ALONSO MOLEIRO 30 de agosto de 2014
Se complica terrible y
peligrosamente la gestión cotidiana del gobierno de Nicolás Maduro. Mientras La
tristeza colectiva se respira en la calle y la paciencia de la población se
achica, la dirección del chavismo luce, por primera vez, auténticamente
extraviada y comienzan a presenciar el desenlace de esta historia
Se complica terrible y peligrosamente
la gestión cotidiana del gobierno de Nicolás Maduro. La tristeza colectiva se respira en la calle;
la paciencia de la población se achica. Todos los elementos de la producción, el
comercio y los servicios enfrentan, con niveles de gravedad que varían, la
perspectiva del colapso. La sequía de divisas ha convertido a Venezuela en el
reino de lo imposible.
Confundidos, evasivos, relativamente
ausentes, procurando desviar las conversaciones hacia el drama de la Franja de
Gaza, los chavistas comienzan a presenciar el desenlace de esta historia.
También en aquella acera se aprecia el desencanto.
No reaparecerán los productos que el
gran capital tenía escondidos. No existe la producción nacional. No aparece el
beatífico sueño comunal de la felicidad posible. Estamos arruinados en la
abundancia por primera vez en nuestra historia.
El país corre temprano a refugiarse en
sus casas. La calle se marchita: los anaqueles están vacíos, las centros
comerciales pálidos y con escasas novedades. Los precios de los productos,
desprendidos, irreconocibles, aún a pesar del tiempo y el dinero que invierte
el gobierno en sus inútiles operativos de fiscalización.
Mientras todo esto sucede, la
dirección del chavismo luce, por primera vez, auténticamente extraviada. No se
explica en virtud de qué la estricta aplicación de sus postulados se está
traduciendo en esta debacle. Eso lo pone aún más retrechero y represivo. Muchos
parecen percibir que algún tipo de debacle se podría estar aproximando, pero
nadie quiere decirlo: no es conveniente hacerle el juego a la derecha.
Es un detalle fundamental cuando toca
analizar el delicado cuadro económico y social que vive el país. Los chavistas
no toman decisiones interpretando el entorno existente; pretenden honrar los
lineamientos del denominado Plan de la Patria como si se tratara de las
disposiciones del Corán. Aún si el precio de honrar sus dogmas de Fe implica el
definitivo desencuadernamiento del país.
Si algo distinguió siempre a Hugo
Chávez como estratega era, no sólo un olfato político innegable, sino una total
comprensión del país que tenía frente a sí, el impacto de sus decisiones y el
conocimiento de sus adversarios. Chávez sabía retroceder y evidenciaba una
enorme flexibilidad y sentido común en los momentos de crisis.
Habría sido el primero en tener
perfectamente claro que los elementos del momento venezolano actual son
potencialmente muy desestabilizadores.
Algunas voces que militan en el PSUV
no han ocultado su inconformidad con la marcha de los hechos en el gobierno y
en el país. Piden cuentas claras; exigen un debate en el cual se establezcan
responsabilidades sobre la sangría de divisas de Cavidi y la orgía de
corrupción y extorsiones que tienen lugar en la administración pública. Fueron
paladinamente ignorados.
Como si fuera el Luis Alfaro Ucero de
sus mejores tiempos, Diosdado Cabello impuso su maquinaria, y, de nuevo, barrió
el sucio debajo de la alfombra. Lo hizo sin disimulo alguno: sin dedicarle
medio minuto de más al asunto.
En el PSUV no se habla de problemas
nacionales, esas son cosas del enemigo: se habla de patrullas y unidades de
batalla municipal. También sucede en la Asamblea Nacional.
Hace poco, Maduro declaró de nuevo que
la crisis económica que está en desarrollo no era responsabilidad de su
administración: formaban parte de un complot del cual su gobierno era víctima.
La afirmación hecha le sirvió como pórtico
para hacer lo de siempre: no anunciar ninguna medida para hacerle frente a la
actual situación y reiterar, de nuevo, que los dos causantes directos del
agravamiento de la situación - los controles cambiarios y de precios, que han
destruido la industria y el comercio y han corrompido a todo el mundo en
Venezuela- no serán tocados.
El deterioro del chavismo parece estar
tomando dimensiones sistémicas. La estrategia del disimulo tiene las patas
cortas. El silencio cómplice de los medios que ha comprado poco ha hecho para
paliar la situación. Las encuestas de estos días arrojan datos insólitos; los
niveles de aceptación de Maduro parecen haber roto, incluso, el piso del
chavismo duro. Nunca, probablemente desde el gobierno de Ignacio Andrade, en
1899, el país había tenido una figura presidencial tan débil y discutida.
Cegados en su dogmatismo, impedidos de
pensar con cabeza propia, la alta dirigencia chavistas parece no comprender lo
que está planteado en Venezuela. Eso terminó resultando el invocado chavismo
sin Chávez.
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