FEDERICO VEGAS 18 de octubre de 2023
“Ahora nada nos congrega, nada nos
estructura. Las opiniones y lo público se han desperdigado en una red sin
trama, una red que tiene más de colador que de sustento. Aprovechando (y
maltratando) su inteligencia, don de gente y popularidad han convertido a
Roland en un símbolo de cuánto son capaces de hacernos, de enloquecernos, de
hacernos perder la salud y la razón. Creo que solo está en mis manos pedir
piedad, humanidad”.
Cuenta Francisco Suniaga que para el bautizo de su novela, Adiós Miss Venezuela, su editor, Sergio Dahbar, le propuso que Roland Carreño hiciera la presentación. Francisco asociaba a Roland con la farándula y la moda, y pensó que entre el título de la novela y la imagen pública del presentador la ceremonia iba a lucir frívola, superficial. Sergio insistió y Francisco quedó agradecido para siempre, impresionado por la inteligencia y humanidad de las palabras de Carreño.
Ciertamente
es mejor transitar de lo frívolo a lo profundo que partir de apariencias
serísimas, a un vacío trillado e insulso.
Varias
veces vi el programa de Globovisión “Buenas Noches”,
protagonizado por Carla Angola, Kiko Bautista yRoland Carreño. Eran
diálogos cruzados, ingeniosos, divertidos. Una vez le escuché decir a Antonio
Gala: “Me gusta que me distraigan, pero que también me traigan de vuelta”. Esa
sensación la tenía al escuchar a Carla, Kiko y Roland. Me divertían y
revertían, me refiero a que me hacían reír y también pensar.
“¿Por
qué una crueldad tan absurda, tan estancada, tan inhumana? En la pregunta está
la respuesta”
La
nostalgia que ahora siento es doble, o cuádruple. Ya no existe unas “Buenas
noches”, ya no existe para mi Globovisión, ya la televisión
venezolana no nos congrega y Ronald Carreño tiene más de 1.000 días
preso.
Recuerdo
cuando Carreño empezó a aparecer cada vez más serio y comprometido con la causa
del partido Voluntad Popular, convirtiéndose gradualmente en un político a
tiempo completo. Ciertamente siempre será un buen comunicador, pero yo
añoraba sus intervenciones sonrientes, incluso su elegancia un poco exagerada.
Y, de pronto, estaba preso y sometido al despiadado cinismo de Jorge Rodríguez.
Cuando
Leopoldo López, dirigente de Voluntad Popular, abandona la residencia del
embajador español y logra llegar a España, el Gobierno reacciona apresando, entre
otros, a la mujer que le cocinaba a Leopoldo y le llevaba la comida todos los
días, y también a Roland Carreño. ¿Por qué a Carreño? La única respuesta
que puedo imaginar es porque era la figura más pública, con más rating.
Necesitaban un reo bien conocido.
Desde
el principio Jorge Rodríguez utiliza la ficha de la homosexualidad con giros
impropios de un psiquiatra:
-Nosotros
no tenemos nada que ver con la vida privada de la gente, la elección de género
sexual es de cada quien. Claro, luego hay quienes se rasgan las vestiduras en
la Conferencia Episcopal, pero en el fondo tapan estas situaciones.
Es el
clásico: “Nada tengo contra los homosexuales, pero de que vuelan, vuelan”.
Luego
presenta con deleite y fruición grabaciones sobre un romance de Roland, fragmentos
tan clásicos y predecibles que saben a montaje y nada añaden al caso sino el
evidente e inhumano propósito de humillar.
El
lance más rocambolesco es la detención. Lo interceptan saliendo de su casa y
encuentran en su carro un fusil digno de Rambo, dólares y un mapa donde aparece
la ruta de escape: Caracas-Maicao.
El
imaginar semejante fusil en manos de Roland ya suena inverosímil, pero aún más
irracional es el mapa. Para inventar la historia de una huida precipitada, el
sembrarle un mapa con una línea roja que atravesará 821 kilómetros de ciudades
y fronteras parece un contrasentido inaudito. ¿Quién viaja hoy en día con
un mapa teniendo a Google Maps? Se trata de una farsa tan evidente y
caduca que debemos preguntarnos cuál fue la razón de añadir semejante
ingrediente. Supongo que en estos asuntos de plantarte o implantar la idea de
que eres culpable conviene recurrir a imágenes arquetipales, y el mapa es uno
de esos objetos milenarios y románticos que cautivan la imaginación. En este
caso, es una prueba gráfica, palpable, incluso plegable, de que se pretende
huir y, por lo tanto, eres sin duda culpable.
En el
siguiente episodio aparece Ronald Carreño, ya detenido, con una mascarilla
bajo la barbilla (imagino que con la venia de quien dirigió la filmación para
darle un aire entre contagioso y desenmascarado) hablando sobre cómo manejaba
los fondos de Voluntad Popular. Nos explica que recibieron 34.000 dólares de la
Fundación Simón Bolívar de CITGO, que se repartían entre las doce secciones que
el partido tiene en el país para sustentar todas las actividades, foros,
cursos, comunicación, rentas, etc.
La
actitud de repudio de Jorge Rodríguez ante esta confesión es fundamentalmente
desproporcionada, si la situamos en el país donde los robos continuos al tesoro
nacional llegan a la decena de miles de millones dólares. La desproporción es
de tal magnitud que debemos, como en el caso del mapa, revisar su lado oculto.
Resulta
curioso que en el caso Carreño de los 34.000 dólares se refiera a CITGO y, en
el otro extremo, el caso Tareck El Aissami, el saqueo de 23 mil millones
de dólares, se refiera a PDVSA. Es un asunto de perspectiva: 34.000
dólares es una cifra imaginable para un venezolano; nueve ceros ya es
demasiado, se trata de una cantidad inimaginable que pertenece al reino de la
fantasías y los mitos.
Además
tienes a Carreño filmado, hablando de frente, explicando. Puedes juzgarlo,
repetir el video y examinar sus gestos, y además con la ayuda de un psiquiatra
experto en corrupción. En cambio Tareck El Aissami nadie sabe dónde está, se va
poco a poco diluyendo, esfumando, como una ficción inabarcable, incalumniable.
El
personaje más corrupto en la historia de Venezuela reside en un limbo
evanescente, mientras Roland Carreño continúa recluido en el ya
mítico Helicoide. Lo están acusando de lavado de dinero, tráfico ilícito de
armas de guerra y municiones, conspiración y financiamiento al terrorismo. Ya
han pasado más de mil días y mil noches; más de mil veces ha cerrado los ojos y
los ha abierto bajo el mismo techo y sin ninguna esperanza de ser juzgado, de
llegar a un veredicto.
¿Por
qué una crueldad tan absurda, tan estancada, tan inhumana?
En la
pregunta está la respuesta. Este gobierno, lejos de combatir el absurdo lo
promueve, y la razón es sencilla, siendo parte integral de su estructura puede
y debe usarlo en provecho propio, llevarlo a niveles antes desconocidos. Siendo
una verdad irrefutable y estruendosa que constituye un gobierno dañino,
depredador, la solución consiste en asumir el mal de una manera sistémica,
consustancial, operativa; es decir, convirtiendo la maldad en parte
integral de su naturaleza y esencia. Ha llegado el momento en que su único
propósito es existir, persistir. No hay ningún esfuerzo en ser mejores, se
trata tan solo de continuar siendo como son y permaneciendo donde están.
Debemos
preguntarnos entonces por qué la gran mayoría del país acepta, convive, con
casos tan injustos e humillantes para la condición humana como lo que está
viviendo hora tras hora Roland Carreño.
Anoche
escuché en Youtube una charla de Julián Marías donde hablaba de la importancia
de la opinión, de ser capaces de generar un punto de vista e incluso un juicio
sobre algo. Tu opinión va tomado fuerza a medida que la asocias con la de otros
seres, y comprendes que los demás también saben lo que tú sabes. Así llegamos a
la opinión pública. Pero hace falta un paso más. Ese saber compartido necesita
ser asentado, escrito, convertido en un instrumento que podemos usar para
actuar, avanzar, evolucionar sobre una base compartida.
Recuerdan
cuando la opinión pública contaba con el apoyo de periódicos como El
Nacional y El Universal, canales de televisión como Radio
Caracas Televisión, Venevisión y Globovisión (parece
un recuerdo banal, pero era tan grato compartir visiones, pareceres,
opiniones), y con aquellas convocatorias políticas a las que acudíamos con fe y
en plazos establecidos con regularidad, sin inhabilitaciones ni retrasos. Ahora
nada nos congrega, nada nos estructura. Las opiniones y lo público se han
desperdigado en una red sin trama, una red que tiene más de colador que de
sustento. Vivimos en una sumatoria de aislamientos, de compartimientos
estancos, de soledades.
Los
beneficios de la opinión pública y lo que es capaz de generar se entienden
mejor cuando deja de existir. En las situaciones de opresión -propone Marías-
no hay nada público y nada es cierto, ni siquiera las declaraciones del propio
Gobierno, porque no están creadas para unir, para ser recordadas, para medir y
profundizar, para creer en ellas y en la existencia de un futuro compartido. El
pasado solo tiene la función de pasar como si nada hubiera pasado y así los
ciudadanos terminamos desperdigados formando una sumatoria de opiniones
aisladas, y sometidas a la sensación creciente de vivir una eternidad que no
evoluciona. La única salida para este tipo de gobierno es la inanición, y
Venezuela es quizás demasiado rica y opulenta para permitirlo.
Ahora
imaginen este estado de inercia y paralización clavada en el alma de un preso
sin juicio. El diccionario tiene dos acepciones contundentes a esta palabra:
–Estado
de sana razón opuesto a locura o delirio.
–Acción
y efecto de juzgar.
En el
caso de Roland podemos integrar ambas acepciones:
Acción
y efecto de enloquecer al no juzgar con justicia.
Aprovechando
(y maltratando) su inteligencia, don de gente y popularidad han convertido a
Roland en un símbolo de cuánto son capaces de hacernos, de enloquecernos, de
hacernos perder la salud y la razón. Esa es la egoísta y aislante opinión que
nos han sembrado: “Si le hicieron eso a Carreño, imagínate a mi”.
Lo que
me lleva a una pregunta íntima y punzante. ¿Al escribir estas líneas lo estoy
ayudando? Yo no quiero describir su tragedia sino acortarla. Debería tener fe
en que revelar un absurdo (insisto en esta palabra) puede servir para darle un
final, incluso una finalidad. Creo que solo está en mis manos pedir
piedad, humanidad. Recordemos las palabras que Mateo le escuchó a Jesús: Amarás
a tu prójimo como a ti mismo. De este mandamiento depende toda la ley.
FEDERICO
VEGAS
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