En entrevista con
Semana.com, el sicólogo Axel Capriles explica cómo ha sido el duelo en el país
vecino.
Por Catalina Lobo-Guerrero, corresponsal de SEMANA en
Caracas
Semana.com: Muchos venezolanos hoy
dudan que Hugo Chávez murió realmente el 5 de marzo por el secretismo que hubo
en torno a su enfermedad y sus últimos días. ¿Cómo ha afectado esa
incertidumbre el proceso de duelo colectivo del país?
Axel Capriles: La intención del gobierno ha sido
mantener esa imprecisión, el misterio y la incertidumbre constante. Eso no te
permite enterrar al muerto y la figura de Chávez permanece viva en la política
venezolana. Es su espíritu rector el que está al mando de la revolución y, los
que están ahora en el poder, no son más que sus ejecutores.
Semana.com: Eso se empezó a preparar
antes de que falleciera. Cuando finalmente muere, el chavismo no habla de
“enterrar” al comandante, hablan de “sembrar” a Chávez, que luego se
multiplica, y así no lo dejan morir.
A. C.: Es que así no hay luto. ¿Qué es
el luto? Es la capacidad psíquica de desprenderte de alguien que había captado
tu emoción y tus relaciones. Por ejemplo, los yanomamis tienen unos ritos
funerarios muy interesantes. Ellos queman al muerto, hacen una gran fiesta en
la que cocinan una sopa de plátano con los huesos del muerto, se la toman y
dejan parte de esos huesos durante seis meses guardados. Al pasar ese tiempo,
que es justo el mismo que lleva Chávez muerto, vuelven a hacer una gran
celebración, queman todo lo del muerto y nunca más vuelven a hablar de él. Así
hacen una ruptura entre el mundo de los vivos y los muertos. Lo mandan hacia el
inconsciente, diríamos en psicología. Pero aquí no se ha querido hacer eso, al
contrario, han querido mantenerlo vivo.
Semana.com: El mismo partido de
gobierno anunció esta semana que en el tarjetón de candidatos a alcaldías en
las elecciones de diciembre va a aparecer la mirada de Chávez como símbolo del
PSUV.
A. C.: Sí, los ojos de Chávez van a
estar presentes, supervisándote, como un fantasma insepulto viéndote en el
momento en que estás haciendo esa elección. Y puede ser una mirada que te
castiga. El mensaje ha sido que Chávez vive y la lucha sigue.
Semana.com: ¿El gobierno ha querido
mantenerlo vivo y ha impulsado ese fanatismo entre sus seguidores, pero
pareciera tan exagerado a veces que se podría decir que han “matado” la
espontaneidad del fervor?
A. C.: Yo pensé que la figura de Chávez iba a
ser muchísimo más poderosa e iba a estar más presente en la gente de lo que ha
estado realmente. Días antes habrían lanzado fuegos artificiales de
conmemoración de la muerte del presidente, y no lo hay. No hay ese espíritu. La
gente está tan metida en lo cotidiano, en la supervivencia, que la figura de
Chávez ha retrocedido y se ha ido a la parte trasera.
Semana.com: Pero en los días del
funeral había que ver las filas de los seguidores del presidente en llanto.
¿Usted cree que para esa gente ya pasó el dolor de la pérdida, que se calmó?
A. C.: No creo que se haya calmado todavía.
Pero sí creo que no ha tenido la calada que todos esperábamos. La fuerza de
Chávez era su labia, su histrionismo, sus formas, su mímica, su fuerza
corporal, pero no era un mensaje que tuviera un cuerpo de contenido cierto,
fuerte. Al faltar esa retórica, ese histrionismo, sus explosiones, su humor,
sus giros divertidos pareciera que su legado se está desvaneciendo.
Semana.com: ¿O sea que lo que la gente
añora más de Chávez es su parte “Light”? ¿El contenido y el fondo de lo que él
significaba como símbolo de una supuesta revolución, no era tal?
A. C.: Era como esa persona que estás
encantado con ella cuando la conoces, pero cuando te vas recuerdas que la
pasaste muy bien con ella pero no te acuerdas lo que te dijo. Y te quedas
pensando que al fin de cuentas no te dijo nada importante. Creo que ese es un
poco el fenómeno. Y lo que está pasando es que todo su planteamiento
ideológico, todo su planteamiento central, está perdiendo fuerza como
ideología. La revolución se está volviendo una maquinaria de poder donde el
aspecto ideológico que Chávez exaltaba ha pasado a segundo lugar.
Semana.com: Pero Chávez murió en la
gloria y hasta la misma oposición está diciendo que extraña a Chávez, porque él
no hubiera permitido los excesos que se le están viendo a sus sucesores.
A. C.: Porque la oposición teme a ese
desenganche emocional que hay entre la población y la figura de Chávez. Y como
ya está muerto no es un obstáculo concreto. Más bien trata de enfrentar a
Maduro y a las personas que están en el actual gobierno, dejando que Chávez se
mantenga en el espacio mítico, religioso, que ya es intocable. Ese es el
pragmatismo de la oposición con el cual yo estoy totalmente en desacuerdo
porque a mi sí me parece que el problema fundamental de Chávez no era Chávez.
El problema central es desmontar lo que significa Chávez como imagen y la
necesidad que tuvo la sociedad de personificar así a un líder. Hay sectores de
la población que siempre lo van a tener como un santo, que lo van a tener en su
panteón, en su parte mítica, como ese vengador social. Pero yo creo que el
colapso del modelo de gobierno con el cual él se comprometió, y por el cual él
murió, porque hay un elemento heroico ahí de que él se sacrifica por el triunfo
de la revolución, tiene que afectar su figura misma.
Semana.com: ¿Entonces usted cree que
la historia sí le va a pasar la factura a Chávez cuando se termine de decantar
toda esta emocionalidad en torno a él y cuando los venezolanos finalmente
asimilen que se murió?
A. C.: Es que la figura de Chávez hoy
sigue siendo el poder. Sigue siendo el que manda, entonces las desgracias del
presente sí son atribuibles al modelo político que él representa, que no fue el
caso de Bolívar porque su proyecto no culminó, lo apartaron, lo traicionaron,
etc. Y por eso es que empieza la construcción del culto a Bolívar. En este
caso, lo que puede ser el culto a Chávez no está funcionando como una
imaginería compensatoria al poder, porque Chávez todavía es poder.
Semana.com: No sé qué tanta conciencia
hay entre la población que esas fallas de la gestión del gobierno que se han
hecho tan visibles ahora que no está Chávez, son consecuencia de Chávez y no de
sus sucesores. Porque incluso cuando estaba vivo la gente decía que el
presidente no era el problema, sino su entorno.
A. C.: Eso va a estar allí. Chávez está
asociado también a un momento de grande afluencia de la riqueza petrolera. La
gente recuerda eso y no necesariamente se da cuenta de las consecuencias de eso
a largo plazo. Pero insisto, la propaganda consistente del gobierno es que es
Chávez el que gobierna, que las políticas de Chávez son las que están en
funcionamiento, que se están siguiendo las directrices que dejó. Eso está
trabajando en contra de la mitificación misma del comandante.
Semana.com: Y en contra del mismo
Maduro, que no está haciendo un gobierno de Maduro, sino tratando de ser
Chávez.
A. C.: Sí, está actuando en contra de los
dos, tanto del proceso de mitificación de Chávez, como de la construcción del
propio liderazgo de Maduro, que hubiera podido ser una figura histórica
importante, como un líder de transición hacia las transformaciones que exige el
país. Pero Maduro lo que ha exacerbado es el histrionismo de Chávez. Se ha
convertido en una carrera de espectáculos porque gobernar es mantener un show
en Venezuela. Ese histrionismo es muy vacío, porque en el caso de Maduro no
estamos viendo ideas, no hay propuestas ideológicas. Entonces nos está quedado
el histrionismo puro.
Semana.com: Esa podría ser una de las
razones por las cuales Maduro no obtuvo tampoco una votación más holgada,
porque la gente se da cuenta que es un show, que él no puede ser Chávez, así él
se presente como el hijo del comandante.
A. C.: Es que uno de los elementos claves de
Chávez fue su autenticidad. Así hubiera sido políticamente incorrecto, eso fue
muy importante. Y en el caso de Maduro al ser una réplica, pierde la fuerza que
tiene esa espontaneidad. Además, el carisma no es algo que se pasa de una
persona a otra, es el producto de una relación y una circunstancia, es algo que
sucede a doble vía.
Semana.com: ¿Por qué hay la necesidad
para muchos venezolanos de creer en este tipo de personajes endiosados, la
figura del libertador, del redentor, de alguien que los salve como súper
hombres? Porque es algo que se ve también con Henrique Capriles.
A. C.: Hay una urgencia, una necesidad muy
profunda de idealizar a alguien por parte de la sociedad venezolana. Lo
atribuyo a que, en el fondo, la auto estima del venezolano está muy dañada,
golpeada, porque ha sido un pueblo pisoteado y humillado, excluido y abusado.
El poder en Venezuela se caracteriza por el abuso.
Semana.com: Pareciera todo lo
contrario porque hay tantos venezolanos con un súper ego nacionalista.
A. C.: Lo que se ve en la psicología es que
cuando construyes esos excesos de grandiosidad, esos héroes máximos, cuando
construyes el gran Chávez, la gran figura, y haces de muy pequeñas cosas algo
sumamente grande, esas ínfulas reflejan o tapan una herida profunda. Venezuela
es de América Latina el país más orgulloso de su nacionalidad. Constantemente
estamos alabando nuestra gran gesta heroica, alabando el gran pueblo que somos,
el pueblo heroico venezolano. Lo oyes todo el tiempo, que somos el mejor país
del mundo. ¿Pero somos el mejor por qué? No hay una argumentación de por qué
somos así. Desde la gesta heroica no hemos hecho más nunca nada.
Semana.com: ¿Entonces ha sido una
tragedia para los venezolanos que en el país haya nacido Bolívar, el gran
libertador de América, porque no van a poder superarlo?
A. C.: Nunca voy a ser tan grande como el
padre, como el héroe, yo me siento menos. Entonces necesito idealizar y voy
construyendo esas figuras idealizadas, a lo largo de la historia de Venezuela.
Y el patrón es que es gente que habla muy bien, que tiene “un pico de oro”,
que dice cosas muy bonitas, pero al ver el contenido, es totalmente
superficial. Creas grandiosidad para compensar el vacío.
Semana.com: Chávez se la pasó en
campaña durante el tiempo que gobernó. Pareciera que cada elección, incluso las
locales eran un plebiscito a favor o en contra de él, y de campaña en campaña
alimentaba esa emocionalidad permanente tan útil para mantenerse en el poder.
Después de que pasen las elecciones de diciembre, y luego de que la
emocionalidad se decante nuevamente, ¿usted cree que el país va a elaborar
finalmente el duelo y entender qué fue lo que pasó en estos 14 años?
A. C.: No hemos podido tocar fondo porque
estamos constantemente en esa emotividad o emocionalismo extremo, y en ese
histrionismo político que capta la energía psíquica de la población. Entonces
cuando algo te podría impactar emocionalmente o cuando algo te podría llevar a
una reflexión, inmediatamente hay otro show montado con gran emotividad que
vuelve a captar tu energía y tu psiquismo. Y el suceso electoral no deja que
esa fricción haga su trabajo, pero sí pienso que en los años por venir habrá un
replanteamiento y en ese proceso tiene que venir una reconsideración del propio
ciudadano sobre cuál es su rol en la sociedad. Un individuo que está dado a la
idealización de un líder, sobre el cual delega toda su responsabilidad, no
puede construir una relación de sociedad con el Estado.
Ahora, lo que más me ha llamado la
atención de este momento es que estamos en plena fase de transición, un periodo
liminal en donde hay una tremenda confusión interna, respecto a nuestra
identidad colectiva y nuestra imagen del país. Hace poco hice un trabajo
comparando los índices de felicidad con las emociones que siente la gente. En
los mismos años en que los venezolanos aparecen como uno de los pueblos más
felices, describen que las emociones que sienten son desconfianza, miedo,
tristeza.
Semana.com: ¿Cómo así?
A. C.: Lo que estoy viendo es que hay
una doble narrativa, una imagen sobre lo que somos o debemos ser, y una imagen
sobre lo que estamos sintiendo realmente que nos está pasando. Y esa falta de
integración es precisamente porque estamos en un momento de deslizamiento, de
cambio y transición. La gente está dividida internamente, como en la vida
privada, en la que hay momentos en que uno está en disonancia cognitiva y
afectiva. Estamos en ese proceso que no se ha hecho muy consciente
todavía.
Semana.com: Ya que usted habla de la
vida privada, Chávez llegó a ser invasivo hasta con la vida privada de los
venezolanos, en el sentido de que se atravesó en sus relaciones familiares y de
pareja. Por él hubo matrimonios y relaciones que se rompieron o se unieron.
¿Qué le sucede a la gente, en su cotidianeidad y en su vida privada, ahora que
él no está?
A. C.: Chávez había vaciado al venezolano de
vida privada. La gente va a terapia, a psicoanálisis, a hablar de su propia
vida. Pero la gente aquí iba a hablar de política, de Chávez. Todos mis colegas
lo decían. La gente gastaba la mayor parte de la hora de consulta en eso porque
Chávez ocupó el espacio psíquico de los venezolanos. Ese espacio está vacío
ahora, como una casa sin muebles, buscando nuevas figuras, y ahí está el
peligro, que se llene con otro Chávez, con otra figura que ocupe ese espacio.
Allí es donde creo que debe haber un verdadero trabajo por hacer si queremos
construir sociedad, donde cada quien puede trabajar ese espacio y llenarlo de
proyectos sociales, artísticos, literarios, de proyectos productivos, donde
cada quien vuelva a vivir una vida personal, y con esa vida personal contribuir
al bien común.
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