Julio César Arreaza B. 16 de septiembre de 2024
Los
dictadores no saben leer y suelen desconocer esta simple -sólo en apariencia-
frase: “Se me pasó mi hora”. La realidad termina indefectiblemente golpeando a
los gamonales que decidieron marchar a contrapelo de la historia y terminaron
condenados, por su desvarío, en la repulsa colectiva y yaciendo eternamente en
el cementerio del olvido.
Hay
que verse en el espejo de Alberto Fujimori, quien acaba de fallecer a los 86
años.
Al cabo de dos años de haber accedido al poder, en 1990, por el voto popular, resolvió, infaustamente, cerrar el Congreso y destituir a una porción importante de jueces.
Se
reeligió por tercera vez, no le fueron suficientes 10 años instalado en la
presidencia, y se llevó por el medio la Constitución perpetrando una monumental
trampa. No le quedó otra debido al rechazo popular, sino de salir huyendo en el
avión presidencial hasta Tokio, desde donde le tocó la indigna y humillante
tarea de renunciar a la presidencia mediante un fax.
Permaneció
allí 5 años, sin problemas, porque gozaba de la nacionalidad japonesa. Se había
sobrestimado, primeramente, al realizar una trampa evidente y posteriormente
por creer, equivocadamente, que gozaba de la misma popularidad de la cual
disfrutó, ciertamente, ante los peruanos en los primeros años en el poder. Esto
lo animó a regresar al Perú y fue apresado en Chile al hacer escala y luego
extraditado a su patria.
Del
año 2000 hasta 2004, permaneció prácticamente encarcelado. Su error en la
interpretación de su hora no le dejó apreciar claramente el mejor panorama y
futuro, que era el de vivir sus años finales en Tokio y se hubiere evitado el
carcelazo. Sin duda el apetito desmedido de permanecer en el poder nubla la
mente y envenena el alma.
Los
dictadores al morir no merecen el aplauso de sus pueblos, su falta de cultura
democrática los impulsa a aniquilar al mejor sistema político desde las mismas
entrañas del poder. No tienen compromiso con la cultura de la libertad, la
democracia reparte el poder para que nadie lo disponga absolutamente. Son
ignorantes de la historia y no alcanzan a vislumbrar su triste final. Por no
saber dar un paso al costado incurrieron en dañar a su país y a las sucesivas
generaciones.
Estas
consideraciones aplican al intergaláctico y a los usurpadores del poder. No hay
fuerza mayor como la libre expresión de la voluntad popular, lo cual se
verificó en Venezuela y ha sido reconocido por el mundo democrático.
El
régimen debe saber oír, por su bien, los aldabonazos de la historia: Ya pasó su
hora y terminó su ciclo en el poder.
¡Libertad
para Javier Tarazona, los policías metropolitanos, los comandos de Vente, Rocío
San Miguel, Dignora Hernández, Henry Alviarez, Carlos Julio Rojas y los
hermanos Guevara! ¡No más prisioneros políticos, torturados, asesinados ni
exiliados!
Julio
César Arreaza B.
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