Escrito por Trino Márquez
(sociólogo) Jueves, 05 de Septiembre de 2013
@trinomarquezc
Si Nicolás Maduro hubiese nacido en la
Edad Media, con seguridad habría pertenecido a alguno de los numerosos grupos
escolásticos que se formaron durante ese largo período de la humanidad. Todos
los problemas reales, tan concretos como el acero, el presidente a juro trata
de resolverlos de forma nominal, con lugares comunes y organismos con los
cuales resulta sencillo formar unas siglas. El gigantesco apagón del martes 3
de septiembre fue la materialización del “golpe eléctrico” tramado por la
ultraderecha apátrida. Este desaguisado lo lleva a construir entes fantasmales
como el “Estado Mayor Eléctrico”, la “Unidad de Inteligencia del Sistema
Eléctrico” y la “Misión Eléctrica Venezuela”. Nominalismo del más ramplón. La
realidad se afronta con fórmulas alquimistas. Los problemas no residen en la
infinita incapacidad de un equipo inepto, sino en la perversa intención de unos
opositores tan poderosos, y a la vez tan ingenuos, que a pesar de haber
triunfado el 14 de abril, se dejaron despojar de la victoria.
La enorme crisis eléctrica que venía
anunciándose desde hace ocho años la hemos visto avanzar en capítulos que se
repiten cada cierto tiempo con la monotonía de los relojes suizos. Hace cinco
años, cuando aún reinaba el caudillo, Caracas y algunas ciudades del interior
padecieron dos apagones que paralizaron el metro de la capital y dejaron en la
oscuridad a casi la mitad del país. En aquel momento el autócrata, auxiliado
por los hermanos Castro, apeló a la peregrina tesis del saboteo. Los expertos
en la materia demostraron que el sistema eléctrico necesitaba, para seguir
operando, de una inversión de al menos
cuatro mil millones de dólares anuales durante un lapso de seis años, y que mientras esa operación no se
efectuara. se mantendrían los problemas en la generación, transmisión y
distribución del fluido eléctrico. El caudillo pensó que esos eran presagios de
Casandras tropicales. Colocó algunos paños calientes aquí y allá, pero jamás
encaró la crisis con la gravedad que la
falla ameritaba. Los problemas se acumularon. Los apagones se repitieron.
Caracas, por una decisión estrictamente política, quedó protegida. Se sacrificó
a la provincia para evitar el impacto expansivo que produciría la crisis en la
capital. Esta estrategia duró un tiempo, pero, como ocurre con los errores
gruesos, no podía evitarse indefinidamente que sus consecuencias negativas se
produjeran. Ahora estalló la bomba de tiempo: casi toda Venezuela quedó
afectaba por la negligencia oficial.
El gobierno no puede descargarse de su
responsabilidad acusando a la oposición de un supuesto escamoteo. Este ardid,
tramado en asociación con los cubanos, no resiste el menor análisis, ni
siquiera para sus propios partidarios. El pueblo chavista durante años ha
señalado la deficiencia del servicio eléctrico. Ha dicho que pierde sus
neveras, sus televisores y los pocos artefactos electrodomésticos que puede
comprar, porque la luz se va a cada rato. Le ha reclamado a las alcaldías y a
las gobernaciones indemnizaciones por los daños causados.
Para ese pueblo el argumento de Maduro
constituye una burla y un insulto, aunque no una sorpresa. Ya conoce los
desbarros de su presidente. Toda la acción de su gobierno es una gran chacota.
Maduro va a Guyana, y compromete los intereses nacionales por generaciones. Le
dirige una comunicación personal a Obama, y la carta resulta un esperpento que
parece escrito por uno de sus peores enemigos. Intenta poner orden en el
mercado de divisas y controlar el dólar
paralelo, pero lo que crea es un enredo que ni siquiera sus “economistas”
logran descifrar. Trata de detener la inflación y lo que hace es dispararla.
Aplica el Plan Patria Segura y al poco tiempo unos guardias nacionales matan a
una madre de familia y a una de sus hijas, mientras unos asaltantes de camino
roban nada más ni nada menos que a la hija del ministro de Relaciones
Interiores, general Miguel Rodríguez Torres, responsable del malhadado plan.
El desprecio al trabajo profesional
serio, silencioso y constante, y el
culto a la improvisación y la politización, no podían dar otro resultado que no
fuese la chapucería, el desastre total y absoluto. Este es un gobierno
miserable que carece de luces y también de energía, no solo porque haya acabado
con el fluido eléctrico, sino porque destruyó a Venezuela en todos los espacios
sociales y carece de la fuerza y claridad para encontrar la salida.
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