Ysrrael
Camero[1] 29 de diciembre de 2014
Hace poco más de un año un
grupo de amigos conversábamos sobre las expectativas que teníamos para
Venezuela en 2014. Ante la interrogante directa no pude sino contestar con dos reflexiones
que se tornaron dramáticas. En primer lugar señalé “¡No se van a aburrir!”, a
pesar de que no tendríamos elecciones 2014 prometía ser un año de
movilizaciones sociales y políticas importantes, derivadas tanto de la
profundización de la crisis económica y social como de la rápida erosión de
liderazgo dentro del chavismo. En segundo lugar agregué “¡Extrañaremos el
2013!”, todos los indicadores económicos señalaban que la crisis se
profundizaría y se extendería a todos los campos y niveles de la vida social y
económica, con lo que nuestros escasos ingresos serían cada día más
insuficientes para mantener cierta calidad de vida. Lamentablemente en ambos
casos me quedé corto.
Una economía en caída libre
Durante el año 2014 la crisis
socioeconómica se agudizó al ritmo de la caída de los precios petroleros, de la
destrucción sistemática de PDVSA, y de la incapacidad gubernamental para
realizar cambios en el modelo que nos ha llevado al foso improductivo y
dependiente en que nos encontramos.
La legislación aprobada a
través de la Ley Habilitante, aparte de todas las iniciativas del Ejecutivo,
apuntan hoy en dirección contraria a la recuperación que requiere la economía
venezolana, y el dogmatismo ideológico junto con la incapacidad auguran más
controles y menos producción para 2015.
Con una inflación que supera
el 70%, la más alta del mundo, la política de controles de precios se ha
evidenciado, nuevamente, como un fracaso estrepitoso. La sistemática
destrucción del aparato económico venezolano, que llevó a la mayor dependencia
importadora de nuestra historia, alcanzó a PDVSA, llevándola prácticamente a la
quiebra. El desabastecimiento y la escasez se han convertido en paisaje
cotidiano para los venezolanos.
CONINDUSTRIA ha alertado que
caída del PIB industrial puede alcanzar el -10% en 2014, en un contexto en el
cual la caída del PIB venezolano se ubica entre -1% para los más optimistas
(CEPAL), -4% para algunos economistas, y -6,5% para los analistas de Barclays.
La falta de transparencia de la información oficial perjudica también cualquier
análisis, aunque nadie es ya capaz de negar la profundidad de la crisis.
La destrucción del valor
adquisitivo de la moneda nacional golpea directamente sobre la población más
pobre, pero también se expresa en la desaparición de la clase media profesional
venezolana, que ve desaparecer rápidamente su calidad de vida, su capacidad de
ahorro y sus posibilidades de labrarse un futuro autónomo.
Este derrumbe económico ha
tenido un gran impacto social negativo, que el gobierno ha pretendido ocultar
al esconder o disfrazar las cifras. El aumento de la pobreza no puede ser
negado. El aumento del gasto público inorgánico, sin respaldo real, representa
una devaluación cotidiana del bolívar, minimizando el salario de los venezolanos.
El mal estado de la economía
ha afectado el apoyo popular que otrora tenía el chavismo. La popularidad de
Nicolás Maduro está por debajo del veinte por ciento, y no hay
institucionalidad política que lo sostenga, por eso juega a los malabares,
mientras avanza la militarización del poder.
Moderados y radicales,
reformistas y revolucionarios, cubanófilos y militaristas, planificadores al
estilo soviético y pragmáticos, en un cruce caótico múltiples tendencias
pretendieron darle una dirección a la política económica del gobierno. Este
caos terminó en nada, la política de los controles discrecionales, de la
retórica hueca e irresponsable, de la acumulación de parches que solo expresan
la vigencia de una mentalidad totalitaria, fue lo que se impuso en la práctica.
Pretender hacer pervivir un modelo que nunca funcionó implica un gigantesco
costo político, económico y social. El petróleo ya no salvará a Maduro, ni al
régimen que preside.
Una conflictividad luctuosa e
infructuosa
Por otra parte 2014 fue un
año conflictivo en materia de movilizaciones. Pero el grueso de dicha
conflictividad estuvo poco conectado con la crisis socioeconómica y muy
vinculada al tema específicamente político: las famosas guarimbas. Las movilizaciones que se iniciaron en febrero lamentablemente
ocasionaron más de cuatro decenas de fallecidos, incrementaron la represión
gubernamental, la violación de los Derechos Humanos y la persecución política,
sin propiciar un cambio efectivo en el funcionamiento ni en la correlación de
poder en la sociedad.
Paradójicamente, la caída en
la popularidad gubernamental no se debió a las movilizaciones sino a la
incapacidad del gobierno para detener el impacto socialmente destructivo del
derrumbe del modelo socioeconómico que quisieron imponer a la sociedad
venezolana.
El efecto de las
movilizaciones si fue importante dentro del liderazgo opositor. Las tensiones
internas dentro de la oposición tienen larga data, pudiendo rastrear
divergencias recurrentes a lo largo de estos tres lustros. Varios episodios de
los últimos dos años podemos recordar como expresión genealógica de dichas
tensiones, como por ejemplo, las movilizaciones truncadas tras las
presidenciales del 14 de abril, la iniciativa “Constituyente” anunciada por
algunos factores a finales de ese mismo año, etc.
La construcción de la Mesa de
Unidad Democrática fue un arduo trabajo de filigrana política para equilibrar
visiones contrapuestas y otorgarle direccionalidad política a las acciones de
la oposición democrática, encauzando la búsqueda del cambio democrático en una
política de crecimiento que tuviera expresiones electorales. En el marco de las
movilizaciones la MUD, su configuración, su liderazgo y su estrategia, fueron
sometidas a fuertes críticas por algunos sectores de la misma oposición.
Dos fracasos mellizos
emergieron de esta coyuntura: la política de confrontación en calle, “La
Salida”, y la política del “Diálogo” se cerraron sin lograr cambiar ni la
correlación ni el funcionamiento del poder. Estos dos fracasos son hermanos, a
la calle le faltó política y a la política le faltó calle. Se debió combinar la
negociación política con la política de movilización y confrontación en la
calle, pero alrededor de objetivos políticos concretos y viables. La selección
de poderes públicos independientes, incluyendo el Consejo Nacional Electoral,
pudo haber sido un objetivo político concreto para presionar, al unísono, en
calle y en la mesa de negociaciones políticas. No se hizo, los vasos
comunicantes entre salidistas y dialogantes estaban rotos. Una política
de confrontación en calle sin negociación política no tenía viabilidad real, y
una participación en una mesa de diálogo sin capacidad para meter presión
masiva en la calle tampoco. Allí se perdió la gran oportunidad política de
2014.
La salida de Ramón Guillermo
Aveledo puede ser considerada epílogo del conflicto dentro del liderazgo
opositor, así como los cuestionamientos crecientes al rol del gobernador
Capriles. El presidio político de Leopoldo López, la defenestración de la
diputada Machado, el exilio de varios líderes del salidismo, pueden ser vistos como parte de un proceso de
debilitamiento de la capacidad operativa de varios sectores de la oposición, en
una coyuntura social donde Venezuela nos exige fortaleza.
En este escenario el partido Un
Nuevo Tiempo ha ratificado durante 2014 su vocación unitaria, frenando las
tentaciones divisionistas dentro de la MUD, así como ha fortalecido su
organización en un proceso democrático interno que ha permitido renovar al
partido. La realización del Congreso Federal en noviembre de este año fue
ocasión también para ratificar el compromiso con el cambio político, económico,
social y cultural que requiere Venezuela y que va más alá de la coyuntura de
las elecciones parlamentarias de 2015, pero que la incluye.
La respuesta gubernamental
implica cambios importantes, reforzando una preocupante tendencia. La
militarización del poder político ha sido la otra cara de dicha conflictividad.
Cada vez más se deja ver que el verdadero proyecto del chavismo es rojiverde.
La violación de los Derechos Humanos, la persecución y represión política, la
judicialización de la política y la politización de la justicia, expresa el
reforzamiento del control militar sobre el poder de lo que poco que queda de
institucionalidad estatal.
Si entre 1999 y 2010 el
régimen venezolano se constituyó en un autoritarismo competitivo, una especie
terrible de ornitorrinco de la política, luego de 2010 se ha acentuado su
carácter autoritario. Esto se reforzó durante 2014, el escenario de los medios
de comunicación es sintomático, la compra agresiva por parte de “grupos
empresariales” interesados en “bajar el volumen a la política” se acompaña con
expresiones de autocensura o censura explícita. Existen aún los espacios para
la disidencia y la oposición, de hecho en 2015 las elecciones parlamentarias
serán ocasión para promover el cambio a partir del sufragio popular, pero el
contexto es cada día más hostil para el ejercicio de la disidencia política.
Mirando al 2015
Con un precio del petróleo
que roza los 50 dólares por barril, con una economía en caída libre, una
sociedad dependiente, un régimen que se desliza por un lado hacia un mayor
autoritarismo mientras que por el otro se muestra incapaz de responder a la
crisis socioeconómica, el escenario es de agudización de los conflictos
sociales y políticos. He de repetir mi percepción del año pasado, será 2015 un
año de movilizaciones y económicamente miraremos con ilusa nostalgia el año
2014.
No perdamos las oportunidades
de 2015 como perdimos las de 2014. En medio de esta crisis el gobierno tiene
claro que una derrota electoral en las elecciones parlamentarias de 2015 es
altamente probable, pero se le hace difícil escapar al sufragio popular. La
estrategia diseñada para evitar esta inminente derrota es debilitar las
opciones electorales de la alternativa democrática. Promover la división en las
filas de la oposición, aupando las divisiones internas, montando candidaturas
ficticias que confundan al ciudadano democrático, es una táctica empleada. La
otra es incrementar la abstención del electorado opositor, incrementando la
represión, la persecución política, el autoritarismo, el abuso, el atropello y
la ilegalidad, fortaleciendo la sensación de indefensión cívica, promoviendo la
apatía o el radicalismo infructuoso. Ante esta estrategia tenemos que responder
con firmeza, unidad y movilización de las fuerzas democráticas, convirtiendo la
legítima indignación ciudadana en una avalancha de votos para construir, desde
la Asamblea Nacional, el cambio que el país nos está exigiendo.
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