Rosalía Moros de
Borregales 22 de febrero de 2015
rosymoros@gmail.com
@RosaliaMorosB
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Una
de las cosas más retadoras a la fe es la injusticia del hombre. Cuando
damos una mirada a nuestro mundo, lo malo, lo cruel, lo injusto abunda como una
cosecha, entonces nuestra primera reacción es sentirnos desesperanzados.
Nuestro Señor Jesucristo les advirtió a sus discípulos que el amor de muchos se
enfriaría a causa de la maldad. Sin embargo, al recorrer las páginas de la
historia comprobamos que no son los tiempos actuales los que son malos; donde
ha estado el hombre, la huella del mal ha quedado marcada.
Desde
el interior del ser humano proviene la paz, el progreso, el respeto y la
solidaridad; pero del mismo corazón proviene la guerra, la pobreza, las
violaciones a los derechos y la enemistad. ¡Es el mundo en el que vivimos! A pesar
de esta realidad existe una verdad en la que pocos creen, son
principios que trascienden al concepto que tenemos de la justicia y de la
vida. Los hombres juzgamos según las apariencias y la verdad es que debajo
de un rostro se esconden mil historias de las que Dios es testigo.
Cuenta
la Biblia que el rey David vivió un reinado de grandes confrontaciones. En
medio de su vida de luchas, de pecado y de la búsqueda de Dios escribió una
gran cantidad de salmos; es decir, oraciones expresadas en forma de cantos.
Muchos de estos salmos relatan momentos cumbres de la vida del pueblo de
Israel, otros son análisis de las diferentes circunstancias que
atravesaron en su caminar, mientras otros muestran la verdad
intrínseca del ser humano y el pensamiento de Dios.
Uno
de mis favoritos es el Salmo 37, su título es “El camino de los malos”, aunque
desde mi perspectiva Cristo céntrica lo hubiera titulado algo así como “La
bendición de los que confían en Dios.” Desde esta visión hay dos maneras en las
que podemos vivir nuestras vidas. Por un lado, podemos concentrarnos en todo el
mal que nos rodea, analizarlo para quedar más consternados aún, perder nuestra
fe y más terriblemente, perder nuestro amor.
Por
otro lado, sin ignorar la maldad que nos rodea, podemos concentrarnos en
Dios, en su amor, en su poder y confiar en El. Existe un gran misterio en
mantener nuestra fe; no solo en creer que Dios existe sino en creerle a El, en
creer en sus palabras, en creer que es galardonador de aquellos que le buscan
de corazón. De nuevo, nos encontramos ante el conocimiento de que las armas de
Dios no son, ni serán nunca las del hombre, pues en la justicia del hombre no
obra la justicia de Dios.
Por
eso, no te impacientes a causa de los malignos, ni tengas envidia de los
que practican el mal porque como la hierba serán pronto cortados y
como la hierba verde se secarán. Solo Dios sabe el fin que le espera a
cada hombre. El poder y el dinero les nublan el discernimiento; se creen dueños
y señores pero pronto pueden ser sorprendidos por lo inesperado. Pueden
pretender imponer sus ideas a la fuerza, pero cuando venga sobre ellos la
fuerza del Todopoderoso serán arrasados como por aguas impetuosas.
¡Confía
en el Señor y haz el bien! No te canses de dar la bondad que está en
tus manos, no le des cabida en tu corazón a la venganza, no seas
vencido por el mal sino vence a las tinieblas con la luz de Dios.
Deléitate en El, entrégate a su amor así como un niño confiado en el regazo de
su madre. No dejes de abrir la puerta de la oración cada día. Aunque la maldad
se multiplique a tu alrededor, tu tendrás la paz que
sobrepasa todo entendimiento. Aunque quieran quebrar tu voluntad con
sus fuerzas, recuerda que su espada entrará en su corazón y su arco será
quebrado.
Recuerda
que siempre hay una posibilidad de bien en el ser humano; así como el ladrón
que reconoció en Cristo el poder de Dios y le pidió que se acordara de él
cuando estuviera en el Paraíso; así, a través de tu proceder podría llegar la
luz de la vida a un esclavo de las tinieblas. Recuerda que cuando has caído
Dios no te ha dejado postrado. ¡El ha sostenido tu mano! El Señor no te dejará
ser condenado, tu salvación de El vendrá, El será tu fortaleza en el tiempo de
la angustia.
“Encomienda
al Señor tu camino, confía en El y El hará. Exhibirá tu justicia como la luz y
tu derecho como el mediodía”. Salmo
37: 5-6.
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