ALFREDO MEZA San Cristóbal 4 MAR 2014
Los
ciudadanos de Táchira son los más movilizados para pedir la renuncia de Maduro
El
gobierno de Venezuela lanza una ofensiva contra opositores en Táchira
Venezuela:
Los músicos salen a la calle
San
Cristóbal resiste
En San Cristóbal, la capital del
Estado venezolano de Táchira, el mayor epicentro de las protestas contra el
régimen del presidente Nicolás Maduro, la gente está harta de su rutina. Eso es
evidente una vez que transcurren los primeros minutos de cualquier
conversación. Los pausados modales del andino venezolano se transforman en
imprecaciones cuando se queja del Gobierno. Es una contradicción marcada que
revela por qué después de tres semanas los gochos, como les llaman en el resto
del país, llevan con mucho ánimo el cierre de las principales vías, la falta de
transporte público y un encierro muy aburrido. Es un levantamiento generalizado
de la sociedad local en todos sus estratos.
La protesta convocada por la oposición
en Caracas el 12 de febrero, que culminó con tres muertos y que se toma como el
inicio formal de la ola de disturbios que estremece a los centros urbanos del
país, es solo la excusa para permanecer en la calle exigiendo cambios al
Gobierno. Las razones son mucho más profundas. Al recorrer las calles de esta
ciudad de 350.000 habitantes queda la sensación de que estas protestas ya no
obedecen a una estrategia política.
Los números podrían explicar por qué
el descontento anidó aquí primero. En las elecciones municipales de diciembre,
el chavismo perdió 17 de las 29 alcaldías en disputa. Este es el único Estado
de Venezuela donde la oposición es mayoría en los municipios, pese a que la
entidad es gobernada por el oficialista José Gregorio Vielma Mora. En las
elecciones de abril de 2013, que eligieron al sucesor de Hugo Chávez, el
candidato de la Mesa de la Unidad Henrique Capriles sacó 25 puntos de ventaja a
su rival, Nicolás Maduro.
La inflación en San Cristóbal durante
2013 llegó al 60,5% y superó el promedio nacional (56,2%). Es la segunda ciudad
del país, después de Valencia —capital del Estado de Carabobo, en el centro del
país—, que ha sufrido más los pésimos indicadores de la política económica
chavista. Y en los detalles el caos se agranda todavía más. La inflación de
2013 en alimentos y bebidas no alcohólicas fue del 87,6%, la más alta del país,
quince puntos más que la de Caracas (73,9%).
“El pueblo ha sido muy paciente, pero
todo tiene un límite”, razona Daniel Aguilar, presidente de la patronal Fedecámaras
en el Estado de Táchira. Hoy es imposible recorrer en coche toda su geografía.
Los conductores solo pueden abastecerse de 40 litros de combustible diarios con
una tarjeta electrónica suministrada por el Estado. Las filas frente a las
estaciones de gasolina son tan largas como las de los supermercados, que, para
que duren más las existencias y cuidarse del vandalismo, trabajan en horarios
restringidos. Los pocos locales abiertos en la avenida principal de Pueblo
Nuevo venden por sus puertas laterales para evitar aglomeraciones o las
amenazas de grupos anárquicos que les obligan a cerrar.
Táchira (1,1 millones de habitantes)
limita con Colombia. En otra circunstancia esa localización sería una bendición
para sus habitantes, pero en los años del chavismo, y especialmente desde que
la llamada revolución bolivariana se declaró socialista en 2007, ha devenido en
una tragedia. Los controles adoptados por el chavismo en el afán de concretar
su modelo de país —un batiburrillo que mezcla visos de capitalismo de Estado
con las restricciones del comunismo cubano— han provocado mayor escasez. La
producción ha ido en declive porque es mucho más rentable importar que
producir. Con el fortalecimiento del peso colombiano frente al bolívar, los
colombianos cruzan la frontera para adquirir todos los bienes que en su país
cuestan mucho más. También ocurre que la porosa frontera es una tentación para
vender en Colombia al precio del mercado los productos regulados en Venezuela.
Para enfrentar el contrabando, el
Gobierno ha decidido incrementar los controles. Los tachirenses lo han
percibido como una humillación más en su ya mancillada condición de venezolanos
de segunda. Muchos consideran que se les trata como a cuatreros y con el
orgullo herido permanecen en la calle. Pese al cansancio, aquí nadie se quiere
mover. “La gente se juega el todo por el todo. Si aflojamos, Maduro nos la va a
cobrar”, afirma el publicista Laurence Belandria. El eco de su testimonio se
cruza con el de José Albán Quintero, un hombre de 60 años residente en el
barrio Rómulo Colmenares, baleado con perdigones la semana pasada por la
Guardia Nacional Bolivariana. Parado frente al portal de su casa dice:
“Nosotros estamos fortalecidos espiritualmente. Vamos a ganar”.
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