Trino Márquez 18 de agosto de 2023
@trinomarquezc
Las
agresiones de las que han sido objeto varios candidatos a lo largo de la
campaña por la primaria representa un claro indicio de las dificultades que
tendrá un eventual futuro gobierno encabezado por la oposición.
Hay
que recordar que en 2024 solo será electo el presidente de la República. El
resto de los Poderes Públicos se mantendrán como en la actualidad.
La única forma como el régimen puede conservar el poder en las elecciones nacionales es mediante el fraude o la manipulación, una de cuyas expresiones es mantener inhabilitados a los aspirantes sancionados por la Contraloría, o inhabilitar a otros más. La experiencia de Barinas podría repetirse, esta vez a escala nacional. Maduro inhabilitó a Freddy Superlano cuando ganó la gobernación de ese estado. Luego hizo lo propio con la esposa del líder de Voluntad Popular y, finalmente, el gobierno aceptó la nominación de Sergio Garrido, dirigente que hasta ese momento se encontraba en la segunda línea en la entidad federal. Si ahora adopta esa estrategia, podría terminar aceptando como candidato no oficialista a un «alacrán» completamente manso, que no represente ningún peligro para la supervivencia de la casta gobernante.
En
contrapartida, en el supuesto de que, en efecto, las votaciones nacionales
fuesen aceptables para la oposición porque transcurren en un ambiente de
equilibrio y transparencia, y el candidato democrático triunfa y su victoria es
reconocida por el gobierno, el nuevo presidente, o presidenta, no tendría otra
opción que gobernar con el madurismo. Este posee el control de la cúpula
militar (Vladimir Padrino fue ratificado por noveno año consecutivo como
ministro de la Defensa), cuenta con una amplia mayoría en la Asamblea
Nacional, en las gobernaciones y municipios, y domina el Poder Judicial, además
del llamado Poder Moral.
El
madurismo es una realidad institucional que no conviene obviar ni despreciar.
Su desconocimiento puede conducir a errores tan graves como los cometidos por
el efímero gobierno de Pedro Carmona, que despreció los poderes constituidos,
pretendiendo abolirlos de un plumazo, como si las realidades institucionales
fuesen pura ficción.
El
nuevo mandatario que se instale en Miraflores producto del voto ciudadano y del
ejercicio de la soberanía popular, será el presidente de una República, no el
rey de una monarquía absolutista, como muchos creen. Y será el presidente de
una República en crisis, a la que cuesta llamar república porque los mecanismos
democráticos han sido utilizados para desvirtuar, maniatar o someter los
Poderes Públicos y ponerlos al servicio de la claque enquistada en Miraflores
desde hace un cuarto de siglo.
El
cuadro institucional del país hará mucho más exigente el arte de gobernar del
futuro presidente y su Consejo de Ministros. La Constitución indica que la
Fuerza Armada Nacional es una institución no deliberante subordinada al poder
civil y a la soberanía expresada a través del sufragio universal. Sin embargo,
el Alto Mando, el ministro de la Defensa y ahora el comandante de la Guardia
Nacional, exaltan con frecuencia el legado de un golpista como fue el llamado
«comandante eterno» y se declaran chavistas. En este punto existe, obviamente,
una paradoja. La FAN actual no es apolítica. ¿Entonces, será obediente a lo que
decida el pueblo en las urnas electorales? Uno de los grandes retos de ese
futuro comandante en jefe de la Fuerza Armada, competencia que la Constitución
le asigna al presidente de la República, será alinear de nuevo la institución
castrense a lo pautado en los principios republicanos y democráticos señalados
en la carta magna. Desatar este nudo no es sencillo, pero resulta crucial para
la paz del país y la supervivencia de ese hipotético gobierno.
Los
proyectos de leyes, el Presupuesto Nacional y todas las disposiciones legales
que requieran la aprobación de la Asamblea Nacional, saldrán luego de un arduo
debate y tensiones entre los ministros y los diputados. Esa AN, tan
complaciente con las arbitrariedades e improvisaciones de Maduro, seguramente
se transformará en un implacable fiscalizador de la actuación de los ministros
y del jefe de Estado. La Comisión de Contraloría, por ejemplo, que jamás ha
pedido la comparecencia de ninguno de los ministros y presidentes de empresas
del Estado responsables del saqueo al que ha sido sometido el sector público, seguramente
se convertirá en verdugo de los miembros del Gabinete.
El
Tribunal Supremo de Justicia, aunque mucho más acomodaticio que los demás
organismos, podría trabajar en comandita con los diputados a la AN con el fin
de bloquear o ilegalizar iniciativas del Ejecutivo en distintos campos.
En
fin, la atmósfera que rodeará el trabajo del futuro mandatario y su equipo de
apoyo será hostil. Nada que ver con ese remanso que consiguió Chávez en 1999,
cuando pudo convocar una Constituyente que no estaba establecida en la
Constitución de 1961, crear el «Congresillo» y «refundar» la República, con la
anuencia de la entonces Corte Suprema de Justicia, rendida de forma servil
frente a un caudillo militar que había protagonizado el golpe del 4 de febrero
de 1992.
Ese
deseable nuevo gobernante tendrá que exhibir todas las dotes de un político
capaz de neutralizar, ganarse apoyos y establecer alianzas con adversarios
rencorosos y vengativos, a los cuales el país no les importa en absoluto. Ese
presidente debe tener claro que se trata de recuperar y reconstruir una nación,
no solo de rehacer una economía o tal o cual institución.
Trino
Márquez
@trinomarquezc
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