Fernando Mires 05 de marzo de 2014
Los tiempos de la polémica opositora
que se dio en Venezuela a partir del 12-F entre sus dos fracciones principales,
las de López y las de Capriles, ya han quedado atrás. Y parece, además, haber
consenso en que ambos líderes compartieron méritos y errores.
Mérito de López (y Machado y Ledezma)
fue haber convocado a las calles cuando el letargo, la resignación y el
conformismo parecían estar apoderándose de la oposición. Error de López y los
suyos fue haber planteado la salida del régimen como alternativa inmediata sin
haber medido todavía fuerzas con un gobierno que todavía tiene apoyo social,
todo el aparato militar y represivo a su lado, más los mercenarios armados
(paramilitares) que lo secundan.
Error de Capriles (y de la MUD) fue no
haber planteado él mismo la salida a la calle en términos más políticos que los
de sus competidores internos. Mérito de Capriles fue haber reconocido justo a
tiempo –estuvo a punto de ser sobrepasado- “el hambre de calle” que sentía el
movimiento estudiantil y otros sectores sociales y políticos.
Mérito de las dos principales fracciones del movimiento
democrático venezolano fue también haber corregido sobre la marcha sus errores
tácticos, haber acompañado a las manifestaciones estudiantiles y populares sin
imponer pretensiones de liderazgo, y haber dado formato político a las
principales demandas que el movimiento construye en el curso de su recorrido.
Así hemos llegado al momento en el
cual la mayoría de los integrantes del movimiento democrático están de acuerdo
en por lo menos tres puntos principales. Son esos, además, las condiciones
elementales para acceder al diálogo convocado por el gobierno.
1.
Desarme
inmediato de los grupos para-militares
2.
Liberación
de Leopoldo López y de todos los presos políticos (“En una democracia no puede
haber presos políticos”: Oscar Arias)
3.
Libertad
de prensa y fin del monopolio ejercido por el partido de gobierno sobre canales
televisivos financiados por todos los venezolanos
A esas tres demandas se han ido
sumando otras, como por ejemplo, la des-cubanización de los aparatos de
represión y seguridad, el fin a la campaña de mentiras y calumnias orquestadas
desde el gobierno, la no parcialización ideológica de la justicia y muchas
otras.
De la misma manera, entre las
principales corrientes de la oposición hay consenso en todos los puntos
relativos al carácter que deberán asumir las demostraciones populares en el
futuro inmediato. Los más destacables son:
1.
No
abandonar jamás el marco pacífico originariamente trazado por el movimiento
nacional de protesta democrática
2.
Negativa
radical a la creciente militarización del Estado
3.
Rechazo
terminante a cualquiera salida golpista, venga de donde venga
Como es posible observar, todas las
demandas surgidas del movimiento estudiantil y popular apuntan hacia un
objetivo central. Este no es otro sino la democratización del Estado, de la
política y de las instituciones públicas.
Distintos, muy distintos son en cambio
los objetivos que ha perseguido la política del gobierno que representa Maduro.
Maduro glorifica a los grupos
para-militares llamados colectivos. Maduro hace prisioneros políticos (López
entre otros) sin causas jurídicas para utilizarlos después como rehenes en las
supuestas mesas de diálogo en las cuales él piensa embaucar a la oposición.
Maduro hace uso abusivo de las cadenas televisivas no dejando ningún espacio
abierto a las voces de una oposición cada vez más grande.
Más todavía, Maduro enfrenta a la
oposición en las calles con métodos militares, no vacilando en sesgar vidas
humanas. Maduro continúa incorporando a militares en la administración pública,
hasta el punto que no son pocos quienes afirman que el golpe de Estado
denunciado por Maduro ya ha tenido lugar pero impulsado por y desde el propio
gobierno.
En breve, el principal soporte de la
institucionalidad democrática no está en el gobierno sino en la oposición. No
hay ninguna demanda de la oposición que no sea democrática. No hay ninguna
exigencia que no sea institucional y constitucional. Ningún dirigente de la
oposición ha llamado alguna vez al uso de la violencia. Las grandes
demostraciones de masa convocadas por la oposición no solo han demostrado una
abrumadora mayoría con respecto a las convocadas por el gobierno; han
terminado, además, por ejercer su hegemonía en las calles de las grandes
ciudades.
La democratización del país pasa por
el reconocimiento político de la oposición. Político, no militar. La oposición
está desarmada.
Existe, por último, un consenso cada
vez más creciente en que la lucha democrática de la oposición es insuficiente
si ésta no pone sobre el centro los problemas sociales creados por el gobierno
anterior (el de Chávez) y profundizados por el gobierno actual (el de Maduro).
Sin los cerros, sin los barrios, sin los pueblos, la oposición sólo será la
mitad de sí misma.
El desabastecimiento, la escasez, la
inflación, no son fenómenos naturales. Todos ellos fueron creados, causados e
inducidos por fanáticos que sacrificaron las necesidades de un pueblo en
función de ideologías absolutamente irrealizables. Esa locura la están pagando
todos, no chavistas y chavistas por igual.
Febrero, con sus inmensas
demostraciones de masa, puede que no solo haya sido el mes del renacimiento de
la protesta civil. Puede que haya sido también el momento de inicio y
desarrollo de un poderoso movimiento social y político como ha habido pocos en
América Latina. Los venezolanos al hacer su historia determinaran si Febrero
fue el inicio de Marzo, Abril Mayo o Junio, o si todo fue Febrero y nada más.
Nicolás Maduro tiene frente a sí, pese
a todo y todavía, una gran oportunidad histórica Quizás su última oportunidad.
Si accede a las principales demandas surgidas de la calle, si deja atrás sus
ideologías enloquecidas y si se libera de la presión que sobre él ejercen los
dos bandos militaristas que se disputan el poder (cabellistas y castristas), podría asegurar la continuidad institucional de la nación a
través de un verdadero diálogo político
con la oposición unida. Un diálogo que llevaría a transitar desde el
desmesurado autoritarismo que Maduro heredó de su para él, todavía divino
predecesor, hacia la que podría ser una de las más modernas y prósperas
democracias del continente.
Lo más probable es que Maduro no dará
jamás ese salto que lo separa de sí mismo. Pero si no lo da, deberá atenerse a
las consecuencias. Otras serán las figuras que desde dentro del chavismo
-posiblemente más temprano que tarde- deberán asumir, en conjunto con la
oposición, las tareas que llevarán a la transición entre una dictadura de hecho
hacia una democracia de derecho. Cuales son esas figuras nadie lo sabe todavía.
Lo único que sí se sabe es que cada momento histórico inventa a sus principales
actores.
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