Por Luis Vicente León | 4 de Septiembre, 2013
Ha sido interesante oír las
declaraciones recientes de Nelson Merentes, Ministro de Finanzas, pues de ellas
se desprenden, sin necesidad de mucho pensamiento abstracto, que el gobierno
está buscando (sin encontrarlos) mecanismos desesperados para desanudar el
enredo que la revolución misma ha creado con el absurdo control de cambio —con
topping de Ley de Ilícitos Cambiarios—
que tiene a la economía literalmente boqueando.
Pero lo interesante realmente no es
que el ministro diga eso. Lo había hecho antes, de una y otra manera. Incluso
desde que estaba en BCV, una de las razones por las cuales se creía que había
sido nombrado en Finanzas: para representar a los pragmáticos en el nuevo
gobierno y buscar soluciones más modernas que las que hemos visto en concreto.
Lo clave es que lo diga así, como si lo dijera usted o yo. Es decir: como
cualquier otro que observa pero no tiene la capacidad de influir en las
decisiones de Estado. Como si él no tuviera vela en ese entierro.
Merentes le ha dicho a cuanta misión
extranjera que pasa por Caracas —que, por cierto, empiezan a reducirse
dramáticamente al ritmo de la caída en el precio de los bonos venezolanos— que
pronto habrá cambios inminentes en el modelo de control.
De lo que dicen entender los
visitantes, uno interpreta que Merentes piensa que es imposible avanzar en la
estabilización de la Economía sin permitir que las empresas tengan acceso a las
divisas y sin que el mercado negro sea despenalizado. Que su propuesta concreta
es regresar a un mercado múltiple legal, en el cual una parte de las importaciones
reciba divisas baratas y las otras (no susceptibles a recibir dólares regalados por CADIVI y SITME) se
realicen a través de algún mecanismo equivalente a la permuta del pasado, pero
algo más regulado por el Estado.
Merentes parece partir de la premisa
de que, tal como está el marco jurídico vigente, las acciones económicas del
Estado están amarradas por una camisa de fuerza que los condena a mantener la
locura que heredaron del gobierno anterior. Y me refiero al gobierno de Chávez
y Giordani, no al de la Cuarta República, que ya parece tan lejano como el
Imperio Romano (y resulta ridículo seguir echándole la culpa de todo).
Así que uno se pregunta: si el
Ministro está tan clarito y, además, tiene razón, ¿por qué es que todavía
seguimos en este merequetén? Probablemente la respuesta esté en el plano
político y no en el de la racionalidad económica. Es evidente que, con la
excepción de Giordani (quien tiene una teoría económica propia y creativa,
distinta a la planteada en cualquier modelo moderno y exitoso que se ejecute en
cualquier parte del mundo de hoy), todos los economistas, buenos, regulares y
malos, por fin coinciden en que el cuento del control de cambios estricto y la
subsidiadera a toda la economía es inaguantable. Y también están de acuerdo en
que mantener el mercado paralelo prohibido e ilegal, lejos de evitar la crisis,
le echa candela. Y en que la razón real de que el dólar negro sextuplique al
oficial es la mezcla explosiva de ausencia de oferta con costos añadidos por la
ilegalidad de sus operaciones, cuando la mismas son indispensables para que el
país siga operando.
No hay ninguna otra forma de salir del
ojo del huracán que no sea pagando el costo de los errores cometidos. Es decir:
si quieren resolver el problema, tendrán que reconocer que la embarraron y
asumir el costo de la devaluación y la inflación inicial (con todas sus
implicaciones políticas), como el único medio para rescatar equilibrios a
mediano plazo y poder maniobrar exitosamente en el futuro.
En una campaña electoral que se les ha
convertido en plebiscito, los grados de libertad para tomar decisiones
inteligentes pero costosas se restringen. Sin embargo, es preocupante saber
que, desde el principio del gobierno de Nicolás Maduro, Merentes reconocía las
causas de la crisis y aún no haya pasado nada para resolverla. No hay país que
aguante la decisión de mantener el regalo de dólares a Bs. 6,30 (o Bs. 10, en
el SICAD). La demanda es infinita y el precio es absurdo.
La historia ha demostrado
sistemáticamente que una vez que permites que el precio del dólar innombrable
toque un pico, incluso cuando hagas lo correcto, siempre regresará a ese punto
alto. Porque lo que refleja el costo del dólar negro es la ausencia de oferta y
la ilegalidad de operar con él. Si no se resuelves ambas cosas, es imposible
bajar su precio.
Ha sido el propio Merentes quien se ha
mostrado más claro en cuanto a la necesidad de apertura en el mercado
cambiario, pero no ha avanzado en ese sentido. Tiene toda la razón cuando
señala que el mercado negro está desatado debido a las restricciones legales,
pero eso era algo completamente previsible desde el principio de las medidas de
control cambiario. Ninguna de las distorsiones cambiarias de hoy puede
sorprenderlos, porque es algo que sucede al establecer los controles y
restricciones.
Desde cuando el precio del dólar
innombrable cuadruplicaba el oficial, todas las voces alertaron sobre el
impacto demoledor en la economía. Hoy, cuando lo sextuplica, las consecuencias
son muchas y las acciones obvias. El Gobierno podría quemar algunas reservas
para subsidiar parte del mercado, pero ni siquiera las reservas enteras le
alcanzarían para subsidiar toda la economía nacional. No existe ninguna forma
de rescatar equilibrios perdidos sino pagando el costo del error cometido (y
sostenido durante tanto tiempo) y despenalizar el mercado negro.
El mercado negro es apenas una pequeña
parte del mercado total, pero afecta toda la economía y determina su
desenvolvimiento. Mientras más se tarden en abrirlo para restablecer el
equilibrio, más alto será el costo a pagar en devaluación requerida. El
problema cambiario que se vive en Venezuela no es un asunto de ingresos
petroleros, sino de criterio económico. El control es devastador.
Es inviable que el gobierno persista
intentando subsidiar con dólares baratos a toda la economía, pero no hay
ingreso que aguante una hemorragia permanente de dólares regalados. La
despenalización del mercado negro abrirá una nueva ventana para atender el
problema de desabastecimiento y permitirá que la economía vaya recuperando poco
a poco su capacidad de reacción, controlando la demanda excesiva de dólares con
lo único que se puede controlar: el bloqueador del precio.
El Gobierno ha demorado mucho en tomar
decisiones indispensables y, con la tasa de cambio negra actual, la brecha es
tan estrambótica que los costos de salida serán estelares. Pero el costo de no
hacerlo será infinitamente mayor, pues significa el colapso cantado de la
oferta de bienes y servicios, además de la inflación galopante e imparable de
la economía nacional.
El ministro Merentes tiene razón: hay
que entregar divisas a los empresarios y liberar el mercado cambiario y, aunque
sin duda tendrá costos políticos de corto plazo, la situación se vuelve
desespero y cada semana que pasan haciéndose los pendejos se pagará con creces.
El Ministro parece haber hecho una
modificación a la celebre frase del escritorio presidencial norteamericano que
decía “la economía, estúpido”, adaptándola al caso venezolano: un potente: “El
dólar, estúpido”.
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