HÉCTOR E. SCHAMIS 16 AGO 2014
@hectorschamis
El chavismo, que
nacionalizó hasta la producción de arroz y frijoles, ahora se encamina a
privatizar el activo estratégico más importante del país
Se trata de Citgo, empresa gasolinera.
Es propietaria de seis mil estaciones de servicio y tres refinerías —en
Illinois, Texas y Luisiana— y da empleo a cuatro mil personas. Las refinerías
son de alta tecnología, de las pocas con capacidad para procesar crudos
pesados. Es una empresa importante, parte del paisaje carretero de toda la
costa Este del país. Ello incluye el legendario Fenway Park, hogar de los Red
Sox de Boston, donde no hay home run que no esté ligado a Citgo, allí desde
1965 gracias a un gigantesco aviso publicitario detrás de las gradas. Esa
presencia le ha permitido a la gasolinera ingresar en el propio corazón de los
fanáticos bostonianos, tanto que han llegado a protestar cada vez que se
intentó remover el cartel del lugar.
Una de esas ocasiones fue en 2006,
luego que Hugo Chávez se refiriera a George W. Bush como “el diablo”. Es que el
dueño de Citgo es PDVSA, la compañía estatal de petróleos venezolanos, y en
aquella ocasión un concejal municipal propuso reparar el orgullo de su
presidente reemplazando el anuncio por la bandera de Estados Unidos. Los
fanáticos estuvieron del lado de su memoria deportiva —es decir, del lado de
Citgo— y allí sigue hoy, sin bandera alguna.
Venezuela está hoy a punto de perder
tan extraordinario recurso comercial, y no por culpa de Boston sino porque
Citgo está en venta. No es la primera vez que el tema aparece en la agenda. De
hecho, la empresa ya había vendido dos refinerías y tres oleoductos en el
pasado. Chávez mismo solía quejarse de Citgo con frecuencia e indicaba que se
la sacaría de encima. Ahora, sin embargo, es más que retórica. La crisis de las
finanzas públicas ha llegado a niveles sin precedentes, y el gobierno parece
haber formalizado un acuerdo con el banco de inversión Lazard para que se haga
cargo de las negociaciones de venta de la totalidad de la firma.
La racionalidad de esta decisión no
sería inconsistente con tantos otros errores de política económica acumulados
durante quince años, pero este caso supera todo lo anterior. Cuesta pensar que
un país petrolero renuncie voluntariamente a la ventaja comparativa otorgada
por la integración vertical de su activo. Citgo convirtió a Venezuela en un
productor y exportador que también controla autónomamente el proceso de
refinamiento, distribución y venta en el mercado más importante del planeta.
¿Por qué regalarles a sus competidores los tanques de gasolina de millones de
automóviles estadounidenses?
¿Y por qué además introducir
incertidumbre futura en el proceso de refinamiento, dado el limitado número de
plantas capaces de tratar crudos pesados como el venezolano? Nadie puede
asegurar que esas plantas, con otros dueños, no prefieran procesar un crudo más
liviano en el futuro, por ejemplo mexicano o canadiense. El gobierno de Maduro
no solo desconoce la importancia de la demanda —en el petróleo y en cualquier
negocio—, sino que también crea problemas del lado de la oferta.
La privatización de Citgo tampoco
tiene sentido desde el punto de vista estratégico, como política exterior. Si
es verdad que Estados Unidos es una potencia hostil, el imperio que conspira y
fomenta la desestabilización del gobierno revolucionario, ¿no sería esa razón
más que importante para conservar herramientas de poder en propio suelo
estadounidense? ¿Por qué renunciar también a sentarse a la mesa grande de la
discusión sobre la política energética estadounidense y, por añadidura, del
resto del hemisferio? De México a Noruega y el golfo Pérsico, y sin olvidarnos
de Rusia, es difícil imaginar a otro país petrolero tomando decisiones para
reducir su capacidad estructural de negociación frente a Estados Unidos.
Para algunos la “racionalidad” de esta
venta, entonces, tendría que ver con las urgencias de financiamiento de corto
plazo —la dramática crisis fiscal— y la rapacidad del chavismo, es decir, su
innata propensión a las prácticas corruptas en lo que será un negocio
millonario para todos los involucrados. Otros, a su vez, han señalado la
necesidad de eliminar activos que podrían ser embargables en caso de sentencias
adversas por las demandas de Exxon Mobil y ConocoPhillips contra PDVSA.
El caso en cuestión es otro ejemplo
que ilustra, una vez más, que los hechos no importan y la realidad no existe,
que todo es reducible al relato, a una narrativa esotérica que viola cualquier
posibilidad de objetividad. Los bolivarianos pontifican sobre la economía
estatal, pero destruyen el estado. Son víctimas de las conspiraciones del imperio,
pero renuncian a conservar poder en el propio territorio del mismo. Son
humildes socialistas, pero poseen cuentas en bancos internacionales con una
inimaginable cantidad de ceros en sus saldos.
Así las cosas, la supuesta revolución
hace un círculo completo, constituyéndose ahora en privatizador, como aquellos
neoliberales que siempre critica, solo que lo hace de manera más
incomprensible. Pinochet, por ejemplo, el híper privatizador, conservó el
recurso estratégico del cobre —que había sido nacionalizado por Allende— en
manos del estado.
El chavismo, que ha expropiado hasta
el suministro de arroz y frijoles, ahora se encamina a privatizar el activo
estratégico más importante del país. Finalmente, se entiende porque hablan de
socialismo del siglo XXI. El socialismo del siglo XX lo hacía exactamente el
revés.
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