Por Olga Ramos, 24/02/2015
Un buen jugador de dominó sabe que hay en cada mano, viendo lo que hay
en la mesa, si ha llevado bien la cuenta de las piezas jugadas por su compañero
y los adversarios. Su precisión será mayor, en la medida en que recuerde el
contexto en el que cada quién colocó cada pieza y algo del orden de las
jugadas.
Un buen jugador de dominó sabe que en la mesa todos juegan, que
cualquiera puede trancar y que, a la hora de contar, suman tanto las piezas no
colocadas por la pareja adversaria, como las no colocadas por él y su
compañero. Por eso, por muy buena mano que tenga, no jala siempre el juego para
su lado, sino que coordinando con el de su compañero, hace la jugada más
conveniente para el equipo. Un buen jugador, sabe que en dominó no se gana sólo
o a pesar del compañero.
Un buen jugador de dominó, sabe también como sortear las dificultades
de una mala mano y sabe incluso que cuando la mano no se puede salvar, hay que
descontar la mayor cantidad de puntos para poder seguir en el juego.
Pero sobre todo, un buen jugador de dominó sabe cuánto juegan él y su
compañero y sabe que parte importante de su arte, es aprender acoplarse con su
pareja y leer juntos a los adversarios, para poder descubrir cuánto juegan, si
lo hacen en equipo y cuán buenos son ocultando su estrategia. Porque un buen
jugador de dominó no subestima nunca a sus adversarios, sabe que cuando sus
adversarios no son buenos jugadores, no se entienden o no siguen una
estrategia, no es tan fácil descubrir las piedras que les quedan y pronosticar
sus próximas jugadas. Y es que en dominó, un buen jugador sabe que cuando los
adversarios juegan mal, o no siguen una buena estrategia, creer que se está en
la situación más favorable, es el error que con más seguridad puede llevarlo a
perder una partida, incluso aunque parezca ganada.
En política, y en la Venezuela de estos tiempos, un buen jugador de
dominó, nunca usaría la máxima “juego ganado no se tranca”, para tildar de
inconveniente la firma del comunicado “Acuerdo Nacional para la Transición”
porque “sabotea” la ruta hacia las parlamentarias. De hacerlo, sabría que
estaría asumiendo como premisa que, porque la popularidad del gobierno está en
decadencia, y parece que así seguirá, el resultado causalmente lineal, sería el
triunfo abierto de la oposición en las elecciones y que, en consecuencia, sus
resultados serían reconocidos y respetados por los grupos oficialistas y
bienvenidos por sus bases.
En su afán por apuntalar la estrategia que considera irremediablemente
ganadora, estaría cometiendo los mismos errores que critica: pensar que “su
estrategia” es, sin compañía y sin discusión, la verdadera ruta hacia
la salida de esta crisis y dar por descontado su éxito, vendiendo a sus
seguidores una falacia.
Porque un buen jugador de dominó sabría que las parlamentarias, a pesar
de la pérdida progresiva de popularidad del gobierno y de las dificultades
financieras que, por falta de dinero, este tendrá; y que a pesar del malestar
que la crisis está generando y seguirá generando en la población, no se ganan
con voluntarismo, ni porque se decrete; se ganan con mucha táctica en el marco
de una buena y compleja estrategia.
Se ganan sabiendo que el CNE hace trampa y que seguramente cambiará los
circuitos electorales, que el gobierno abusa de su poder utilizando a mansalva
los recursos del Estado en propaganda y campaña, y que para rematar, tiene de
su parte el miedo, producto del uso que hace de la violencia, a través de la
represión y la reiterada violación de los derechos humanos, por parte de los
organismos del “seguridad” del Estado, pero también, a través del uso de sus grupos
irregulares armados, para controlar social y políticamente buena parte de su,
no tan voluntario, electorado, en el momento de la votación y, en la dinámica
cotidiana que ha sembrado en sus espacios de “convivencia”.
Sabiendo y diciendo, claramente, al menos, todo esto, las
parlamentarias se ganan, en el marco de una estrategia que abarque mucho más
que lo electoral, sumando votos, más allá de las filas opositoras, y
construyendo una base de apoyo que salga a votar, cuide las mesas y defienda
los resultados, en los lugares en los que hasta ahora, a pesar de que algunos
se han empeñado en decir lo contrario, la oposición no ha tenido real
presencia.
Y por cierto, sabría que dominó no es truco y por tanto, “blofear” no
funciona, pero que empeñarse en blofear es mucho menos eficaz cuando todos
están cansados de saber cómo es el juego.
Un buen jugador de dominó, en la Venezuela de estos tiempos, también
sabría que forzar la jugada para que tu compañero siga obligatoriamente tu
juego, y para rematar, ante adversarios con piedras bajo la manga, sigue siendo
el error más grande que puede cometer, porque la construcción de la unidad
requiere que todos cedan poder y espacio, para lograr ensamblar una estrategia
conjunta.
Sabría que generar alianzas de “potenciales ganadores” excluyendo a
otros, con el argumento de tener mayoría de votos o militancia, – como estamos
cansados de ver, en múltiples oportunidades, incluso en los más recientes
eventos electorales- es parte del error que se comente cuando se privilegia la “operación
política” sobre la negociación y el acuerdo para la construcción de espacios
compartidos. Porque no se trata de replicar el estilo excluyente del
oficialismo, o la lógica de la hegemonía del que tiene el “poder” en ciertos
contextos; sino de profundizar la democracia y el ejercicio de la política,
abriendo espacios para la inclusión y los acuerdos, cediendo “poder” donde se
“estima” que se tiene. Se trata de cambiar la lógica del gobierno de las
mayorías relativas que aplastan e ignoran a las minorías relativas, por una
lógica de conciliación de la diversidad que abra espacios reales para la
inclusión de todos.
Pero sobre todo, un buen jugador de dominó sabría que la dinámica
socio-política de Venezuela, en este momento, no se puede trivializar con
frases y analizar sin tomar en cuenta la complejidad de cada acción en su
contexto. Sabría que, a pesar de todos los acuerdos de unidad y programas
conjuntos que la oposición ha suscrito en estos 16 años, a pesar de todos los
esfuerzos muy bien intencionados de buena parte del liderazgo, y no tan bien
intencionados por parte de la otra, hemos logrado, con mayor éxito, una extensa
galería de fotos posando juntos, que acoplar puntos de vista, y cuerpos de
ideas divergentes, en estrategias comunes.
Un buen jugador de dominó también sabría que hay un importante
porcentaje de la población que, para salir del espacio de “confort” que el
gobierno le ha construido a punta de populismo, se requiere una unidad que
trascienda los planteamientos y el liderazgo opositor, una unidad que garantice
que, el sacrificio que de ellos se espera, sea recompensado con el respeto y el
reconocimiento que ahora, con razón o sin ella, sienten que tienen, que no
recuerdan haber tenido antes, pero sobre todo, que no han tenido de la mayoría
los grupos opositores, durante estos 16 años.
Un buen jugador estaría leyendo y reflexionando sobre la hipótesis de
Laureano, de una transición con un gobierno alternativo, pero “oficialista” y
estaría pensando en cómo comunicarnos a todos, la construcción de rutas de
salida de la crisis, muy diferentes a las que hemos transitado en acción o en
idea, durante estos 16 años y que es insostenible e inviable plantearse la
acción política, en este momento, en términos de parlamentarias y nada.
Un buen jugador de dominó, sin lugar a dudas sabría, que usar la máxima
“Juego ganado no se tranca”, en ciertos momentos y contextos, no es más que una
inútil bravuconada.
(*) Máxima popular de los que juegan dominó.
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