El panorama de estos días luce incierto. Se complicará más en el tramo final de la primaria donde el verdadero adversario de ella, el gobierno, le aplicará el ácido de todas las formas posibles. Algunos opositores arrimarán sus leños para encender más confusión y otros arreciarán el discurso extremista que bloquea la comunión con una mayoría que se inclina a ejercer su voto, pero que podría decidir hacerlo directamente en las presidenciales.
Las incertidumbres en cuanto al candidato de la oposición se resolverán en quince días de confrontación interna y atropellos oficialistas. Ese día debería conocerse la jerarquía entre los partidos que participan y el tamaño de los respaldos a cada uno de los aspirantes a la presidencia del país. Hay que apostar a que haya la concurrencia que predicen algunas encuestadoras y a que todos respeten los resultados.
La mayor probabilidad es que el primer y segundo lugar lo ocupen María Corina y Henrique Capriles. Si no se logra una salida constitucional a las inhabilitaciones, el triunfo de cualquiera de los dos debería conducir a un nuevo intento de unificar a todas las fuerzas de cambio, participantes o no en las primarias, en torno a una figura que tenga visión sobre el futuro del país, que asegure una transición inclusiva de los actores actuales y que promueva un cambio del modelo económico y político que nos permita vivir mejor.
Los artífices de ese tránsito deben ser los integrantes de una alianza nacional con el propósito de llevar a cabo una política de ajustes, reconstrucción de la economía, relanzamiento de la democracia, fortalecimiento de las instituciones y con voluntad para crear los soportes y estímulos para que los sectores en situación de pobreza sean capaces de luchar para salir de ella.
La reducción de la política a la captura y el mantenimiento en el poder se desentiende de sus implicaciones éticas y su justificación social. Esa política pragmática necesita contar con una causa ideal que la ennoblezca y de un mapa de sueños que la una a la esperanza. Necesita una política humanista que permita vivirla con razón, pasión y confianza.
La política no es pulso racional ni pura fabricación de emociones, aunque la presencia de las redes, la renovada retórica populista y la post verdad faciliten la sustitución de la realidad por una dinámica que la recubre con salsas que no atraen a la mayoría.
Es natural que este impulso esté presente en la competencia de las primarias y que cada comando de campaña intente convertir el salto de un charco en una epopeya heroica. Pero hay un límite: el espectáculo no debe sustituir a las ideas país.
La aceptación del papel de las emociones en la formación del juicio y la conducta política es una descripción que esclarece, pero que no un patrón de exclusión de elementos específicamente políticos como los de equilibrar y resolver tensiones y conflictos de poder o civilizatorios. La política es también una noción de naturaleza fundamentalmente social como bien lo descubrió acertadamente Aristóteles.
Hay que advertir además que hay emociones negativas, muchas de las cuales son el alimento de actitudes autoritarias o como señala Cynthia Fleury, filosofa que aborda la política desde el psicoanálisis, «…el resentimiento es la gangrena de la democracia».
https://talcualdigital.com/incertidumbres-y-emociones-por-simon-garcia/
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