Francisco Fernández-Carvajal 06 de octubre de 2023
@hablarcondios
— El Rosario, arma poderosa.
— Contemplar los misterios del Rosario.
— Las letanías lauretanas.
I. Y
habiendo entrado donde ella estaba, le dijo: Dios te salve, llena de gracia, el
Señor es contigo1.
Con estas palabras el ángel saludó a Nuestra Señora, y nosotros las hemos
repetido incontables veces en tonos y circunstancias bien diferentes.
En la Edad Media se saludaba a la Virgen María con el título de rosa (Rosa mystica) símbolo de alegría. Se adornaban sus imágenes como ahora con una corona o ramo de rosas (en latín medieval Rosarium), expresión de las alabanzas que nacían de un corazón lleno de amor. Y quienes no podían recitar los ciento cincuenta salmos del Oficio divino lo sustituían por otras tantas Avemarías, sirviéndose para contarlas de granos enhebrados por decenas o nudos hechos en una cuerda. A la vez, se meditaba la vida de la Virgen y del Señor. Esta oración del Avemaría, recitada desde siempre en la lglesia y recomendada frecuentemente por los Papas y Concilios en una forma más breve, adquiere más tarde su forma definitiva al añadírsele la petición por una buena muerte: ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. En cada situación, ahora, y en el momento supremo de encontrarnos con el Señor. Se estructuran también los misterios, contemplándose así los hechos centrales de la vida de Jesús y de María, como un compendio del año litúrgico y de todo el Evangelio. También se fijó el rezo de las letanías, que son un canto lleno de amor, de alabanzas a Nuestra Señora y de peticiones, de manifestaciones de gozo y de alegría.
San
Pío V atribuyó la victoria de Lepanto, el 7 de octubre de 1571 con la cual
desaparecieron graves amenazas para la fe de los cristianos, a la intercesión
de la Santísima Virgen, invocada en Roma y en todo el orbe cristiano por medio
del Santo Rosario, y quedó instituida la fiesta que celebramos hoy. Con este
motivo, fue añadida a las letanías la invocación Auxilium christianorum.
Desde entonces, esta devoción a la Virgen ha sido constantemente recomendada
por los Romanos Pontífices como «plegaria pública y universal frente a las
necesidades ordinarias y extraordinarias de la Iglesia santa, de las naciones y
del mundo entero»2.
En
este mes de octubre, que la Iglesia dedica a honrar a Nuestra Madre del Cielo
especialmente a través de esta devoción mariana, hemos de pensar con qué amor
lo rezamos, cómo contemplamos cada uno de sus misterios, si ponemos peticiones
llenas de santa ambición, como aquellos cristianos que con su oración
consiguieron de la Virgen esta victoria tan trascendental para toda la
cristiandad. Ante tantas dificultades como a veces experimentamos, ante tanta
ayuda como necesitamos en el apostolado, para sacar adelante a la familia y
para acercarla más a Dios, en las batallas de nuestra vida interior, no podemos
olvidar que, «como en otros tiempos, ha de ser hoy el Rosario arma poderosa,
para vencer en nuestra lucha interior, y para ayudar a todas las almas»3.
II. El
nombre de Rosario, en la lengua castellana, proviene del conjunto
de oraciones, a modo de rosas, dedicadas a la Virgen4.
También como rosas fueron los días de la Virgen: «Rosas blancas y rosas rojas;
blancas de serenidad y pureza, rojas de sufrimiento y amor. San Bernardo aquel
enamorado de Santa María dice que la misma Virgen fue una rosa de nieve y de
sangre.
»¿Hemos
intentado alguna vez desgranar su vida, día a día, en nuestras manos?»5.
Eso hacemos al contemplar las escenas misterios de la vida de
Jesús y de María que se intercalan cada diez Avemarías. En estas escenas del
Rosario, divididas en tres grupos, recorremos los diversos aspectos de los
grandes misterios de la salvación: el de la Encarnación, el de la Redención y
el de la vida eterna6.
En estos misterios, de una forma u otra, tenemos siempre presente a la Virgen.
En el Santo Rosario no se trata solo de repetir las Avemarías a Nuestra Señora,
que, como procuramos hacerlo con amor quizá poniendo peticiones en cada
misterio o en cada Avemaría, no nos resultan monótonas. En esta devoción vamos
también a contemplar los misterios que se consideran en cada decena. Su
meditación produce un gran bien en nuestra alma, pues nos va identificando con
los sentimientos de Cristo y nos permite vivir en un clima de intensa piedad:
gozamos con Cristo gozoso, nos dolemos con Cristo paciente, vivimos
anticipadamente en la esperanza, en la gloria de Cristo glorificado7.
Para
realizar mejor esta contemplación de los misterios puede ser práctico detenerse
«durante unos segundos tres o cuatro en un silencio de meditación, considerando
el respectivo misterio del Rosario, antes de recitar el Padrenuestro y las
Avemarías de cada decena»8;
acercarnos a la escena como un personaje más, imaginar los sentimientos de
Cristo, de María, de José...
Así,
procurando con sencillez «asomarnos» a la escena que se nos propone en cada
misterio, el Rosario «es una conversación con María que, igualmente, nos
conduce a la intimidad con su Hijo»9.
Nos familiarizamos en medio de nuestros asuntos cotidianos con las verdades de
nuestra fe, y esta contemplación que podemos hacer incluso en medio de la
calle, del trabajo, nos ayuda a estar más alegres, a comportarnos mejor con
quienes nos relacionamos. La vida de Jesús, por medio de la Virgen, se hace
vida también en nosotros, y aprendemos a amar más a Nuestra Madre del Cielo.
¡Qué ciertas son las verdades que así expresó el poeta!: «Tú que esta devoción
supones // monótona y cansada, y no la rezas // porque siempre repite iguales
sones... // tú no entiendes de amores y tristezas: // ¿qué pobre se cansó de
pedir dones, // qué enamorado de decir ternezas?»10.
III.
Después de contemplar los misterios de la vida de Jesús y de Nuestra Señora con
el Padrenuestro y el Avemaría, terminamos el Santo Rosario con la letanía
lauretana y algunas peticiones que varían según las regiones, las familias o la
piedad personal.
El
origen de las letanías se remonta a los primeros siglos del cristianismo. Eran
oraciones breves, dialogadas entre los ministros del culto y el pueblo fiel, y
tenían un especial carácter de invocación a la misericordia divina. Se rezaban
durante la Misa y, más especialmente, en las procesiones. Al principio se
dirigían al Señor, pero muy pronto surgen también las invocaciones a la Virgen
y a los santos. Las primicias de las letanías marianas son los elogios llenos
de amor de los cristianos a su Madre del Cielo y las expresiones de admiración
de los Santos Padres, especialmente en Oriente.
Las
que actualmente se rezan en el Rosario comenzaron a cantarse solemnemente en el
Santuario de Loreto (de donde procede el nombre de letanía lauretana)
hacia el año 1500, pero recogen una tradición antiquísima. Desde allí se
extendieron a toda la Iglesia.
Cada
título es una jaculatoria llena de amor que dirigimos a la Virgen y nos muestra
un aspecto de la riqueza del alma de María. Estas invocaciones se agrupan según
las principales verdades marianas: maternidad divina, virginidad perpetua,
mediación, realeza universal y ejemplaridad y camino para todos sus hijos.
Estas aclamaciones vienen expresadas en las primeras advocaciones, y son
desarrolladas a continuación. Así, al invocarla como Sancta Dei
Genitrix, profesamos explícitamente la maternidad; cuando la alabamos
como Virgo virginum, reconocemos su virginidad perpetua, que la
hace Virgen entre las vírgenes; al invocarla con el título de Mater
Christi, profesamos su íntima e indisoluble unión con Cristo, verdadero
Mediador y verdadero Rey, y la reconocemos, por tanto, como Reina y
mediadora...
La
Virgen es Madre de Dios y Madre nuestra, y es este el título supremo con que la
honramos y el fundamento de todos los demás. Por ser Madre de Cristo, Madre
del Creador y del Salvador, lo es de la Iglesia,
de la divina gracia, es Madre purísima y castísima,
intacta, incorrupta, inmaculada, digna de ser amada y de ser admirada.
En las
letanías se recogen diversos aspectos de la virginidad perpetua de María:
es Virgen prudentísima, digna de veneración, digna de alabanza,
poderosa, clemente, fiel...
La
Madre de Dios, Mediadora en Cristo11 entre
Dios y los hombres, se prodiga continuamente en servicio nuestro. Nos es
presentada además bajo tres bellísimos símbolos y otros aspectos de su
mediación universal: la Virgen María es la nueva Arca de la alianza,
la Puerta del Cielo a través de quien llegamos a Dios, es
la Estrella de la mañana que nos permite siempre orientarnos
en cualquier momento de la vida, Salud de los enfermos, Refugio de los
pecadores (¡tantas veces hemos tenido que recurrir a Ella!), Consoladora
de los afligidos, Auxilio de los cristianos...
María
es Reina de todo lo creado, de los cielos y de la tierra, porque es Madre del
Rey del universo. La universalidad de este reinado comienza en los ángeles y
sigue en los santos (los del Cielo y los que en la tierra buscan la santidad):
Santa María es Reina de los ángeles, de los patriarcas, de los
profetas, de los apóstoles, de los mártires, de los que confiesan la fe, de las
vírgenes, de todos los santos. Termina con cuatro títulos de realeza: es
Reina concebida sin pecado, asunta al Cielo, del santísimo Rosario y de
la paz.
Después
de invocarla como ejemplo acabado y perfecto de todas las virtudes, sus hijos
la aclamamos con estos símbolos y figuras de admirable ejemplaridad: Espejo
de santidad, Trono de sabiduría, Causa de nuestra alegría, Vaso espiritual,
Vaso honorable, Vaso insigne de devoción, Rosa mística, Torre de David, Torre
de marfil y Casa de oro.
Al
detenernos despacio en cada una de estas advocaciones podemos maravillarnos de
la riqueza espiritual, casi infinita, con que Dios la ha adornado. Nos produce
una inmensa alegría tener una Madre así, y se lo decimos muchas veces a lo
largo del día. Cada una de las advocaciones de las letanías nos puede servir
como una jaculatoria en la que le decimos lo mucho que la amamos, lo mucho que
la necesitamos.
1 Lc 1,
28. —
2 Juan
XXIII, Carta Apost. Il religioso convegno 29-IX-1961.
—
3 San
Josemaría Escrivá, Santo Rosario, p, 9, —
4 Cfr. J.
Corominas, Diccionario crítico etimológico castellano e
hispánico, Gredos, Madrid 1987, vol V, voz Rosa. —
5 J.
M. Escartín, Meditación del Rosario, Palabra, 3.ª ed.,
Madrid 1971, p. 27. —
6 Cfr. R.
Garrigou-Lagrange, La madre del Salvador. Rialp, Madrid
1976, p. 350. —
7 Cfr. Pablo
VI, Exhort, Apost. Marialis cultus, 2-II-1974, 46, —
8 San
Josemaría Escrivá, o, c., p. 17. —
9 R.
Garrigou-Lagrange, o. c., p. 353. —
10 Cit.
por A. Royo Marín, La Virgen María, BAC, Madrid
1968, pp. 470-471. —
11 Cfr. Juan
Pablo II, Enc. Redemptoris Mater, 25-III-1987, n. 38.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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