Marta de la Vega 06 de noviembre de 2023
Tres
hechos ponen en evidencia que la llamada revolución bolivariana del siglo XXI
no solo ha sido una farsa siniestra, sino que el populismo militarista y
rentista que la camarilla dominante y sus cómplices, de Chávez a Maduro,
pretendió implantar en el país y expandirlo en el extranjero con el apoyo del
“Foro de Sao Paulo” y del “Grupo de Puebla”, ha sido derrotado en la mentalidad
resiliente de los venezolanos, en los propios hechos y solo sobrevive por la
represión brutal y selectiva, la violación sistemática de los derechos humanos
y el terrorismo de Estado.
El relato de Sebastiana Barráez sobre el coronel del ejército Francisco Javier Centeno pone de relieve la perversión, distorsión y abandono de los ideales que llevaron a un grupo de militares a la rebelión fallida contra el Estado constitucional de derecho de Venezuela y contra el legítimo presidente de la República, Carlos Andrés Pérez, el 4 de febrero de 1992. La asimetría entre la opulencia actual de algunos de los militares que apoyaron el levantamiento y la indigencia trágica de otros, igualmente comprometidos en la asonada golpista, como fue el caso de Centeno, testimonia el fracaso del proyecto chavista y la tergiversación de las metas que se plantearon entonces.
La
victoria electoral de Chávez en 1998, cuarenta años después, hizo renacer
esperanzas de redención social y dignificación de los más vulnerables. No se
cumplió ninguno de los objetivos anunciados, sino todo lo contrario
Democratizar
la democracia y profundizarla, saldar la deuda social acumulada por el extravío
de la ruta modernizadora, incluyente e integradora, de probidad y progreso
social que se trazó el liderazgo consolidado con el Pacto de “Punto Fijo”
después de la huida del dictador Marcos Pérez Jiménez en 1958, pareció haber
justificado el golpe militar, como lo sostuvo al día siguiente en su discurso
en el Congreso el expresidente Rafael Caldera. Al desdibujarse la democracia en
el bipartidismo hegemónico de carácter populista y complaciente y haber sido
sembrada la corrupción como mecanismo de participación en el reparto de
prebendas y parcelas de poder de un Estado dirigista, proteccionista,
asistencialista y demagógico, hubo un viraje en la conducción de las riendas de
la república.
La
victoria electoral de Chávez en 1998, cuarenta años después, hizo renacer
esperanzas de redención social y dignificación de los más vulnerables. No se
cumplió ninguno de los objetivos anunciados, sino todo lo contrario; recuperar
la ética pública, atacar frontalmente la corrupción o asegurar la transparencia
en la gestión gubernamental fueron retórica hueca y oportunismo
transgresor para asaltar el erario nacional y arruinar el país. La creciente
bonanza petrolera y los inmensos ingresos del Estado fueron desperdiciados en
derroche clientelar, amiguismo despilfarrador, robo descarado o desviación de
recursos a favor de intereses particulares y partidistas.
El
suicidio del coronel fue resultado de la acumulación de secuelas de la falsa y
depredadora revolución bolivariana y de la difícil situación económica que
sufría. Días antes de ser hallado muerto en su casa, un mensaje a su compañero
del ejército, de apellido Hurtado, anunciaba el desenlace: “…esta situación es
insostenible. Hermano, yo estoy en una crisis económica como nunca en mi vida”.
Centeno fue uno de los artífices del triunfo de la supuesta revolución
bolivariana, segundo comandante de la unidad militar que comandaba Hugo Chávez
el día del golpe. Pese a ser uno de los participantes en la felonía que se
“purificó” e “institucionalizó” con el triunfo presidencial de Chávez, terminó
sus días en la peor miseria, deprimido e implorando ayuda que no consiguió y
que lo llevó a matarse con una pistola calibre 38 de su propiedad, el 8 de
octubre de 2023 en Cagua, estado Aragua, en la urbanización “Ciudad jardín”,
donde residía.
En la
funeraria donde fue velado el coronel, dos coronas florales de magnífica
factura eran prueba muda de la disparidad de su destino y el de sus compañeros
de armas. Enviadas por los militares Diosdado Cabello y José Gregorio Vielma,
ambos en la cúspide del poder del régimen actual venezolano, ebrios de privilegios
y holgura económica, estas ofrendas, de la misma floristería, no pudieron ser
más ofensivas para el muerto, sus amigos de las Fuerzas Armadas y sus
familiares. El pueblo venezolano se los cobrará.
El
segundo hecho que muestra el fracaso del populismo ha sido la victoria
contundente y conmovedora de María Corina Machado en la elección
primaria del 22 de octubre como candidata presidencial para 2024, con el apoyo
de casi 93% de los electores en el país y en el exterior, pese a todos los
obstáculos y zancadillas.
La
energía poderosa de su presencia, su temple, integridad, valentía y decencia la
han convertido en líder incuestionable de las fuerzas democráticas contra la
autocracia de Maduro y la mafia militar civil que controla las instituciones
del país. Pero, sobre todo, revela con sus declaraciones, que ha triunfado una
manera distinta de hacer política, sin cuotas de poder ni repartición de
cargos, sin componendas ni negociados para gobernar.
El
tercero, quedó de nuevo al descubierto con la pretensión de manejar la
justicia como instrumento de control social y persecución política. La
grotesca decisión de la Sala Electoral del Tribunal Supremo de «injusticia» y
la manipulación de un “alacrán” acólito del régimen sobre la “inhabilitación
política” de Machado, ilegal e inconstitucional en el supuesto negado de
haberse dado, fue desenmascarada por respetados juristas venezolanos.
Sus
demostraciones y análisis “para sepultar definitivamente la matriz de opinión
sobre la inhabilitación” son de antología en jurisprudencia y política y
debemos difundirlos al máximo. Destacan los de Román Duque Corredor,
recientemente fallecido; Moisés Troconis, Enrique Sánchez Falcón, José Vicente
Haro, José Ignacio Hernández y Tamara Adrián. Desmontar la politización
efectista y mentirosa de la justicia es derrotar el populismo.
Marta
de la Vega
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