianas llenas de fe de mi madre»4.
Dios
oye de modo especial la oración de quienes saben amar; aunque alguna vez
parezca que guarda silencio. Espera a que nuestra fe se haga más firme, más
grande la esperanza, más confiado el amor. Quiere de todos un deseo más
ferviente –como el de las madres buenas– y una mayor humildad.
II. La
oración de petición ocupa un lugar muy importante en la vida de los hombres.
Aunque el Señor nos concede de hecho muchos dones y beneficios sin haberlos
pedido, otras gracias ha dispuesto otorgarlas a través de nuestra oración, o de
la de aquellos que se encuentran más cerca de Él. Enseña Santo Tomás5 que
nuestra petición no se dirige a cambiar la voluntad divina, sino a obtener lo
que ya había dispuesto que nos concedería si se lo pedíamos. Por eso es
necesario pedir al Señor incansablemente, pues no sabemos cuál es la medida de
oración que Dios espera que colmemos para otorgarnos lo que quiere darnos.
Hemos de solicitar también a otras personas que rueguen por las intenciones
santamente ambiciosas que tenemos en nuestro corazón, y por todo aquello que
deseamos obtener del Señor. El mismo Santo Tomás explica que una de las causas
de que Jesús no respondiera enseguida a esta mujer fue porque quería que los
discípulos intercedieran por ella, para hacernos ver de esta manera lo
necesaria que es, para conseguir algunas cosas, la intercesión de los santos6.
El milagro extraordinario que le pedía esta mujer gentil necesitó también una
oración excepcional, acompañada de mucha fe y de mucha humildad. Perseverar
es la condición primera de toda petición: es preciso orar
siempre y no desfallecer7,
enseñó el mismo Jesús. «Persevera en la oración. –Persevera, aunque tu labor
parezca estéril. –La oración es siempre fecunda»8.
La petición de la mujer cananea fue eficaz desde el primer momento. Jesús solo
esperó a que se dispusiera su corazón para recibir el gran don que solicitaba.
Hemos
de pedir con fe. La misma fe «hace brotar la oración y la
oración, en cuanto brota, alcanza la firmeza de la fe»9;
ambas están íntimamente unidas. Esta mujer tenía una fe grande: «cree en la
Divinidad de Cristo, cuando le llama Señor; y en su Humanidad cuando le dice
Hijo de David. No pide ella nada en nombre de sus méritos; invoca solo la
misericordia de Dios diciendo: “Ten piedad”. Y no dice ten piedad de mi hija,
sino de mí, porque el dolor de la hija es el dolor de la madre; y a fin de
moverle más a compasión, le cuenta todo su dolor; por eso sigue: Mi
hija es malamente atormentada por el demonio. En estas palabras descubre al
Médico sus heridas y la magnitud y especie de su enfermedad; la magnitud,
cuando le dice: Es atormentada malamente; la especie, por las
palabras: por el demonio»10.
La
constancia en la oración nace de una vida de fe, de confianza en Jesús que nos
oye incluso cuando parece que calla. Y esta fe nos llevará a un abandono pleno
en las manos de Dios. «Dile: Señor, nada quiero más que lo que Tú quieras. Aun
lo que en estos días vengo pidiéndote, si me aparta un milímetro de la Voluntad
tuya, no me lo des»11 Solo
quiero lo que Tú quieres y porque Tú lo quieres.
III. Esta
mujer que pide y recibe nos enseña con su ejemplo una cualidad más de la buena
oración: la humildad. La oración debe brotar de un corazón humilde y
arrepentido de sus pecados: Cor contritum et humiliatum, Deus, non
despicies12, el Señor, que nunca desprecia un corazón contrito y
arrepentido, resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes13.
A quien se sabe servus pauper et humilis14.
El
Señor desea que le pidamos muchas cosas. En primer lugar, lo que se refiere al
alma, pues «grandes son las enfermedades que la aquejan, y estas son las que
principalmente quiere curar el Señor. Y, si cura las del cuerpo, es porque
quiere desterrar las del alma»15.
Suele suceder que «apenas nos aqueja una enfermedad corporal, no dejamos piedra
por mover hasta vernos libres de su molestia; estando, en cambio, enferma
nuestra alma, a veces todo son vacilaciones y aplazamientos (...): hacemos de
lo necesario accesorio, y de lo accesorio necesario. Dejamos abierta la fuente
de los males y pretendemos secar los arroyuelos»16.
Para el alma podemos pedir gracia para luchar contra los defectos, más rectitud
de intención en lo que hacemos, fidelidad a la propia vocación, luz para
recibir con más fruto la Sagrada Comunión, una caridad más fina, docilidad en
la dirección espiritual, más afán apostólico... También quiere el Señor que
roguemos por otras necesidades: ayuda para sobreponernos a un pequeño fracaso;
trabajo, si nos falta; la salud... Y todo en la medida en que nos sirva para
amar más a Dios. No queremos nada que, quizá con el paso del tiempo, nos
alejaría de lo que verdaderamente nos debe importar: estar siempre junto a
Cristo.
A
Jesús le es especialmente grato que pidamos por otros. «La necesidad nos obliga
a rogar por nosotros mismos, y la caridad fraterna a pedir por los demás. Es
más aceptable a Dios la oración recomendada por la caridad que aquella que está
motivada por la necesidad»17,
enseña San Juan Crisóstomo.
Hemos
de orar, en primer lugar, por aquellas personas a quienes nos une un vínculo
más fuerte, y por aquellas que el Señor ha puesto a nuestro cuidado. Los padres
tienen una especial obligación de pedir por sus hijos; mucho más si estos
estuvieran alejados de la fe o el Señor hubiera manifestado una particular
predilección por ellos llamándolos a un camino de entrega. Y para que Dios nos
oiga con más prontitud, acompañemos con obras nuestra petición: ofreciendo
horas de trabajo o de estudio por esa intención, aceptando por Dios el dolor y
las contrariedades, ejerciendo la caridad y la misericordia en toda
oportunidad.
Los
cristianos de todos los tiempos se han sentido movidos a presentar sus
peticiones a través de santos intercesores, del propio Ángel Custodio, y muy
singularmente a través de Nuestra Madre Santa María. Dice San Bernardo que
«subió al Cielo nuestra Abogada, para que, como Madre del Juez y Madre de
Misericordia, tratara los negocios de nuestra salvación»18.
No dejemos de acudir cada día a Nuestra Señora; mucho nos va en ello.
1 Mt 15,
21-28. —
2 Mc 7,
24-25. —
3 San
Agustín, Las Confesiones, 3, 12, 21. —
4 ídem, Tratado
sobre el don de la perseverancia, 20, 53. —
5 Santo
Tomás, Suma Teológica, 2-2, q. 83, a. 2. —
6 ídem, Catena
Aurea, vol. II, p. 338. —
7 Lc 18,
1. —
8 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 101. —
9 San
Agustín, Sermón 115. —
10 Santo
Tomás, Catena Aurea, vol. II, pp. 336-337. —
11 San
Josemaría Escrivá, Forja, n. 512. —
12 Sal 50,
19. —
13 Cfr. Pdr 5,
5; Sant 4, 6. —
14 Cfr. Liturgia
de las Horas. Himno del oficio de lecturas en la Solemnidad del
«Corpus et Sanguis Christi». —
15 San
Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, 14, 3. —
16 Ibídem.
—
17 ídem,
en Catena Aurea, vol. I, p. 354. —
18 San
Bernardo, Sermón en la Asunción de la B. Virgen María, 1.
1.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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