Durante su niñez, Tomás Sanabria* cursó estudios en un internado, en Ginebra, Suiza. Entonces tenía 13 años, esa edad en la que los seres humanos absorben el conocimiento como si fueran una esponja. Pero su capacidad de absorción fue más allá de los estudios formales, le permitió conocer muchas cosas de ese país centroeuropeo y de su cultura. “Los suizos son grandes exploradores, visitantes del mundo entero”.
Aviador y también explorador, Sanabria conoce el sur de Venezuela como la palma de su mano. “Algunos hablan de la Amazonía, pero yo hablo de la Orinoquia”, dice. A esa razón de ser, compartida con la medicina, Sanabria agrega su compromiso vital con la telemedicina, como una forma de llevar salud y bienestar social a las comunidades más recónditas de las selvas venezolanas.
Al inicio de esta conversación me entero que una pareja de suizos, Klaus Schwab y su esposa Hilda, son los fundadores del Foro Económico Mundial —a cuyo encuentro anual, celebrado en el mes de febrero en Davos—, asisten presidentes, primeros ministros y jefes de Estado, así como economistas de primer nivel, para evaluar la situación de la economía mundial. Igualmente, quizás como satélite o espejo, hay un Foro Social Mundial, que organiza la Fundación Schwab, cuyas cumbres anuales se realizan en los meses de verano, generalmente, en China. Aquí las preocupaciones son de otra índole y la preocupación por los grandes temas sociales: la desigualdad, la pobreza, la exclusión, pero también los proyectos, los programas y las innovaciones que cambian radicalmente la vida comunitaria, conforman la agenda de esta organización.
Una pequeña iniciativa, enmarcada en el quehacer social, es la que dirige el cardiólogo y médico internista, Tomás Sanabria. Se trata de la Fundación Manipuare. Sanabria sigue pilotando su avioneta, pese a la escasez de combustible y a la conflictividad política que se asoma en el horizonte venezolano.
¿Cómo llega la Fundación Manipuare a la Fundación Schwab y por tanto al componente social del Foro Económico Mundial?
Mi primera experiencia se produce en 2012, a través de un concurso de emprendedores que organizó la Fundación Venezuela sin Límites. Ellos decidieron distinguirnos con el premio de emprendimiento social. Para ese año, ya nosotros teníamos 14 años trabajando en el país. Venezuela sin Límites presentó en 2011 nuestra experiencia ante las reuniones del Foro Económico Mundial y de la Fundación Schwab que, al año siguiente, eligió al proyecto de Maniapure como ganador del premio de emprendimiento social para América Latina. Ese evento se realizó en Puerto Vallarta en México.
¿Usted hizo una presentación en Davos?
No. Yo hice mi presentación en lo que se conoce como el Summer Davos (el Davos de verano) evento que se realiza en dos ciudades de China, generalmente. De ahí se desprenden eventos regionales, entre otras la de Puerto Vallarta. La Fundación Schwab es una organización hiperactiva. El Foro Económico no es sólo una organización de gobiernos, instituciones financieras y grandes industrias, sino de la academia, las universidades, los grandes centros de investigación y de formación. Yo soy médico y lo que más me ha atraído son los vínculos, las relaciones y contactos con las universidades del mundo.
¿Qué temas o asuntos han despertado su interés como especialista en salud?
La llamada IV Revolución Industrial, la que sigue al uso masivo de las computadoras. Me refiero a la entrada de nuevos sistemas de cibernética. Los teléfonos inteligentes han permitido que la velocidad de comunicación y la capacidad de análisis lleguen a niveles inimaginables. Lo interesante, para alguien que está metido en el mundo de la salud, es la posibilidad de conocer los grandes avances de la medicina, la posibilidad de estudiar el factor genético, el análisis del genoma humano, o las máquinas que identifican células con una cámara fotográfica. En salud, eso ha representado un salto enorme.
¿Qué receptividad ha tenido la experiencia de Maniapure en las reuniones del Summer Davos?
Este año ha habido un movimiento particular muy interesante. Nuestra experiencia ha sido darle mejor salud y educación, a través de la tecnología, a la gente que vive en los sitios más remotos de Venezuela, en Colombia, en Perú, en Ecuador o en Brasil, países que comparten la Amazonia, pero a mí me toca hablar de la Orinoquia, entre otras cosas, porque son partes del mismo ecosistema. Nuestras aguas, a través del brazo Casiquiare, van a veces, en pequeñas cantidades, al río Amazonas, pero principalmente al río Orinoco. Allí los problemas son exactamente los mismos. Nuestra preocupación, lo que hacemos con pasión, es que la gente que vive en esas zonas, tenga un poquito de mejor salud, de acceso a la educación, entre otras cosas, para que ellos puedan vivir en sus tierras, defender sus tierras, cuidar sus tierras. Y que sencillamente no respiren y se tengan que ir a la capital de los otros países, donde su calidad de vida no es mejor de la que ellos podían tener. Eso despertó mucho interés, porque hay una mayor concientización sobre la suerte que pudiera correr la Amazonia, como pulmón del planeta.
¿Han compartidos experiencias concretas con esos países?
Debido a nuestro modelo, entramos como parte del emprendimiento social. Hemos llegado al punto donde lo que hacemos lo disfrutamos, no es un sacrificio. Hacer el bien puede ser un disfrute natural. ¿Y qué mayor disfrute que la Amazonía venezolana o las zonas rurales de nuestro país? Entonces, si uno tiene esa suerte y te animas, te das cuenta de que eso puede tener un efecto multiplicador. Si tú ligas eso a centros de investigación y educación. ¿Qué ocurrió en los años 90? Un apoyo decidido de empresas como Cantv y Digitel, que nos sirvió para tener un soporte en telecomunicaciones muy importante. Gustavo Roosen, presidente de Cantv; José María de Viana, de Movilnet y Oswaldo Cisneros, de Digitel, se interesaron en el fortalecimiento del proyecto Manipuare. Nosotros tenemos que estar muy vinculados a las organizaciones de telecomunicaciones. Lo que ha pasado en ese sector, en los últimos dos años, es 100 veces más rápido, que lo que pasó entre 2000 y 2020.
¿Hay una, o quizás varias réplicas, del proyecto Manipuare en los países latinoamericanos?
La hicimos en Colombia, con una empresa petrolera, Pacific Rubiales, dirigida por expertos venezolanos; pero también en Ecuador, en dos localidades, con apoyo de la Corporación Andina de Fomento y en alianza con la Universidad de San Francisco de Quito. Nosotros pusimos el modelo y ellos hacían la operación. En Bolivia se hizo lo mismo. Empezamos en Perú, pero ahí no avanzó mucho la cosa.
¿Qué mecanismo permitió que el proyecto Manipuare se replicara en otras partes del país?
Ha habido dos elementos fundamentales. Uno es la telemedicina. Ese ha sido nuestro elemento diferenciador. La telemedicina ha permitido que el hombre fuera al espacio, que fuera a la luna. ¿Quién podía invertir en sistemas de control de signos vitales, por ejemplo, en ambientes tan lejanos como el espacio? Solamente un país con la capacidad industrial y los ingentes recursos financieros como Estados Unidos. Después esa tecnología se extendió con los cambios que produjo la IV Revolución Industrial. El otro elemento somos los aventureros que, como nosotros, empezamos a utilizar esa tecnología en la medida en que se hacía disponible. Pero hubo un cambio, inesperado y profundo, en 2019, con la aparición del Covid19: todo, prácticamente, se convirtió en telecomunicaciones, en telemedicina. Realmente, el mundo se nos ha convertido en una aldea, porque la tecnología lo permite.
El sistema de consultas médicas vía Internet se masificó. Es otra cosa, entonces.
Nosotros hemos hecho esto desde hace 30 años, con una diferenciación, nos hemos concentrado en zonas remotas, en los lugares más recónditos del país, donde hay poco recurso de salud. Empezamos a trabajar en Maniapure, en 1995. Hicimos una alianza con el padre Miguel González, de la congregación salesiana. Yo le pedí un radio para comunicarme con el médico que estaba allá. Hablábamos dos veces al día. Y si era un caso de cierta complejidad, podía pedir la opinión de médicos formados, en todas las especializaciones, que trabajan en la clínica (el Centro Médico de San Bernardino). Al año siguiente, hicimos una vaca para comprarle a unos amigos ganaderos antena satelital. Subimos un peldaño, ahora teníamos telefonía, lo que nos permitió tener fax. ¿Qué ocurrió? Resulta que se empezó a correr la voz, tanto en Caicara del Orinoco como en Puerto Ayacucho, de que había un cardiólogo, en Maniapure. Pero no había tal cardiólogo, yo estaba aquí (en Caracas) y el médico de allá me enviaba los electrocardiogramas vía fax. ¿Qué locura es esta? Fue entonces cuando organizamos una visita a Maniapure con Gustavo Roosen y José María de Viana, quienes nos dieron la primera conexión satelital. Lo que permitió replicar la experiencia de Maniapure en dos sitios adicionales.
¿Qué lugares eligieron para replicar esa experiencia inicial?
Un pueblo a orillas del Orinoco, donde Bolívar durmió durante la Campaña Admirable. Alexander von Humboldt lo menciona en sus viajes por las regiones equinocciales. Julio Verne, sin haber estado allí nunca, escribió un libro que se llama El Soberbio Orinoco. Allí habla de La Urbana, como si fuese su viaje a la luna. La otra localidad es El Guarray, un caserío, también en el estado Bolívar.
¿Qué ocurrió con esa experiencia? ¿Qué impacto ha tenido la crisis económica en el devenir del proyecto Manipuare?
Nosotros llegamos a tener 40 centros trabajando en Venezuela. La ley Locti (Ley Orgánica de Ciencia, Tecnología e Innovación) fue una maravilla, porque muchas empresas nos apoyaron. ¿Quién se beneficiaba? En primer término, la gente que vive en localidades remotas de Venezuela; el Estado, porque le estábamos dando telecomunicaciones a un ambulatorio del sistema de salud público; el médico o el paramédico destacado en localidades remotas del país. La primera experiencia la desarrollamos en una población que se llama Urimán, con el apoyo de una empresa privada llamada Orinoco Mining, que invirtió su parte de Locti, en dar servicios de telemedicina, que nosotros proveíamos. Y así lo hicimos en otros sitios. Pero los centros, provistos con recursos de la Locti, cerraron en su gran mayoría cuando el gobierno decidió que las empresas no serían las que iban a elegir el proyecto en el cual querían invertir.
¿Qué ocurre cuando el diagnóstico de una enfermedad no lo puede afrontar un médico recién graduado o un paramédico?
¿Qué ocurre con esos pacientes? La localidad más remota que tenemos nosotros, donde digo que se devuelve el viento, es un sitio que se llama Caranacuri, en el alto Caura, también en la frontera con Brasil, pero mucho más al oeste de Santa Elena de Uairén. Allí montamos un sistema de telemedicina, con el apoyo de la empresa alemana Ericcson, que decidió invertir allí su parte de la Locti. Eso sigue funcionando. Ahí tenemos a un señor que se llama Rómulo, de la etnia Yekuana, tiene 15 años trabajando en ese caserío. Es un hombre inteligente, enfermero. Su mano derecha es una muchacha, indígena también, interesante, interesada, que quería aprender. Si en Caranacuri a alguien le da una apendicitis, lo más probable es que se muera. ¿Por qué? Porque desde Caranacuri hasta el primer hospital que tienen, que sería el de Maripa, en el bajo Caura, se tardan siete días navegando. En cualquier emergencia o si se requiere una intervención de urgencia: la persona se puede morir, o se puede salvar si ocurre la extrema suerte de que llegue un avión en ese momento, pero Caranacuri es tan pequeño, tan remoto, que es muy difícil.
¿Tienen ustedes una estadística de las consultas que se hacen a través de telemedicina? ¿Del tipo de intervenciones que hacen?
En cualquier centro, donde hay un personal de salud debidamente preparado, ellos pueden resolver alrededor del 90 por ciento de los casos. Probablemente el cinco por ciento de los casos requieren una consulta, el encargado de salud puede determinar si a un paciente hay que trasladarlo a la brevedad a un centro hospitalario: el caso de una apendicitis o la fractura de cráneo. Allí no hay duda, ellos no pueden hacer nada. Esos pacientes son los que hay que trasladar sí o sí. Y eso quiere decir que, si no sale, probablemente se muera. Hay un porcentaje importante, del 10 por ciento restante, que ellos pueden consultar a través de telecomunicaciones, ya sea a través de una fotografía de una fractura o de una lesión que tienen, o a través de un electrocardiograma o de un eco, porque hay centros que tienen esa tecnología. Y así se puede consultar el 100 por ciento de ese 10 por ciento, que sería el 8 por ciento del total. Entonces, le puedes dar una atención de mejoría y evitar el traslado. De cada 100 casos que ameritan la consulta de un especialista, tú estás ayudando a ocho. El 1 por ciento serían los casos que hay que trasladar a un hospital.
¿Qué ha aprendido usted de esta experiencia?
Si hay algo que aprendí de Klaus Schwab es que uno debe trabajar en alianza con el sector público y el sector privado. En salud, no cuenta de qué color de la cachuchita, si me gusta, si es blanca, si azul o roja. No. No se trata de eso. Puede que uno se encuentre gente muy terca, de un lado o del otro. Personas tóxicas. Pero mucha gente se puede comunicar cuando el objetivo es trabajar por un bien común. Los países más avanzados del mundo han vivido terribles situaciones y se han tenido que sentar a conversar. Hay que ver los horrores que vivió Europa en el siglo XX y hay problemas que no se terminan de resolver. El mundo actual da miedo. Yo creo que tenemos que trabajar en alianzas con objetivos comunes y apuntando al bien común. La tecnología está al lado nuestro.
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*Médico egresado de la UCV, con postgrado en cardiología y medicina interna en la Universidad de Harvard. Profesor en la UCV y en universidades de Francia y Estados Unidos. Presidente de la Fundación Proyecto Manipuare.
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