RAFAEL LUCIANI sábado
14 de marzo de 2015
Un
discernimiento cristiano de nuestra realidad no puede hacerse sin tomar como
principios irrenunciables: (a) la primacía de la «dignidad humana», para el
desarrollo socioeconómico y político; (b) la necesidad de la «libertad», para
el reconocimiento de las diferencias; (c) la afirmación de la «justicia», para
la convivencia; (d) la «fraternidad», para frenar el odio y la violencia; (e) y
la primacía de la «verdad», como base para el diálogo.
Sobre estos 5 principios, propios de la teología política, se basan los varios llamados que Francisco ha hecho al referirse a Venezuela. Su intención es la de ofrecer palabras y acciones de mediación a un contexto sociopolítico tan deshumanizado como el nuestro. Así también lo viene realizando, a través de la diplomacia vaticana, con otros países en conflicto.
En abril del 2014 el Papa dijo que seguía nuestra situación «con preocupación». Luego de reconocer la gravedad de la crisis, hizo un llamado a que «los "responsables institucionales y políticos" rechacen firmemente toda violencia y establezcan un diálogo basado en la "verdad", el "reconocimiento mutuo", la búsqueda del "bien común" y el "amor de la Nación"». Este llamado surgió luego de la fuerte represión que vivimos. Con sus palabras, el Papa se pone del lado de las víctimas y no de los victimarios: «soy consciente de la inquietud y del dolor vividos por tantas personas y, mientras manifiesto preocupación por cuanto está ocurriendo, renuevo mi afecto por todos los venezolanos, en particular por las víctimas de la violencia».
Esta misma solidaridad se hizo presente el pasado marzo cuando sorprendió a la comunidad internacional durante la oración del Angelus para denunciar la muerte de Kluivert Roa, quien fue asesinado por un oficial de la Policía Nacional Bolivariana. Francisco recordó en sus oraciones «a Venezuela, que está viviendo nuevamente momentos de aguda tensión», y precisó: «rezo por las víctimas, en particular por el joven asesinado hace pocos días». Ese día culminó su mensaje invitando «a que se retome un camino común para el bien del país», lo que supone, en sus palabras, una praxis política que procure «rechazar la violencia, respetar la dignidad de cada persona y respetar la sacralidad de la vida humana».
Con estos criterios el Papa busca hacernos entender que las ideologías no son absolutas, que no están por encima del sujeto humano en sus necesidades concretas, tales como la alimentación y la sana convivencia. Pues de otro modo nos dirigimos -como decía Juan XXIII- hacia «la triste realidad de tener que reconstruir, posteriormente, sobre ruinas».
El discernimiento del cristiano está basado en valores irrenunciables y no puede dejar de preguntarse por la naturaleza del modelo político que se pretende imponer, ni limitarse a analizar la eficacia de éste. Ya lo han advertido los obispos venezolanos inspirados en los llamados de Francisco: «la causa de esta crisis general es la decisión del gobierno nacional y de los otros órganos del Poder Público de imponer un sistema político-económico de corte socialista marxista o comunista».
Sobre estos 5 principios, propios de la teología política, se basan los varios llamados que Francisco ha hecho al referirse a Venezuela. Su intención es la de ofrecer palabras y acciones de mediación a un contexto sociopolítico tan deshumanizado como el nuestro. Así también lo viene realizando, a través de la diplomacia vaticana, con otros países en conflicto.
En abril del 2014 el Papa dijo que seguía nuestra situación «con preocupación». Luego de reconocer la gravedad de la crisis, hizo un llamado a que «los "responsables institucionales y políticos" rechacen firmemente toda violencia y establezcan un diálogo basado en la "verdad", el "reconocimiento mutuo", la búsqueda del "bien común" y el "amor de la Nación"». Este llamado surgió luego de la fuerte represión que vivimos. Con sus palabras, el Papa se pone del lado de las víctimas y no de los victimarios: «soy consciente de la inquietud y del dolor vividos por tantas personas y, mientras manifiesto preocupación por cuanto está ocurriendo, renuevo mi afecto por todos los venezolanos, en particular por las víctimas de la violencia».
Esta misma solidaridad se hizo presente el pasado marzo cuando sorprendió a la comunidad internacional durante la oración del Angelus para denunciar la muerte de Kluivert Roa, quien fue asesinado por un oficial de la Policía Nacional Bolivariana. Francisco recordó en sus oraciones «a Venezuela, que está viviendo nuevamente momentos de aguda tensión», y precisó: «rezo por las víctimas, en particular por el joven asesinado hace pocos días». Ese día culminó su mensaje invitando «a que se retome un camino común para el bien del país», lo que supone, en sus palabras, una praxis política que procure «rechazar la violencia, respetar la dignidad de cada persona y respetar la sacralidad de la vida humana».
Con estos criterios el Papa busca hacernos entender que las ideologías no son absolutas, que no están por encima del sujeto humano en sus necesidades concretas, tales como la alimentación y la sana convivencia. Pues de otro modo nos dirigimos -como decía Juan XXIII- hacia «la triste realidad de tener que reconstruir, posteriormente, sobre ruinas».
El discernimiento del cristiano está basado en valores irrenunciables y no puede dejar de preguntarse por la naturaleza del modelo político que se pretende imponer, ni limitarse a analizar la eficacia de éste. Ya lo han advertido los obispos venezolanos inspirados en los llamados de Francisco: «la causa de esta crisis general es la decisión del gobierno nacional y de los otros órganos del Poder Público de imponer un sistema político-económico de corte socialista marxista o comunista».
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