Steven Levitsky Domingo, 02
de marzo de 2014
Los fantasmas del pasado pesan sobre
las interpretaciones del presente. Para la derecha, lo que ocurre en Venezuela
evoca imágenes de Cuba 1959: un gobierno radical busca eliminar la oposición y
consolidar una dictadura. La izquierda ve un escenario parecido a Chile 1973:
un gobierno popular amenazado por un movimiento golpista apoyado (si no
fomentado) por los EEUU. Ninguno de los dos escenarios es realista. Hay una enorme diferencia entre Cuba y
Venezuela. El régimen cubano surgió de una revolución, basada en una
insurrección violenta y el colapso del Estado. Los cubanos construyeron su
propio Estado, que fue clave para la consolidación de una dictadura. El
chavismo no surgió de una revolución (está sentado sobre el mismo Estado
rentista que heredó en 1999). Como resultado, su capacidad de imponer una
dictadura es limitada.
Las diferencias entre Venezuela y
Chile también son enormes. El golpe chileno ocurrió durante la Guerra Fría, cuando
la intervención militar era más factible y el gobierno norteamericano
conspiraba con frecuencia contra los gobiernos de izquierda. En la época post Guerra Fría, el golpismo se
ha vuelto mucho menos común. Sin la
amenaza de la URSS, los EEUU tienen poco motivo para conspirar contra la
izquierda latinoamericana. Los gringos
no se volvieron demócratas, simplemente perdieron interés. No se preocupan
mucho por los gobiernos de izquierda porque no son una amenaza. [El golpe contra Chávez de 2002, apoyado por
los EEUU, es la excepción que prueba la regla. Rechazado por casi todos los
gobiernos latinoamericanos, el golpe fracasó. El gobierno de Bush quedó aislado y la oposición
venezolana pagó un precio enorme por haber apoyado.]
El chavismo no es revolucionario. Es populista. Como Perón, Chávez movilizó a
las masas en contra de toda la élite, y ganó. Pudo hacerlo porque existía una
amplia sensación de exclusión e injusticia en los sectores populares. Mucha gente pobre se sentía abandonada por
los políticos y maltratada y hasta humillada por la élite social (cuya
respuesta a la creciente desigualdad social fue construir paredes más altas y
pedir más represión policial). Muchos
venezolanos percibían que sus derechos como ciudadanos –y su dignidad como personas–
no se respetaban. Chávez cambió eso. Su
mensaje fue claro: bajo su gobierno, los pobres valían tanto como los ricos. Y
no solo fueron palabras. Gracias al petróleo, Chávez gastó unos 300 mil
millones de dólares en salud, educación, vivienda, nutrición y subsidios para
los pobres. Y los niveles de pobreza, la
desigualdad cayeron de una manera significativa. Como resultado, su aprobación
fluctuaba entre 50% y 70% por casi una década. La situación actual es un legado
del populismo. Hay un empate político difícil de romper. Por un lado, el chavismo ha perdido su
mayoría. El proyecto chavista dependía
demasiado de Chávez y del petróleo, ninguno de los cuales es sostenible. Maduro no heredó el carisma de Chávez, pero
sí su lío económico. Mientras la aprobación de Chávez fluctuaba entre 50% y 60%
en sus últimos años, Maduro ha caído a 40%. Esto se debe, sobre todo, al pobre
rendimiento del gobierno: la alta inflación, la escasez y la tremenda
inseguridad. Pero si el chavismo perdió las mayorías, la oposición todavía no
las tiene.
Muchos creen que, como el gobierno de
Maduro es autoritario, inepto y vulgar, la oposición representa las mayorías.
Pero no hay evidencia de eso. Los mismos
opositores reconocen que su apoyo no supera 45%, más o menos el nivel de
Maduro. El anti-chavismo sigue siendo
basado en los sectores medios. Las
últimas protestas fueron fuertes, pero no llegaron a los barrios más pobres.
Como el anti-fujimorismo en los noventa, entonces, el anti-chavismo no logra
penetrar a los sectores populares. No
tiene líderes de extracción popular. El último héroe de la oposición, el
injustamente encarcelado Leopoldo López, fue alcalde de Chacao, uno de los
distritos más ricos de Venezuela. El problema de Capriles, López y María Corina
Machado no es que son fascistas (no lo son), sino que son pitucos.
Hoy el gobierno y la oposición
enfrentan dilemas difíciles. Maduro es
débil. No controla todo el chavismo o todo el Estado. Y enfrenta rivales
internos que exigen una línea dura. Maduro sabe que debería negociar con la
oposición. Pero ante un movimiento percibido como “golpista” o “fascista”, una actitud conciliadora puede provocar una
rebelión interna. Dudo que Maduro tenga
la fortaleza (o el coraje) para imponerse.
Pero una línea dura también corre
riesgos. El chavismo nunca ha reprimido en serio. Chávez usaba un discurso
radical, pero siempre evitaba el tipo de represión sangrienta que ocurrió en
Cuba en 1959, México en 1968 o China en 1989. Matar a cientos de personas
–ante el riesgo del aislamiento
internacional y una ruptura interna– requiere de un gobierno fuerte y
cohesionado. Sin ello, la represión
puede provocar el colapso del régimen, como en Ucrania. La oposición también enfrenta
un dilema. Capriles ha sido muy cauteloso. Sabe que Maduro fue elegido, lo cual
le da cierta legitimidad. Y sabe que una campaña de protesta promovida por
participantes del golpe de 2002 puede ser tildado de golpista. En vez de ir a
la calle, entonces había optado por esperar y dejar que el gobierno se debilite
solo (algo que venía haciendo). Pero la base antichavista no quiere esperar.
Muchos creen que si no paran ahora al gobierno, va a imponer una dictadura.
Quieren seguir el ejemplo de los movimientos de protesta que tumbaron gobiernos
autoritarios en Túnez, Egipto y Ucrania. Y cuando surgieron las protestas
estudiantiles, vieron su oportunidad.
Las protestas movilizaron a mucha
gente y dieron esperanza a los antichavistas. Pero tienen costos. Ayudan a unificar al chavismo. Y corren el
riesgo de atrapar a la oposición aún más en la clase media, reforzando el
empate y endureciendo el conflicto.
Maduro y Capriles saben que tienen que
negociar. Pero presiones desde sus propios movimientos los empujan hacia la
confrontación. Las consecuencias podrían
ser feas.
Nota aparte: el Frente Amplio debió
haber defendido los derechos democráticos en Venezuela. La izquierda se suicida cuando no defiende el
derecho de protestar. Después de abrazar
a un gobierno que criminaliza la protesta y cuyos paramilitares disparan a la
cabeza de los manifestantes, ¿cómo se puede defender el derecho de protestar en
Cajamarca?
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