P. Juan José
Paniagua 14 de marzo de 2015
Evangelio: Lucas
18,9-14
En
aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí
mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola: “Dos hombres
subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo,
erguido, oraba así en su interior: “¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy
como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos
veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo.” El publicano, en
cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se
golpeaba el pecho, diciendo: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador.” Os
digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se
enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”.
Reflexión:
La
Sagrada Escritura llama justos a aquellos que conforman su vida a las leyes de
Dios y procuran cumplir su plan. En este pasaje, Jesús se dirige a quienes se
consideran justos porque cumplen prácticas religiosas y buenas obras o
servicios a la comunidad, pero que olvidan el espíritu de la religión, que es
humildad y misericordia.
No
es el hombre el que se salva a sí mismo y por eso no debe andar creído. Dios es
quien hace justo al hombre perdonándolo y concediéndole que persevere en el
buen camino. Por eso en este texto el fariseo más que alabar a Dios, se alaba a
sí mismo, confiando en que recibirá el premio debido a sus obras buenas y no
sabe exponer sus derechos sin despreciar al publicano.
En
cambio, este pobre hombre, este pecador es consciente de su maldad. También él
insultaría a Dios si dijera: “¡Qué importa!”. Pero sin embargo, se condena a sí
mismo y se atreve a pedir el perdón. Y porque ha creído en el amor de Dios, es
que vuelve a su casa justificado, en gracia de Dios.
Muchas
veces creemos que debemos ganar méritos para ir al cielo, esto significa que
nuestra felicidad en el otro mundo será un premio concedido por Él, que nos
ama, a los que lo queremos. Pero tengamos cuidado, no nos equivoquemos, ni
creamos como el fariseo que Dios nos debe algo por tantos méritos nuestros.
Él
es el que nos concede que actuemos bien y que ganemos méritos. Por eso, si bien
debemos esforzarnos por cumplir el plan de Dios con todo nuestro corazón,
igualmente tenemos que hacer un esfuerzo inmenso por ser humildes, por
reconocer que todo lo que recibimos de Dios es pura bondad, puro amor y pura
misericordia y que si fuera por nuestros méritos, en el fondo, no recibiríamos
nada.
Entonces
pues, humildes y penitentes como el publicano en el templo, acerquémonos
siempre al Dios justo y pidámosle que tenga piedad de nosotros, que también nos
reconocemos pecadores.
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