Por Luis García Mora | 12 de octubre, 2014
Uno no sabe por qué, pero lo del
asesinato de Robert Serra y su asistente de una manera macabra y recia, y la
administración del plomo parejo al líder del colectivo 5 de Marzo, José
Odreman, el martes en un enfrentamiento campal entre su banda y la policía
judicial, bajo las órdenes del ministro de Interior y Justicia, le dicen a uno
que quizás en la FAN algunos se han hartado del paramilitarismo violento.
Que al parecer el país no se soporta
más sobre tanta anarquía armada.
¿Qué pasó?
En verdad, ¿creen algunos militares
del régimen que pueden, que les es posible, desarmar a tanta gente armada por
el propio Chávez, y de manera fácil?
El CICPC depende de Rodríguez Torres.
Y Rodriguez Torres del Presidente. Entonces, ¿cómo idearon esto, si es que lo
hicieron? Y más allá: de haberlo hecho, ¿cómo podrán explicarlo a una
ciudadanía atónita que descubre en las redes las miles de fotografías no sólo
de Robert Serra sino del resto junto con la Primera Dama y el alto
funcionariado del régimen, abrazados y en celebración patriótica, como en el
caso de Odreman, antes de morir descuartizados o caer abatidos?
¿Cuál es la frontera entre el delito y
los conductores del proceso? Las expropiaciones no fueron más que la
expropiación de lo ajeno. Con una pátina revolucionaria, pero robo al fin. Como
se lo espetó en el rostro, con vigor y energía, la diputada María Corina
Machado y sin pelos en la lengua al comandante supremo en su momento.
Odreman recibió múltiples impactos de
bala casi inmediatamente de formular ante las cámaras su denuncia:
“Responsabilizo de cualquier cosa que pueda ocurrirme al ministro de Interior y
Justicia, Miguel Rodriguez Torres”.
¿Se está ante una eliminación
minuciosa a lo cubano?
¿O simplemente las vainas están
ocurriendo y más nada?
Chávez aupó y armó a los colectivos al
estilo Noriega en 2002, al creer que podían tumbarlo de verdad desde la calle.
Y evidentemente sin ninguna certeza de la lealtad de aquella FAN que acababa de
solicitarle la renuncia.
Muchos camaradas le cogieron un cariño
enorme a un revólver. A una “metra”, a un fusil. Y se equivocaron de camino al
no meterse en las Fan o en cualquier policía u otra banda similar. Y esos
camaradas, desde esa izquierda que Petkoff llamó para siempre “borbónica” (que
ni aprende ni olvida), renacieron y se levantaron desde los cementerios de la
historia para reprimir a los manifestantes “terroristas” y ser elevados por el
nuevo jefe militar a las alturas del uso y desuso su imagen, en el Canal 8 y
los Aló, Presidente, a ese altar revolucionario tan ambiguo que se debate entre
lo hamponil y lo absurdo.
Aunque, eso sí, siempre dispuestos a
disparar, a matar. Sobre todo a una población desarmada, claro. Pues desde
entonces, para los jefes casi de cucarachas se trababa, se trata. En una larga
y tortuosa onda expansiva de la ignorancia y del odio.
Y los más de 40 muertos de los sucesos
de enero a marzo lo demostraron en toda su crueldad, aunque difuminados estos
crímenes en el fasto de la celebración y de las fiestas, del fasto
revolucionario.
¡Vencimos! ¡Están listos!
Sin percatarse para nada que la
desmesura del acto de aquel líder de armar gente y darle metralletas, no era en
el fondo más que otra estupidez. O quizás sí, percatándose, y embriagados por
el poder, les dieron más juego en esta otra fiesta del Chivo, olvidando que no
hay nada más arriesgado en esta vida que armar a un loco.
Ni nada más peligroso que, entre
represión y represión, dejar en manos de una gente sin moral revolucionaria
suficiente un mega armamento de las dimensiones del actual.
Algo que con el tiempo y articulándose
a una vasta red criminal, ha terminado siendo absorbido y degradado desde el
poder, obligando a todo el mundo, chavistas y antichavistas, a amarrarse los
cinturones y a apretar los dientes dentro de este avión, o a saltar, hacia
cualquier parte, despavorido.
Y es que el país se le ha puesto duro
a todos.
Hostil.
Y confuso. Se siente que de manera
real o imaginaria se nos está disparando a discreción desde todas partes. Y
cuando intentamos avistar una estructura, con lo que nos encontramos es con una
violencia de territorios que se solapan, de recursos, de accesos, de canales,
de afiliaciones y de agentes, en un intercambio de riqueza y muerte entre los
bandos o entre lo que alguien categoriza como un híper Estado “facial” y otro
híper Estado “comunal”, que no haya como cogérselo todo.
Con un estrategia de conveniencia
entre los dos.
Y una confusión fenomenal sobre qué es
lo ajeno. Se rompieron los moldes y sin querer, quizá, se incitó a delinquir.
Cayéndose en un nivel de contradicciones incomprensibles muy violento.
Y para muestra los últimos y confusos
acontecimientos.
Las imágenes del entierro de Serra,
cuya campaña para ser electo diputado fue apoyada por uno de los líderes más
polémicos de los colectivos: Valentín Santana, jefe del colectivo “La
Piedrita”, y de Odreman, quien también tuvo acceso a figuras gubernamentales
como la primera dama, de acuerdo con las fotos que circulan, son elocuentes.
Ahí están las víctimas del enfrentamiento del martes entre cuerpos policiales y
civiles armados en el centro de Caracas, con los familiares envueltos en las
gigantografías de Chávez, la bandera roja y el llanto.
Junto a las controversiales
declaraciones inmediatas del director del CICPC, Sierralta, en el sentido de
que en el allanamiento que degeneró en tiroteo en el edificio Manfredi del
centro de Caracas, sede del colectivo “Escudo de la Revolución”, se abatió a
una banda delictiva, y que Odreman estaba solicitado por varios homicidios.
¿Cómo se concilian estas dos visiones?
¿Estas dos versiones?
¿Quién defiende a la Revolución y
quién al hampa?
Más allá del uso y abuso que se hace
del aparato de propaganda para convertir esta situación de violencia en una
guerra, ya sea contra la CIA o contra el ébola, se le está haciendo muy difícil
al venezolano distanciarse de tanta degradación del ambiente, donde es
imposible convivir junto a grupos civiles de todo pelambre, armados y
violentos, que dominan cada vez más territorios y vidas.
Espacios donde la policía uniformada
no puede pasar, y la investigación criminal tiene que anticipar que va a ir a
colectar una evidencia, pues de lo contrario tiene prohibido el acceso.
Un estado dentro del Estado. Con armas
largas y cortas que imponen y tumban puertas, allanan y matan.
Junto a la sorprendente fusión de
incapacidad ética y de gestión. Y como consecuencia, la ineptitud para en
quince años poder levantar una estrategia o un muro de contención, no digamos
ante el ébola, sino ante uno de los cambios más importantes en la industria
criminal de los últimos años: el solapamiento entre el alto poder y el delito.
Un cambio o una truculencia que, a
causa este intento despótico de construir un poder hegemónico total, está a
punto de convertirnos a los millones de venezolanos que aún caminamos, y aun
respiramos, en un espejeo idiota de esa buena serie, The Walking Dead.
¿Qué no?
Para lograr la hegemonía total, los
grupos del crimen organizado (arriba y abajo) requieren de una sociedad
desarticulada y atemorizada. Y decía alguien: incapaz de cuestionar y
desobedecer los dictados de las autoridades de facto, que uno no sabe que están
pero están ahí.
La guerra y la violencia, decía
Bernard Crick, representan la quiebra, no la extensión de la política.
Y, bueno, para terminar, se está
convocando a una gran movilización para el próximo sábado 18 de octubre. En una
especie de cruzada nacional contra la violencia. Iremos. Debemos ir.
La inseguridad pública está en el
centro de la agenda venezolana.
Los delitos violentos. La ineficiencia
y corrupción de las policías y del servicio de justicia penal, son razones que
han obligado al presidente Maduro en su orfandad a recurrir a los militares
para el mantenimiento del orden interno. Con su entrenamiento que hace hincapié
en el uso de las armas así como las estrategias y tácticas para aniquilar al
enemigo, y no a prevenir y a controlar. Se trata de una corporación preparada
para la guerra, no para enfrentar la criminalidad como lo haría una policía
profesional que no existe.
Y que obliga a que aunque sea por
razones de salud, por profilaxis, el sábado se salga a la calle.
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