Ibsen Martínez 13 de agosto de 2023
@IbsenM
Hace
ya un tiempo, traídos por sus quehaceres literarios, vinieron a Bogotá desde
México la poeta María Baranda y el ensayista y crítico literario Christopher
Domínguez Michael.
Hicimos
tiempo para juntarnos un buen rato en el “Café Pasaje”, muy cerquita dela
Plazoleta del Rosario, la misma donde unos exaltados, sedicentes indigenistas,
derribaron un 12 de octubre la estatua del conquistador Jiménez de Quezada.
López Obrador no llegaba aún a la presidencia de su país pero nadie discutía
que así habría de ser, inexorablemente.
Recuerdo que la conversación deambuló por un rato a cuenta de la suerte corrida, en poco más de un cuarto de siglo, por las democracias de nuestra América desde aquellos años 90 cuando se pensaba que, aun con enormes dificultades, el debate de ideas y, sobre todo, la alternabilidad democrática podían llegar a ser el santo y seña de toda la región, en lugar de los pronunciamientos militares de medianoche, los eslóganes molotovianos, la zozobra ciudadana y las balas.
Recuerdo
también que mencioné en passant el libro del escritor y
político colombiano Germán Arciniegas que da título a esta columna. Durante la
pandemia pensé a menudo en ese libro volvió a mí esa frase inquietante que,
según cuenta Arciniegas en algún prólogo, se le ocurrió a su esposa, Gabriela,
mientras él investigaba y componía el libro durante una estancia en la
universidad de Columbia, a fines de los años cuarenta.
Su
libro es un exhaustivo diagnóstico del estado de nuestras
repúblicas en la inmediata posguerra. Con cifras muy bien
averiguadas y ciñéndose a sus ideas democráticas, y a la muy suya manera
de ser liberal, el panorama que brindaba Arciniegas era desolador.
Eran
los tiempos de Foster Dulles y las conferencias interamericanas de Bogotá y
Caracas, de la “internacional de las espadas”: un continente sojuzgado por
ignominiosas dictaduras militares y cuyas relaciones con los Estados
Unidos estaban dominadas por las razones de la Guerra Fría. Las mismas razones
con las que, acusándolo de comunista, la CIA y la reacción local derrocaron al
guatemalteco Jacobo Árbenz.
Para
avivar una idea clara del período se recomiendan la extraordinaria novela Tiempos
recios, de don Mario Vargas Llosa y las trágicas, lúcidas memorias de
Juan Bosch. La banda sonora de este trecho de mi columna corre a cargo de Luis
Alcaraz y su orquesta.
Es
sorprendente el destino de los libros. El de Arciniegas, con ser, como he
dicho, desolador, obró en los demócratas latinoamericanos que lo leyeron
en su tiempo, el efecto vivificante de un llamado a filas. Sospecho que
conmovió más a los activistas de disposición liberal que a los abnegados
comunistas de la época. Lo cierto es que la censura militar continental y las
críticas del conservadurismo lo hicieron correr durante los años
cincuenta una suerte en mucho similar a la que, años después, tocó
a Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo
Galeano.
En mi
país el libro se convirtió en objeto acompañante, casi en amuleto de
buena suerte, de los abnegados clandestinos de Acción Democrática, el
partido fundado por Rómulo Betancourt, por cierto, amigo de Arciniegas.
De modo
que aquella descripción sin atenuantes del tamaño y poder del
adversario—el militarismo de posguerra y sus dictaduras en toda nuestra
América– fue el libro-acicate de muchos luchadores democráticos
perseguidos por los esbirros de Perón, Pérez Jiménez, Anastasio Somoza, Rafael
Trujillo o Manuel Odría.
Aunque
escrito en Nueva York, Entre la libertad y el miedo no pudo
tener un origen más latinoamericano. Arciniegas se sentó a
escribirlo a instancias de otros intelectuales hispanoamericanos que,
como él, participaban en el legendario Seminario Latinoamericano fundado por el
gran latinoamericanista Frank Tannembaum en la Universidad de Columbia.
Tannembaum,
a quien Enrique Krauze dedicó uno de sus ensayos más iluminadores y
emocionantes —El
gringo que entendió a México— fue hombre que amó muchísimo nuestras
naciones solo para ser injustamente denostado por la dogmática izquierda
latinoamericana de hace medio siglo.
Durante
las últimas noches, tan llenas de insensata violencia y de ominosos
presagios autoritarios en toda nuestra América, me he hecho acompañar de
Arciniegas y, por asociación de ideas, también de Tannembaum—volví a uno
de sus clásicos: “America Latina,revolución y evolución”—, merced
el fulgurante recuerdo que de su persona y sus seminarios guardó el colombiano.
Saqué,
también, de la Biblioteca Arango, un libro que Krauze pondera
detenidamente en su ensayo y que yo no conocía: México: La lucha por la
paz y por el pan. De Arciniegas a Tannenbaum y de nuevo a Tannenbaum,
comentado por Krauze.
Son
lecturas que me atrevo a recomendar en esta hora grave a todo joven
latinoamericano amante de la justicia social y la libertad.
Ibsen
Martínez
@IbsenM
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