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lunes, 3 de marzo de 2014

Primero la palabra, después el corazón, @Mario_Villegas


Por Mario Villegas, 02/03/2014
Columna de Puño Y Letra

Es viernes 28 de febrero a primera hora de la mañana. Globovisión entrevista desde Puerto Ayacucho al gobernador de Amazonas, Liborio Guarulla, dirigente del opositor Movimiento Progresista Venezolano, quien está acompañado por un grupo de indígenas. Viene un corte y minutos después le toca el turno a un diputado chavista a la Asamblea Nacional por la misma entidad federal. Se trata del parlamentario César Sanguineti. Al sentarse en la misma silla donde hace instantes estaba el gobernador Guarulla, Sanguinetti exclama ante el periodista y las cámaras: “Huele a azufre”.

Obviamente, semejante expresión no hace sino herir y ofender a los familiares, amigos y compañeros de Guarulla, así como a los venezolanos que se identifican con la oposición política. Basta imaginar qué pasaría si, a la inversa, algún parlamentario opositor, dijese que le “huele a azufre” al pasar al lado del presidente Nicolás Maduro, del diputado Diosdado Cabello o, peor aún, de un retrato del fallecido presidente Hugo Chávez Frías, autor de esa célebre frase cuando intervino en la Asamblea General de las Naciones Unidas, horas después de que lo hiciera el entonces presidente norteamericano George Bush.

Traigo a colación este minúsculo episodio, entre muchos que ocurren a diario a todos los niveles, para evidenciar la necesidad de que el liderazgo político, tanto oficialista como opositor, interesado verdaderamente en la construcción de un sólido y duradero ambiente de paz entre los venezolanos, actúe en consonancia con ese objetivo y sirva de ejemplo digno de ser imitado por el resto de la sociedad.

Menos de cuarenta y ocho horas atrás, el presidente Maduro había instalado en Miraflores la Conferencia Nacional por la Paz, en la que, entre otros aspectos, postuló la no violencia como condición para el diálogo nacional. Condición perfectamente válida, pero de necesario cumplimiento por todos los sectores, empezando por el propio gobierno, que es precisamente el actor que marca la pauta en cualquier sociedad.

NO AVASALLAR AL ADVERSARIO

Lo primero que debe hacer el gobierno es entender que el chavismo, pese a ser mayoría electoral, lo es por una ínfima diferencia, que en los más recientes comicios presidenciales apenas excedió el uno por ciento. Es decir, prácticamente la mitad del país votó contra su proyecto político y su desempeño gubernamental, sin sumar el importante número de venezolanos que se abstuvo de sufragar el 14 de abril de 2013.

De modo que no debe el oficialismo actuar y gobernar en forma avasallante y atropelladora contra aquella mitad del país que quiere un cambio. Esa enorme porción de venezolanos viene siendo atropellada en forma sistemática y en todos los órdenes desde años atrás. En 2010, por ejemplo, llegó a ser mayoría electoral, al alcanzar el 52 por ciento de los votos, lo cual no se concretó en mayoría parlamentaria debido a una previa e inconstitucional reforma legal, así como a oscuras triquiñuelas del Consejo Nacional Electoral en la configuración de los circuitos electorales. Además, ha sido excluida de la dirección de la Asamblea Nacional y de sus comisiones permanentes, varias de cuyas presidencias y vicepresidencias le corresponden en proporción a su fuerza numérica. Por si fuera poco, se ha visto vejada y vapuleada por quienes ejercen en forma ventajista la conducción de la AN, en ocasiones hasta agredida físicamente por diputados oficialistas y barras violentas, así como despojada de la inmunidad de algunos de sus parlamentarios.



En la instalación de la Conferencia Nacional por la Paz escuchamos al presidente de la Asamblea, diputado Cabello, manifestarse contra la violencia y el odio, así como estar dispuesto a dar contribuciones en favor de la paz. Pues bien, que cese definitivamente el avasallamiento y la burla contra la oposición parlamentaria, que se le respete su dignidad e inmunidad, y se le entregue las responsabilidades y prerrogativas que por derecho le corresponden.

Pero lo que ocurre en la AN se repite en todas las instancias de la vida pública. En el ámbito económico, por ejemplo, el gobierno impone sus decisiones sin escuchar a los actores del sector productivo. No es sólo a los empresarios a quienes se pone de lado, sino también al movimiento obrero y sindical, incluso a aquel comprometido políticamente con el gobierno. Con el cuento de que hay una guerra económica dirigida por el imperio y Fedecámaras, el gobierno ha encontrado un absurdo pretexto para no tomar decisiones indispensables en materia económica, lo cual ha dado pie a la caída de la producción nacional, un inocultable agravamiento de la escasez de alimentos y medicinas, pavoroso crecimiento de la inflación, aumento del desempleo, desvalorización del bolívar, déficit en la provisión de divisas, auge del mercado negro de dólares y de productos diversos, entre otros males. Un dramático cuadro que afecta terriblemente a las familias venezolanas y que es en buena medida la causa del malestar y de las protestas populares.

Aunque tarde, el presidente Maduro rectificó su decisión de no reunirse con Fedecámaras, e invitó al encuentro de Miraflores a su presidente, Jorge Roig, así como a otros empresarios, y terminó por crear una Comisión de la Verdad en materia económica, propuesta nada menos que por Lorenzo Mendoza, el presidente del Grupo Polar.

VIOLENCIA SIMBÓLICA Y VERBAL

Cuando el gobierno habla de violencia se refiere específicamente a las llamadas guarimbas, bloqueo de calles y avenidas, quema de basura, ataques con piedras y bombas molotov contra instalaciones públicas y privadas, entre otras manifestaciones no pacíficas que son efectivamente condenables. Y lo son, no solamente por el daño físico y las molestias que causan a la ciudadanía en general, sino además porque desvirtúan y opacan las masivas, justas y pacíficas protestas estudiantiles y populares que han tenido lugar estas últimas semanas en todo el territorio nacional y, para remate, le dan argumentos al discurso gubernamental.

Pero violencia es también, y mayúscula, la que ejercen los cuerpos policiales-militares dispuestos a reprimir las protestas y que han causado muertos, heridos y torturados a granel. Las dos primeras de esta cadena de muertes injustificables fueron, precisamente, causadas por funcionarios del mal llamado Servicio Bolivariano de Inteligencia (SEBIN), cuyos efectivos actúan por la libre o al mando de quién sabe qué voz, muy probablemente distinta a la del desbordado presidente Maduro. Y también es violencia la que practican las bandas paramilitares que actúan al amparo de la impunidad oficialista.

Aunque es la más brutal, violencia no es sólo la física. Lo es también la simbólica y verbal, generalmente fuente de violencia física y armada. Si Maduro y hasta el propio Cabello coincidieron en la Conferencia de Paz en que no se debe hacer política por la vía violenta, ¿Cómo es que todos estos años glorificaron y elevaron a la calidad de heroicas las asonadas golpistas del 4 de febrero y del 27 de noviembre de 1992? ¿Por qué, en vez de exaltar el valor democrático que representó la victoria pacífica de Chávez el 6 de diciembre de 1998, se promueve en las escuelas y en los medios de comunicación oficiales dos hechos sangrientos y antidemocráticos como son los fracasados golpes de estado del 92? ¿Cómo es que la ministra de la Defensa, Carmen Meléndez, dice que la Fuerza Armada Nacional no reconocerá a otro Presidente que no sea surgido de la votación popular, pero cuando lo hace porta paradójicamente una gorra con las siglas del 4-F?

Así como no acompaño ni mucho menos aplaudo a quienes califican a todos los chavistas de “chaburros”, “mercenarios”, “tarifados”, “lame suelas de los cubanos” y “corruptos”, tampoco acepto que a todo opositor se le llame “apátrida”, “oligarca”, “imperialista”, “fascista”, “sifrino”, “capitalista”, entre otros epítetos. Así como la subestimación y el desprecio hacia los creyentes del chavismo puede inspirar el odio y la discriminación hacia éstos, también la suprema descalificación y el odio hacia el pueblo opositor puede inspirar actos violentos contra éste. La lógica elemental puede conducir a pensar que si un chavista agrede o elimina a un opositor, no está cometiendo un delito sino ejerciendo un acto heroico en defensa de la patria.

Sostengo, entonces, que para propiciar la paz entre los venezolanos lo primero que hay que desarmar es la palabra, incluso antes que el corazón. Si aprendemos a tratarnos con el respeto elemental que se merece cada ser humano, generaremos la natural reciprocidad necesaria para la convivencia. Así, podremos comenzar a reconocer y a entender a nuestro adversario, a escuchar sus razones y sus propuestas. Tal como ocurre en el amor, el conocimiento progresivo de las personas podrá darle motivos al corazón para enamorarse.

Yo no aspiro a que los venezolanos nos enamoremos los unos de los otros, pero sí a que entendamos que todos, desde las más disímiles posturas políticas, podemos amar, enaltecer y engrandecer a Venezuela para el justiciero beneficio y disfrute de todos. Será entonces cuando tengamos paz.


Mario Villegas
mariovillegas100@gmail.com
@mario_villegas

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