ALBERTO BARRERA TYSZKA 31 DE AGOSTO 2014
Nicolás Maduro y Cristóbal Fernández
Daló se parecen.
Los dos comparten una irremediable
imagen de transitoriedad. Uno los ve y siente que son eventuales, que están de
paso. El caso de Maduro es más grave, por supuesto. No solo por las
responsabilidades que tiene sino porque, además, tras todos los intentos, su
caso no mejora. Por más presidencias que le den, continúa asociado a la misma
marca, como si fuera un interino, tiene un no sé qué de provisionalidad que no
se quita con nada. En el caso de Fernández Daló ni siquiera se entiende
demasiado bien cómo llegó, por qué está ahí. Tiene la ventaja de saberse una
circunstancia, parte de un camino hacia otro lado. Eso los asemeja. Ambos parecen
un mientras tanto.
Venezuela debe ser el único país del
mundo donde renuncia todo el tren ejecutivo y no ocurre nada. Los funcionarios
ponen sus cargos a la orden y todo sigue igual. El mensaje es patético: nos
están diciendo que el poder es un limbo. Que los funcionarios son
prescindibles. Que es lo mismo si están o no están. Que todo da igual. Así es
que se gobierna: no haciendo nada.
Como contraparte, esta misma semana el
presidente Maduro, que no parece tener tiempo ni cabeza para enfrentar la renuncia
de su gabinete, sí tuvo tiempo y lengua para nombrar y juramentar las nuevas
comisiones del PSUV. Todo fue transmitido por VTV, el canal privatizado que
ahora tiene la nueva oligarquía. Con los recursos de todos, desarrollan su
empresa particular. Quizás Maduro piensa que administrar su partido es lo mismo
que gobernar el país. O tal vez le resulta más fácil. O quizás, en el fondo, se
sienta más cómodo en la presidencia del PSUV que en la presidencia de
Venezuela. Quizás siente que ahí sí puede hacerlo mejor.
En su ausencia, el personalismo de
Chávez se hace cada vez más presente. Lo que ocurre ahora también es una
evidencia del egocentrismo con el que el líder fundó su nueva república. Un
sistema creado para girar siempre a su alrededor. La gerencia pública se
transformó en una ceremonia caprichosa y particular. Chávez fue un hombre de
gran éxito con las masas. Pero eso no lo convirtió automáticamente en un gran
político. Él representa el más perverso clímax de la privatización de lo
público. La consigna “todos somos Chávez” también puede leerse como la
reducción de la diversidad, bajo el peso de un solo nombre; el sometimiento a
la voluntad de un militar que se empeñó en imponerle al colectivo su propia
identidad. “Quien no es chavista, no es venezolano”. Lo dijo él mismo en junio
del año 2012. Más que una frase, es un síntoma.
Hoy sus herederos son militares,
amigos, compadres, militantes, oportunistas…pero no necesariamente políticos.
El país se derrumba y el gobierno no gobierna. Todos ponen su cargo a la orden
y nadie acepta o rechaza las renuncias. No se toman decisiones. Solo hay
amagues, ademanes. El único Plan de la Patria parece ser la inercia.
Del otro lado, la oposición también
heredó el sistema sin eje, la ausencia de Chávez. Lentamente, ha ido acompañando
al gobierno en su propio deterioro. El país se derrumba y la oposición convoca
a un cacerolazo. No puede ser ésa su mejor reacción ante una crisis social cada
vez más creciente. En más de un sentido, parece compartir también la parálisis
política que vive el gobierno. La MUD ya luce como una larga despedida
familiar. Es la consecuencia menos trágica de La Salida que, por lo que se ve,
ya nadie desea recordar. Los líderes que juraban no abandonar la calle, ahora
quieren organizar debates y congresos. Los presos corren el riesgo de quedarse
solos. Hay mucho candidato a notable o a pre notable buscando cupo mientras los
ciudadanos, convocados por Carlos Raúl Hernández y Alonso Moleiro tratan de
organizarse para promover la unidad, para exigir más y mejor política.
De eso se trata. Siempre volvemos al
mismo ay. Dice Colette Capriles que vivimos “en el reino de la antipolítica”.
Ahora tal vez empecemos a sentir que donde reina la antipolítica, gobierna el
vacío.
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