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miércoles, 17 de diciembre de 2014

El dilema del déspota, por @leofernandezf

Leonardo Fernández diciembre de 2014

La historia nos ha permitido analizar distintos eventos que acontecieron en algunos países que tuvieron como gobiernos a un grupo que se organizó en un partido único o que fueron gobernados por una casta única que intenta dominar al ciudadano bajo artilugios y artimañas propias de dictadores que buscan implantar un modelo autoritario.

Cuando fallece el líder supremo de una elite o movimiento político lo natural que suele suceder es que se desaten las ambiciones por alcanzar la silla que queda vacante, y que la estructura de poder se debilité progresivamente por las fricciones que se originan debido a la pérdida del líder mesiánico o caudillo de turno.

En el caso que nos inspira, podrá recordar el lector que las pugnas intestinas previas al fallecimiento del responsable de la crisis, fueron notables y virulentas en la opinión pública y en el seno de las bases rojas.

Se logró una transición suave, quien tenía el poder quiso endosar en el sucesor su liderazgo e intentó, sin éxito, traspasar el afecto de las masas, el déspota tradicional logro con una declaración histórica anticiparse a una guerra de cuchillos por alcanzar el poder total típica en un sistema corrompido e incrustado en el atraso.

No debemos olvidar que las heridas quedan dentro de un submundo de avaricia, con fuerzas endógenas que se organizan y conspiran para llegar a la cúspide. Es allí donde operan los que destruyen a los países, los marañeros de la política y los que buscan el interés personal supeditando el interés general de los pueblos.

Mientras, en la cima del poder, el déspota disfruta ostentando lujos y gozando del dinero del pueblo, funcionarios que acumulan poder se organizan para iniciar la rebelión contra él. El déspota aprende a reprimir a las masas cansadas del gobierno, empero, el déspota moderno y habilidoso, mientras ejecuta estos métodos, llama a la defensa de los derechos humanos y activa campañas internacionales usando las marionetas del régimen para enmascarar el sistema corrupto y violador de los derechos fundamentales.

El déspota es atacado con métodos ambiguos y confusos por los conspiradores, que aspiran a defenestrarlo, llevan a cabo un plan minuciosamente orquestado con las manos de la maldad y confinado en la oscuridad del aparato burocrático del estado. El déspota embellecido por los dulces del poder no se percata que sus colaboradores más cercanos, operan como un grupo de aduladores que están en su círculo, mercenarios de oficios que juegan a acelerar la caída del sistema que implosiona y que está rumbo a agonizar.

Los despotismos suelen verse salpicados por luchas destructivas y violentas en el momento de la sucesión o posterior a esta en el ejercicio del incipiente gobierno afirma ( barry barnes).

Usualmente la generación que comenzó con el déspota fallecido puede sentir estar excluidos del poder y del proyecto nacional, el nuevo déspota es sagaz en algunos aspectos, pero tosco y bruto para otros. El déspota moderno no sabe unificar a su grupo con el carisma que caracterizo a muchos de los dictadores en el comienzo del siglo xx, tampoco es bueno para convencer y persuadir con la retórica política y para colmo y desgracia del déspota algunos de sus antiguos compañeros y fieles del déspota fallecido lo exponen al escarnio público por la carencia de liderazgo.

Después de mencionar el peligro que corren los gobernantes que están el poder con unas bases corroídas y debilitadas por factores que ni el mismo conoce ni entiende, ya que normalmente el déspota, es de pensamiento dogmático y ciego por la ideología, que genera en el propio sistema que domina temporalmente, debemos hacernos una pregunta clave para entender en contenido metafórico de estas líneas. ¿Quién es
el déspota?

Leonardo Fernández

@leofernandezf

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