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jueves, 6 de marzo de 2014

Otra perspectiva sobre Venezuela

Steven Levitsky Domingo, 02 de marzo de 2014

Los fantasmas del pasado pesan sobre las interpretaciones del presente. Para la derecha, lo que ocurre en Venezuela evoca imágenes de Cuba 1959: un gobierno radical busca eliminar la oposición y consolidar una dictadura. La izquierda ve un escenario parecido a Chile 1973: un gobierno popular amenazado por un movimiento golpista apoyado (si no fomentado) por los EEUU. Ninguno de los dos escenarios es realista.  Hay una enorme diferencia entre Cuba y Venezuela. El régimen cubano surgió de una revolución, basada en una insurrección violenta y el colapso del Estado. Los cubanos construyeron su propio Estado, que fue clave para la consolidación de una dictadura. El chavismo no surgió de una revolución (está sentado sobre el mismo Estado rentista que heredó en 1999). Como resultado, su capacidad de imponer una dictadura es limitada.

Las diferencias entre Venezuela y Chile también son enormes. El golpe chileno ocurrió durante la Guerra Fría, cuando la intervención militar era más factible y el gobierno norteamericano conspiraba con frecuencia contra los gobiernos de izquierda.  En la época post Guerra Fría, el golpismo se ha vuelto mucho menos común.  Sin la amenaza de la URSS, los EEUU tienen poco motivo para conspirar contra la izquierda latinoamericana.  Los gringos no se volvieron demócratas, simplemente perdieron interés. No se preocupan mucho por los gobiernos de izquierda porque no son una amenaza.  [El golpe contra Chávez de 2002, apoyado por los EEUU, es la excepción que prueba la regla. Rechazado por casi todos los gobiernos latinoamericanos, el golpe fracasó. El  gobierno de Bush quedó aislado y la oposición venezolana pagó un precio enorme por haber apoyado.]

El chavismo no es revolucionario.  Es populista. Como Perón, Chávez movilizó a las masas en contra de toda la élite, y ganó. Pudo hacerlo porque existía una amplia sensación de exclusión e injusticia en los sectores populares.  Mucha gente pobre se sentía abandonada por los políticos y maltratada y hasta humillada por la élite social (cuya respuesta a la creciente desigualdad social fue construir paredes más altas y pedir más represión policial).  Muchos venezolanos percibían que sus derechos como ciudadanos –y su dignidad como personas– no se respetaban.  Chávez cambió eso. Su mensaje fue claro: bajo su gobierno, los pobres valían tanto como los ricos. Y no solo fueron palabras. Gracias al petróleo, Chávez gastó unos 300 mil millones de dólares en salud, educación, vivienda, nutrición y subsidios para los pobres.  Y los niveles de pobreza, la desigualdad cayeron de una manera significativa. Como resultado, su aprobación fluctuaba entre 50% y 70% por casi una década. La situación actual es un legado del populismo. Hay un empate político difícil de romper.  Por un lado, el chavismo ha perdido su mayoría.  El proyecto chavista dependía demasiado de Chávez y del petróleo, ninguno de los cuales es sostenible.  Maduro no heredó el carisma de Chávez, pero sí su lío económico. Mientras la aprobación de Chávez fluctuaba entre 50% y 60% en sus últimos años, Maduro ha caído a 40%. Esto se debe, sobre todo, al pobre rendimiento del gobierno: la alta inflación, la escasez y la tremenda inseguridad. Pero si el chavismo perdió las mayorías, la oposición todavía no las tiene.

Muchos creen que, como el gobierno de Maduro es autoritario, inepto y vulgar, la oposición representa las mayorías. Pero no hay evidencia de eso.  Los mismos opositores reconocen que su apoyo no supera 45%, más o menos el nivel de Maduro.  El anti-chavismo sigue siendo basado en los sectores medios.  Las últimas protestas fueron fuertes, pero no llegaron a los barrios más pobres. Como el anti-fujimorismo en los noventa, entonces, el anti-chavismo no logra penetrar a los sectores populares.  No tiene líderes de extracción popular. El último héroe de la oposición, el injustamente encarcelado Leopoldo López, fue alcalde de Chacao, uno de los distritos más ricos de Venezuela. El problema de Capriles, López y María Corina Machado no es que son fascistas (no lo son), sino que son pitucos.

Hoy el gobierno y la oposición enfrentan dilemas difíciles.  Maduro es débil. No controla todo el chavismo o todo el Estado. Y enfrenta rivales internos que exigen una línea dura. Maduro sabe que debería negociar con la oposición. Pero ante un movimiento percibido como “golpista” o “fascista”,  una actitud conciliadora puede provocar una rebelión interna.   Dudo que Maduro tenga la fortaleza (o el coraje) para imponerse.  

Pero una línea dura también corre riesgos. El chavismo nunca ha reprimido en serio. Chávez usaba un discurso radical, pero siempre evitaba el tipo de represión sangrienta que ocurrió en Cuba en 1959, México en 1968 o China en 1989. Matar a cientos de personas
–ante el riesgo del aislamiento internacional y una ruptura interna– requiere de un gobierno fuerte y cohesionado.  Sin ello, la represión puede provocar el colapso del régimen, como en Ucrania. La oposición también enfrenta un dilema. Capriles ha sido muy cauteloso. Sabe que Maduro fue elegido, lo cual le da cierta legitimidad. Y sabe que una campaña de protesta promovida por participantes del golpe de 2002 puede ser tildado de golpista. En vez de ir a la calle, entonces había optado por esperar y dejar que el gobierno se debilite solo (algo que venía haciendo). Pero la base antichavista no quiere esperar. Muchos creen que si no paran ahora al gobierno, va a imponer una dictadura. Quieren seguir el ejemplo de los movimientos de protesta que tumbaron gobiernos autoritarios en Túnez, Egipto y Ucrania. Y cuando surgieron las protestas estudiantiles, vieron su oportunidad.   

Las protestas movilizaron a mucha gente y dieron esperanza a los antichavistas. Pero tienen costos.  Ayudan a unificar al chavismo. Y corren el riesgo de atrapar a la oposición aún más en la clase media, reforzando el empate y endureciendo el conflicto.
Maduro y Capriles saben que tienen que negociar. Pero presiones desde sus propios movimientos los empujan hacia la confrontación.  Las consecuencias podrían ser feas.

Nota aparte: el Frente Amplio debió haber defendido los derechos democráticos en Venezuela.  La izquierda se suicida cuando no defiende el derecho de protestar.  Después de abrazar a un gobierno que criminaliza la protesta y cuyos paramilitares disparan a la cabeza de los manifestantes, ¿cómo se puede defender el derecho de protestar en Cajamarca?


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