Francisco Fernández-Carvajal 01 de agosto de 2024
@hablarcondios
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Valentía para seguir a Cristo en cualquier ambiente y circunstancias.
—
Vencer los respetos humanos, parte de la virtud de la fortaleza.
—
Muchos necesitan el testimonio claro de nuestro sentir cristiano. Ejemplaridad.
I.
Cuando Jesús inició su vida pública, muchos vecinos y parientes le tomaron por
loco1, y en su primera visita a Nazaret, que leemos en el Evangelio
de la Misa2, sus paisanos se niegan a ver en Él nada sobrenatural y
extraordinario. En sus palabras se puede ver la envidia, apenas
contenida. ¿De dónde le viene a este esa sabiduría y esos poderes? ¿No
es este el hijo del artesano?... Y se escandalizaban de Él.
Desde el principio, Jesús arrostró una corriente de maledicencias y de desprecios, nacidas de egoísmos cobardes, porque proclamaba la Verdad sin respetos humanos. Esa corriente iría aumentando con los años, hasta desatarse en calumnias y en persecución abierta, que le llevaría a la muerte. Sus mismos enemigos reconocerán en ocasiones diversas: Maestro, sabemos que eres sincero y que con verdad enseñas el camino de Dios, sin darte cuidado de nadie, y que no haces acepción de personas3.
La
misma disposición –desprendimiento de juicios y alabanzas– pide el Maestro a
sus discípulos. Los cristianos debemos cultivar y defender el debido prestigio
profesional, moral y social, justamente labrado, porque forma parte de la dignidad
humana, y para llevar a cabo la labor apostólica que hemos de realizar en medio
de nuestras tareas. Pero no debemos olvidar que, en muchas ocasiones, nuestra
conducta chocará con el comportamiento de los que se oponen a la moral
cristiana, o de aquellos otros que se han aburguesado en el seguimiento de
Cristo. Además, el Señor nos puede pedir también –en circunstancias
extraordinarias– que renunciemos incluso a ese patrimonio de honra, y aun a la
misma vida. Y a eso estamos dispuestos, con la ayuda de la gracia. Todo lo
nuestro es del Señor.
El
cristiano debe rechazar el miedo de parecer chocante si, por vivir como
discípulo de Cristo, su conducta es mal interpretada o claramente rechazada.
Quien ocultara su condición de cristiano en medio de un ambiente de costumbres
paganas, se doblegaría, por cobardía, al respeto humano, y sería merecedor de
aquellas palabras de Jesús: quien me niegue ante los hombres, Yo también
le negaré ante mi Padre que está en los cielos4.
El Señor nos enseña que la confesión de la fe –con todas sus consecuencias, en
cualquier ambiente– es condición para ser discípulo suyo.
De
este modo se comportaron muchos fieles seguidores de Jesús, como José de
Arimatea y Nicodemo, que –siendo discípulos ocultos del Señor– no tuvieron
inconveniente en dar la cara a la hora en que humanamente parece todo perdido,
pues Jesús ha muerto crucificado. Ellos, al contrario de otros, «son valientes
declarando ante la autoridad su amor a Cristo –“audacter”– con audacia, a la
hora de la cobardía»5.
Así se comportaron después los Apóstoles, que se mostraron firmes ante el abuso
del Sanedrín y ante las persecuciones de los paganos, bien convencidos de que
la doctrina de la Cruz de Cristo es necedad para los que se pierden,
pero para los que se salvan, para nosotros, es fuerza de Dios6.
Y el mismo San Pablo, que nunca se avergonzó de predicar el Evangelio, escribía
a su discípulo Timoteo: no nos ha dado Dios un espíritu de temor, sino
de fortaleza, de amor y de templanza. No te avergüences jamás del testimonio de
nuestro Señor7.
Son palabras dirigidas hoy a nosotros para que mantengamos la fidelidad al
Maestro cuando las circunstancias o el ambiente se presenta adverso.
II. La
vida del cristiano ha de desarrollarse llena de normalidad, allí donde le ha
tocado vivir, pero con frecuencia representará un fuerte contraste con modos de
obrar tibios, aburguesados o indiferentes, y más con tantos comportamientos
anticristianos, que no raramente son indignos de un ser humano. En estos casos,
es lógico que la diferencia sea más llamativa; y no ha de sorprendernos que
quienes actúan al margen de las enseñanzas de Cristo juzguen injustamente a los
cristianos y que exterioricen esos juicios con ironías, comentarios mordaces e
incluso con palabras ofensivas. Lo mismo sucedió a Nuestro Señor.
Quizá
no se trate, normalmente, de sufrir grandes violencias físicas por causa del
Evangelio, sino de soportar murmuraciones y calumnias, sonrisas burlonas,
discriminaciones en el lugar de trabajo, pérdida de ventajas económicas o de
amistades superficiales... A veces, quizá en la misma familia o con los amigos
será necesaria una buena dosis de serenidad y fortaleza sobrenatural para
mantener una postura coherente con la fe. Y en esas incómodas situaciones se
puede presentar la tentación de escoger el camino fácil y evitar en los otros
un movimiento de rechazo, de incomprensión, incluso de burla, a costa de ceder
en la postura que debe mantener siempre un buen cristiano; puede meterse en el
alma la idea de no perder amigos, de no cerrarse puertas por las que quizá será
necesario pasar más tarde... Viene la tentación de dejarse llevar por los
respetos humanos, ocultando la propia identidad, la condición de discípulos de
Cristo que quieren vivir muy cerca de Él.
En
esas situaciones difíciles, el cristiano no debe preguntarse qué es lo más
oportuno, aquello que será bien acogido o aceptado, sino qué es lo mejor, qué
espera el Señor en aquella concreta circunstancia. Muchas veces los respetos
humanos son consecuencia de la comodidad de no llevarse un pequeño mal rato,
del afán de agradar siempre o del deseo de no distinguirse dentro de un grupo.
Y quizá el Señor espera eso, que nos distingamos, que seamos coherentes con la
fe y el amor que llevamos en el corazón, que expresemos, aunque solo sea con el
silencio, con unas pocas palabras, con un gesto o con una actitud... nuestras
convicciones más profundas. Esta firmeza en la fe, que se transparenta en la
conducta, es frecuentemente, sin darnos cuenta, el mejor modo de expresar el
atractivo de la fe cristiana, y el comienzo del retorno de muchos hacia la Casa
del Padre.
Para
muchos que comienzan a seguir a Cristo, este es uno de los principales
obstáculos que se presentarán en su camino. «¿Sabéis –pregunta el Santo Cura de
Ars– cuál es la primera tentación que el demonio presenta a una persona que ha
comenzado a servir mejor a Dios? Es el respeto humano»8,
porque toda persona normal posee un sentido innato de vergüenza que la lleva a
rehuir aquellas situaciones que la ponen en evidencia delante de los demás.
Esta será nuestra mayor alegría: dar la cara por Jesucristo, cuando la ocasión
lo requiera. Jamás nos arrepentiremos de haber sido coherentes con nuestra fe
cristiana.
III.
Muchas personas están a nuestro alrededor esperando el testimonio claro de un
sentir cristiano. ¡Cuánto bien podemos hacer con la conducta! ¡Qué necesitado
está el mundo de cristianos trabajadores, amables, cordiales y firmes en su fe!
A veces oímos hablar de un «artículo valiente» porque ataca el magisterio del
Papa o porque defiende el aborto o los anticonceptivos... Sin embargo, lo
valiente en la época en que nos ha tocado vivir es precisamente defender la
autoridad del Romano Pontífice en lo que a la fe y a la moral se refiere,
defender el derecho a la vida de toda persona concebida, tener –si esa es la
voluntad de Dios– una familia numerosa o defender la indisolubilidad del matrimonio.
¡Cuántos corazones vacilantes han sido fortalecidos por una actuación llena de
firmeza!
Es
necesario y urgente obtener de Dios, si nos faltara, la audacia propia de los
hijos de Dios para vencer los temores. No podemos permitir que al Señor se le
expulse o se le ponga entre paréntesis en la vida social, que hombres sectarios
pretendan relegarlo al ámbito de la conciencia individual amparados en la
inoperancia de gente buena acobardada.
No nos
ha de extrañar sentir la tentación de pasar inadvertidos en determinadas
situaciones que resultan conflictivas, a causa del Evangelio. El mismo San
Pedro, después de haber sido confirmado como Cabeza de la Iglesia, después de
recibir el Espíritu Santo, por respetos humanos cayó en pequeñas concesiones
prácticas al ambiente adverso, que le fueron señaladas por San Pablo con
firmeza y lealtad9.
Este episodio, lejos de empañar la santidad y la unidad de la Iglesia, demostró
la perfecta unión de los Apóstoles, el aprecio de San Pablo hacia la Cabeza
visible de la Iglesia y la gran humildad de San Pedro para rectificar. También
nosotros nos podemos ayudar mucho si en estos casos, con fortaleza y aprecio
verdadero, practicamos la corrección fraterna, como hacían los cristianos de la
primera hora.
El
Señor nos da ejemplo de la conducta que hemos de seguir. Él sabía, desde aquel
día en Nazaret, que muchos no estarían de acuerdo con Él. Jamás actuó de cara a
los hombres; solo le importó una cosa: cumplir la voluntad del Padre. Nunca
dejó de curar, por ejemplo, en sábado, aunque bien sabía que estaban espiándole
para ver si curaba en ese día10.
Jesús sabe lo que quiere, y lo sabe desde el principio. Jamás se le ve en todo
su ministerio, ya sea en sus palabras o en su modo de actuar, vacilar,
permanecer indeciso, y menos volverse atrás. Jesús pide esta misma voluntad
firme a los suyos. «Con ello infunde a sus discípulos su modo de ser. Están muy
lejos de Él la precipitación y más aún la indecisión, las claudicaciones y las
salidas de compromiso. Todo su ser y su vida son un “sí” o un “no”. Jesús es
siempre el mismo, siempre dispuesto, porque cuando habla y cuando obra, siempre
lo hace con plena lucidez de conciencia y con toda su voluntad»11.
Pidamos
a Jesús esa firmeza para guiarnos en toda circunstancia por el querer de Dios,
que permanece para siempre, y no por la voluntad de los hombres, que es
cambiante, antojadiza y poco duradera.
1 Mc 3,
21. —
2 Mt 13,
54-58. —
3 Mt 22,
16. —
4 Mt 10,
32. —
5 Cfr. San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 841. —
6 1
Cor 1, 18. —
7 2
Tim 1, 7-8 —
8 Santo
Cura de Ars, Sermón sobre las tentaciones. —
9 Gal 2,
11-14. —
10 Mc 3,
2. —
11 K.
Adam, Jesucristo, Herder, Barcelona 1970, p. 95.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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