Nelly Arenas 22 de
febrero de 2015
El
ascenso al poder de Hugo Chávez en el 98, fue impulsado en gran medida por su
sugestiva oferta de transmutar el devaluado sistema político venezolano
en uno cuyo sostén fuera una verdadera democracia participativa. Esta oferta
fue comprada por amplios sectores del país sin mucho reparar en el oferente: un
militar que había intentado un golpe de Estado, cuya agenda original era el
diseño de un Nuevo Orden Nacional en cuyo seno no tendría cabida la democracia
representativa. Un “gobierno o régimen especial, no puede ser un gobierno
producto de elecciones... Nada que intente superar ese modelo de democracia liberal
que para nosotros ya murió, puede provenir de elecciones” fueron palabras del
futuro presidente recogidas por Agustín Blanco Muñoz en su imprescindible texto
Habla el comandante.
Pero,
contra sus deseos primarios, el líder supremo del Movimiento Bolivariano
Revolucionario, se hizo del poder por la vía del sufragio popular; vale decir a
partir de los denostados mecanismos de la democracia representativa.
Desde los mismos días constituyentes, no obstante, la pulsión autoritaria
del nuevo elenco en el poder se descargó contra la institucionalidad
democrática, acaparando para sí la totalidad de los poderes públicos que desde
entonces no han dejado de obedecer los imperativos del caudillo en trance
presidencial; ayer Hugo Chávez, hoy Nicolás Maduro. Mientras tanto, el
discurso a favor de la democracia participativa se hacía más florido y abundoso
convirtiéndose en el patrón inspirador de otros movimientos políticos en
el mundo ligados a la izquierda, no sólo de América Latina, sino también de
Europa como queda de manifiesto en las promesas de renovación de la democracia
del partido Podemos en España. Mucha tinta también han gastado
innumerables universitarios en el mundo ponderando el modelo venezolano,
cautivados por las fórmulas de participación ensambladas por los
portadores del nuevo socialismo.
Aquella
pulsión autoritaria que descubrimos en los orígenes del régimen no ha
hecho sino acrecentarse a lo largo de estos 16 años tipificando lo que algunos
estudiosos han denominado autoritarismos competitivos o regímenes
híbridos. Este tipo de autoritarismo es útil para categorizar a algunas
modalidades de gobierno que sustraen de la democracia sus instrumentos de
legitimación, principalmente el voto, pero, una vez conquistado el poder despliegan
el abanico autoritario saltándose las barreras de la legalidad y echando
por la borda la premisa de que el fin último de la constitucionalidad
democrática es la organización de un gobierno restringido, vale decir, con
límites.
De
modo que la muy ensalzada democracia participativa se ha desenvuelto en un
ambiente de poder que la niega de facto. La experiencia del 2007 con
la reforma constitucional emprendida por Chávez es el mejor ejemplo.
Perdido el referéndum, precisamente un mecanismo de consulta que presupone
mayor control de las decisiones públicas en manos del ciudadano, el
gobierno se dedicó a armar una plataforma “legal” paralela a la constitución
que se le ha venido imponiendo al país en el interés parcial del proyecto
bolivariano. El Estado comunal se inscribe dentro de esa plataforma cuya
orientación emana del “Poder Popular” el cual, como el mismo presidente lo
expresara en su oportunidad “no nace del sufragio ni de elección alguna”. Darío
Vivas, uno de los líderes del chavismo complementaría más tarde la sentencia
cuando, a la luz de las críticas opositoras a la Ley de Comunas diría: “Se le
olvida a la oposición que no estamos en democracia representativa sino que hay
un protagonismo popular…” (El Universal 2-7-2010).
Quiere
decir esto que la idea de prescindir del sufragio ha estado en el ánimo
del liderazgo chavista; se ha ido dejando deslizar sin mucho ruido a lo
largo del tiempo y ha estado quizás al acecho en espera del momento en
que las tuercas de la necesidad de sobrevivencia del poder reclamen
materializarla al costo que sea.
¿Cómo
interpretar los acontecimientos más recientes en Venezuela? ¿Cómo explicar las
absurdas acusaciones a Julio Borges y la arbitraria y violenta detención del
alcalde metropolitano de Caracas? Múltiples hipótesis pueden tejerse,
todas ellas susceptibles de validación; sin embargo, aguzar la
percepción en torno a la necesidad mayor del régimen cual es la de
sostenerse a toda costa en el poder, pudiera ser de utilidad a los
factores opositores para mantenerse espabilados, como parecieran estarlo, y no
distraer su atención en asuntos subalternos. Que el gobierno
conserve el poder pasa por ganar las elecciones parlamentarias a la vista. Sin
embargo, los últimos sondeos realizados por diversas firmas encuestadoras, no
permiten presagiarle un desenlace victorioso.
Más
aún, la brecha a favor de la oposición parece ampliarse cada vez más. ¿Esta
situación, inédita para la cúpula militar-civil en funciones de gobierno,
será la que explique la razón de esta desmesurada acción contra el
liderazgo opositor? ¿Pretende tal conducta desarticular a la oposición e
inhabilitar a sus dirigentes para asumir el vital compromiso electoral que se
avecina? De ser así, ¿dejaríamos de estar en presencia de un tipo de autoritarismo
competitivo para entrar en otro más radical en el cual el derecho al voto
pueda ser conculcado? En un reciente trabajo de Ángel Álvarez y Benigno
Alarcón (UCAB, 2014), se hace referencia a modalidades de autoritarismos
“hegémonicos” y “cerrados”, siguiendo la tipología de Howard y Roessler.
El primero de ellos puede ser una deriva de un autoritarismo híbrido o
competitivo ante la pérdida de su base de legitimidad electoral; la posibilidad
de perder el poder con los costos consiguientes, impulsa a adoptar formas
de gobierno más fuertes, dejando muy poco espacio a la competencia
electoral al anular las figuras políticas desalineadas y restringir la
existencia de organizaciones partidistas. En el segundo tipo, no
existen elecciones y la selección de autoridades públicas es realizada por el
grupo que ejerce el poder. Algunos países en el mundo sirven de ejemplo para
ambos casos.
¿Se
aproxima Venezuela a uno de estos dos tipos de autoritarismo o a una
combinación de elementos de ambos según las apremiantes necesidades del
régimen? No es posible vaticinarlo ahora pero los rudos modales de los que hace
gala en estos días el cuadro gobernante, obligan a no bajar la guardia; hacer
un esfuerzo máximo para recuperar la unidad y batallar para preservar los cada
vez más delgados hilos que todavía nos permiten a los venezolanos
mantenernos ligados a la democracia.
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