San Josemaría 10 de agosto de 2024
@sJosemaria
Cuanto
más alta se alza la estatua, tanto más duro y peligroso es después el golpe en
la caída. (Surco, 269)
Oímos hablar de soberbia, y quizá nos imaginamos una conducta despótica, avasalladora: grandes ruidos de voces que aclaman y el triunfador que pasa, como un emperador romano, debajo de los altos arcos, con ademán de inclinar la cabeza, porque teme que su frente gloriosa toque el blanco mármol.
Seamos
realistas: esa soberbia sólo cabe en una loca fantasía. Hemos de luchar contra
otras formas más sutiles, más frecuentes: el orgullo de preferir la propia
excelencia a la del prójimo; la vanidad en las conversaciones, en los
pensamientos y en los gestos; una susceptibilidad casi enfermiza, que se siente
ofendida ante palabras y acciones que no significan en modo alguno un agravio.
Todo
esto sí que puede ser, que es, una tentación corriente. El hombre se considera,
a sí mismo, como el sol y el centro de los que están a su alrededor. Todo debe
girar en torno a él. Y no raramente recurre, con su afán morboso, hasta la
simulación del dolor, de la tristeza y de la enfermedad: para que los demás lo
cuiden y lo mimen.
La
mayor parte de los conflictos, que se plantean en la vida interior de muchas
gentes, los fabrica la imaginación: que si han dicho, que si pensarán, que si
me consideran... Y esa pobre alma sufre, por su triste fatuidad, con sospechas
que no son reales. Su amargura es continua y procura producir desasosiego en
los demás: porque no sabe ser humilde, porque no ha aprendido a olvidarse de sí
misma para darse, generosamente, al servicio de los otros por amor de
Dios. (Amigos de Dios, 101)
Tomado
de: https://opusdei.org/es/dailytext/
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