El comandante Manuel León estaba al frente del batallón Caracas el 9 de diciembre de 1824. Pocos datos se han difundido sobre su vida, pero Vicente Pesquera Vallenilla, en su biografía sobre el Mariscal Sucre, contó varios detalles.
Primero debemos recordar que el batallón Caracas era el antiguo Zulia, que por las bajas desde 1821 fue reuniendo soldados de otras agrupaciones. Sucre, en su arenga previa a Ayacucho, le dedicó unas palabras:
Antonio José de Sucre en Ayacucho
“¡Caracas! ¡Guirnalda de reliquias beneméritas (del Caracas, el Zulia y el Occidente, escribe Pesquera Vallenilla), que recordáis tantas victorias cuantas cicatrices adornan el pecho de vuestros veteranos! Ayer asombrastéis al remoto Atlántico en Maracaibo y Coro; hoy, los Andes del Perú se humillarán a vuestra intrepidez. Vuestro nombre os manda a todos ser héroes. Es el de la Patria del Libertador, el de la ciudad sagrada que marcha con él al frente de la América. ¡Viva el Libertador! ¡Viva la cuna de la Libertad!”.
Pesquera Vallenilla cuenta cómo fue la intervención del batallón Caracas, con Manuel León como comandante, durante la Batalla de Ayacucho:
“Habiendo pedido el Libertador a las autoridades de Venezuela un batallón auxiliar, se hizo la recluta en 1824 y se organizaron 3.000 hombres escogidos. El mando de esta fuerza se le confirió al entonces coronel José Gregorio Monagas; pero este jefe tan valiente como denodado, era inexperto para la organización de tropas, y condujo la división hasta la isla de la Pupá, ría de Guayaquil, en un estado de desorganización lamentable.
Súpolo Bolívar, y nombró al general Valerio (Antonio Valero de Bernabé, puertorriqueño, nde) para que se hiciese cargo de ella, la que recibió en la expresada isla, cuando ya no existían de los 3.000 soldados venezolanos sino 1.000.
Al llegar al Callao esta fuerza, dispuso el Libertador se formase con la mitad de ella un batallón al que dio el nombre de Caracas, dejando el resto como auxiliares del sitio del Callao.
Batalla de Ayacucho
El expresado batallón se destinó al Ejército Unido, al mando del comandante Manuel León (barquisimetano), oficial valeroso e inteligente, quien en la marcha, al irse a incorporar al general Sucre, lo fue disciplinando.
Pocas horas antes de romperse las hostilidades en Ayacucho, como cuerpo moderno, formó Caracas a vanguardia de la división del general Córdova, quien llegando a su frente cuando arengaba las tropas independientes, y no teniendo glorias que recordarle detuvo su caballo para interrogarlo.
‘¡Caracas!’, díjole, ‘¿qué pruebas me das de valor?’. El comandante León, león en bravura y coraje, salió al frente de sus soldados y con voz atronadora mandó la siguiente evolución.
‘¡Batallón! ¡Firme! ¡Al hombro, aus! Segunda fila, dos pasos a retaguardia! ¡Descansen, aus! ¡Cartucheras al frente! ¡Cartuchos a la espalda!’, y botando todo el pertrecho se volvió hacia el general Córdova, diciéndole:
-¡Esa, mi general!
Los generales Sucre y Córdova quedaron admirados de este rasgo sin igual de valentía, y en el fragor de la lucha dedicaron parte de su atención en observar el orden en que se batía este cuerpo, pero fue grande su sorpresa al contemplar que siendo objeto de repetidas cargas al arma blanca por parte del enemigo, no cejaba un palmo de terreno.
Este batallón conquistó en el campo de batalla el glorioso nombre de Ayacucho y fueron tan extraordinarias sus proezas en el combate, que de trescientos fusiles que se recogieron de los muertos pertenecientes a él, la generalidad tenían tapados los cañones con sangre coagulada, porque solo hicieron uso los soldados de la bayoneta, sacando varias heridas en el rostro su indomable comandante Manuel León”.
En nota al pie de página, Pesquera Vallenilla habla del cruel destino de León finalizada la Guerra de Independencia:
“El comandante León era rechoncho, de brazos sumamente cortos, por lo que con dificultad podía desenvainar la espada con la destreza que el arma requiere; y cada vez que tenía que ejecutar esta operación, corría hacia adelante para poderla llevar a efecto.
Heroico basta la temeridad, el comandante Manuel León alcanzó merecido renombre por su heroísmo desplegado en la cruenta guerra de la emancipación americana; pero cúpole, como a casi la mayor parte de los jefes que decidieron la batalla de Ayacucho, trágico fin.
Sentenciado a muerte en Guayaquil a principios de 1831, siendo Comandante de Armas e Intendente General de la Provincia el general León de Febres-Cordero, en virtud de mandato de un Consejo de Guerra, por haberse alzado contra las instituciones del Ecuador y tratar de incorporarse al General (Luis) Urdaneta que se hallaba en Cuenca; y no obstante las súplicas, de todas las corporaciones, de los pueblos y del mismo Consejo de Guerra que lo condenó, para que se le conmutara la pena, el Gobierno del Ecuador no accedió, y aquel bravo soldado, con sus sienes orladas con los laureles del mártir y vencedor, fue fusilado.
En aquellos tiempos de odios y rencores, tal vez los magistrados de Guayaquil creyeron obrar bien.
Paz a sus manes”.
Versión de la Batalla de Ayacucho, por Tovar y Tovar
Los generales Sucre y Córdova quedaron admirados de este rasgo sin igual de valentía, y en el fragor de la lucha dedicaron parte de su atención en observar el orden en que se batía este cuerpo, pero fue grande su sorpresa al contemplar que siendo objeto de repetidas cargas al arma blanca por parte del enemigo, no cejaba un palmo de terreno.
Este batallón conquistó en el campo de batalla el glorioso nombre de Ayacucho y fueron tan extraordinarias sus proezas en el combate, que de trescientos fusiles que se recogieron de los muertos pertenecientes a él, la generalidad tenían tapados los cañones con sangre coagulada, porque solo hicieron uso los soldados de la bayoneta, sacando varias heridas en el rostro su indomable comandante Manuel León”.
En nota al pie de página, Pesquera Vallenilla habla del cruel destino de León finalizada la Guerra de Independencia:
“El comandante León era rechoncho, de brazos sumamente cortos, por lo que con dificultad podía desenvainar la espada con la destreza que el arma requiere; y cada vez que tenía que ejecutar esta operación, corría hacia adelante para poderla llevar a efecto.
Heroico basta la temeridad, el comandante Manuel León alcanzó merecido renombre por su heroísmo desplegado en la cruenta guerra de la emancipación americana; pero cúpole, como a casi la mayor parte de los jefes que decidieron la batalla de Ayacucho, trágico fin.
Sentenciado a muerte en Guayaquil a principios de 1831, siendo Comandante de Armas e Intendente General de la Provincia el general León de Febres-Cordero, en virtud de mandato de un Consejo de Guerra, por haberse alzado contra las instituciones del Ecuador y tratar de incorporarse al General (Luis) Urdaneta que se hallaba en Cuenca; y no obstante las súplicas, de todas las corporaciones, de los pueblos y del mismo Consejo de Guerra que lo condenó, para que se le conmutara la pena, el Gobierno del Ecuador no accedió, y aquel bravo soldado, con sus sienes orladas con los laureles del mártir y vencedor, fue fusilado.
En aquellos tiempos de odios y rencores, tal vez los magistrados de Guayaquil creyeron obrar bien.
Paz a sus manes”.
Tomado de:
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