JOAQUÍN VILLALOBOS 5 MAR 2014
Es en realidad posible que a corto
plazo se derrumbe el Gobierno chavista?; ¿puede ocurrir en Venezuela lo que
acaba de ocurrir en Ucrania o lo que pasó recientemente en el mundo árabe?;
¿está el modelo bolivariano social y políticamente agotado?; ¿son similares las
condiciones que vive Maduro con las que tumbaron a Fujimori en Perú y a otros
Gobiernos del continente? Las informaciones que llegan de Venezuela, sobre todo
de los opositores, dejan la impresión de que el gobierno de Maduro está a punto
de caer fruto de las protestas callejeras. Sin embargo, derrocar Gobiernos a
partir de movimientos civiles no es fácil.
La polarización que domina Venezuela
ha contaminado los análisis políticos con una lógica de buenos o malos,
empobreciendo el debate intelectual sobre lo que está pasando en ese país.
Luego de una década, denunciar las maldades antidemocráticas del chavismo se ha
vuelto repetitivo e irrelevante. Es público que en las actuales protestas
callejeras no solo están presentes descontentos sociales, sino una lucha entre
las estrategias de los dos principales líderes opositores sobre cómo
enfrentarse al chavismo. La estrategia de Leopoldo López se inclina por
provocar la caída a corto plazo del gobierno de Maduro y la de Henrique
Capriles se orienta a acumular fuerzas para enfrentarse al chavismo y
derrotarle en futuros procesos electorales. ¿Cuál de estos líderes tiene la
razón?
Toda protesta rompe la normalidad de
quienes participan y de quienes no participan; esto vuelve imposible mantener
de forma indefinida a miles de personas movilizadas permanentemente. La lucha
de calle tiene por ello un periodo de ascenso y un periodo de descenso que
ocurre por agotamiento natural. Una protesta social solo puede sostenerse de
forma prolongada si hay un motivo de gran potencia que sea retroalimentado por
una represión tan brutal como la de Ucrania. La crisis económica y la
inseguridad son factores potentes para motivar una protesta social normal, pero
no para tumbar un Gobierno. Las elecciones son el mecanismo más efectivo para
descargar descontentos sociales y Venezuela ha tenido casi una elección anual
durante los últimos 15 años.
La oposición ha sobrevalorado el
factor externo en su lucha, sin considerar que la presión internacional hace
ruido, pero no derrumba Gobiernos, a menos que se trate de una intervención
militar, que es impensable en Venezuela. Hay mayoría de gobiernos de izquierda
en Latinoamérica y estos seguirán apoyando a Maduro a partir de considerar que
si este llegó por los votos, solo por los votos debe salir del poder. Este
argumento no tiene nada que ver con solidaridad izquierdista, sino con defender
la propia estabilidad de sus gobiernos.
Los gobiernos bolivarianos manipulan
las instituciones, aplican la justicia a su antojo, coartan la libertad de
expresión, pero no matan y usan la represión de forma moderada. Cuando una
represión es brutal, ni se puede ocultar, ni es necesario exagerarla. Teniendo
a cuenta los quince años de polarización extrema que tiene Venezuela, la
violencia política sigue siendo poco relevante. Ni el Gobierno quiere matar, ni
los opositores están dispuestos a provocar que les maten. La realización
sucesiva de eventos electorales ha impedido que la violencia se generalice.
Si López persiste en su estrategia de
revuelta popular para que “Maduro se vaya ya”, las protestas tenderán a ser
cada vez menos masivas, menos pacíficas, más violentas y más impopulares. Los
grupos de choque de López se enfrentarán a los grupos de choque de Maduro por
el control de la calle, hasta volverse una situación cotidiana desgastante que
producirá muertos por goteo de lado y lado, tal como ya está empezando a
ocurrir. Las protestas pueden servir para acumular fuerzas, denunciar y
debilitar al chavismo, pero no podrán por sí solas derrocar al Gobierno de
Maduro. La oposición no cuenta con ningún instrumento de poder para generar un
desenlace y esto solo sería posible si se produjera una división en el Ejército
o en las filas chavistas.
Sin embargo, la estrategia
“insurreccional” de López genera miedo al revanchismo en las filas chavistas y
el miedo es un factor de unidad y no de división. Por lo tanto, López está
cohesionando más al chavismo en vez de dividirlo.
Las crisis económicas hacen perder
elecciones, pero no derrumban gobiernos automáticamente. El chavismo como
fenómeno político ha sido un proceso de inclusión social y de construcción de
nuevas élites. Ambas cosas han ocurrido mediante una reorientación desordenada
de la renta petrolera con mecanismos que pueden ser considerados corruptos,
ineficientes y populistas, pero este tipo de mecanismos son históricamente
similares a los que dieron base a muchas otras élites y fuerzas políticas en el
pasado en todo el continente. Se trata de una fuerza social que nació
políticamente con Chávez, y esto genera unas lealtades que no se degradan tan
rápidamente por efecto de la crisis económica o porque se violen libertades.
La oposición venezolana cometió graves
errores en el pasado, siguieron una estrategia invertida que se inició con un
golpe de Estado y continuó con huelga, protestas callejeras, elecciones,
denuncia de fraude y retiro de las elecciones hasta fragmentarse en decenas de
pequeños grupos. Ese error implicó que los opositores le regalaran a Chávez el
control total del Ejército, del petróleo, del Parlamento, de la justicia y del
poder electoral. Luego corrigieron, se unieron, regresaron a las elecciones,
ascendieron en resultados y cometieron un nuevo error al convertir en derrota
su excelente resultado frente a Maduro. Su obsesión por denunciar “fraudes”
electorales inciertos termina en deslegitimación de las elecciones, que son el
único instrumento que tienen para llegar al gobierno. No es lo mismo
enfrentarse a un fraude que competir en desventaja.
Sin duda Maduro es un pésimo
gobernante, Venezuela vive una terrible crisis y el chavismo se está agotando,
pero su fuerza social es suficiente para mantenerlo en pie. El problema central
de la oposición venezolana no es inventarse una insurrección, sino convertirse
en mayoría superando las arbitrariedades antidemocráticas, dar seguridades al
chavismo de que no habrá revancha, ganar elecciones y reunificar a Venezuela
con chavistas incluidos. El medio siglo de castrismo habría sido imposible sin
la cooperación de la oposición recalcitrante del anticastrismo de Miami y el
bloqueo de Estados Unidos. Capriles tiene razón: hay que acumular fuerzas. La
estrategia de López paradójicamente puede dividir a la oposición y darle fuerza
a Maduro. El debate principal no es sobre la maldad del chavismo, sino sobre la
estrategia de la oposición, porque la suerte de Venezuela, solo los venezolanos
pueden decidirla.
Joaquín Villalobos fue guerrillero
salvadoreño y es consultor para la resolución de conflictos internacionales.
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