ALBERTO BARRERA
TYSZKA , 03.de marzo de 2015
El
gobierno ha convertido los golpes de Estado en un género televisivo. Ya son un
clásico en esta década. Forman parte fundamental de la programación oficial. Se
trata de un tipo de seriado que tiene sus reglas y su propio sentido de la
verosimilitud. Por ejemplo: siempre se narran actos fallidos. Más que golpes de
Estado, en realidad, se cuentan pregolpes de Estado. Nunca vemos un tanque en
movimiento, un avión volando bajo, unos militares agazapados entre las sombras,
un teniente coronel hablando a cámara… No. El concepto de este género es
distinto. Es un producto más elaborado, que presenta la desactivación de
amenazas inminentes y que siempre ofrece una trama de contra, retruque y
requetecontrainteligencia. Es un curioso invento de nuestro telegobierno:
programas de acción sin acción.
Este
miércoles me senté a ver Con el Mazo Dando. Esa noche prometían el tradicional
capítulo de la “presentación de pruebas”. El propio Nicolás Maduro había
participado con un tuit en la jornada publicitaria. Juro que lo observé con
toda seriedad. Deseo honestamente entender la urdimbre de esta nueva serie,
encontrarle algún sentido a todo lo que está pasando. El episodio fue largo,
algo aburrido y con algunos momentos muy desacertados. Jorge y Diosdado se
ríen, comparten complicidades que el público no entiende, se pasan chistes a
medias, juegan a darse uno al otro la palabra, al uy-uy-uy, tenemos por ahí una
noticia bomba, y vuelven a reírse y se muestran tan encantados que la audiencia
ya no sabe si, en verdad, están denunciando un golpe de Estado o están haciendo
casting para un “Ellos que se conocen tanto” en la radio con César Miguel
Rondón.
Cuando
por fin llega el momento tan esperado de las evidencias, el capítulo flaquea,
el relato resulta frágil, quebradizo. En el primer testimonio falla el audio.
El segundo es breve y poco contundente. El tercero es largo y tedioso. Un tal
teniente L. Lugo habla con un desconocido sin aportar ningún dato trepidante.
El público empieza a sentir que los párpados son de tela.
A
medida que avanza la transmisión, las cosas no mejoran y los animadores
comienzan a desesperarse. “Las evidencias son notorias. Las pruebas están extremadamente
claras”, dicen. Pero el argumento se deshace y la narración resulta cada vez
más desopilante: aseguran que Patricia Poleo, desde Miami, sería el detonante
del golpe. Afirman que, en Estados Unidos, un comunicado como el Acuerdo
Nacional para la Transición, sería suficiente motivo para una condena de 70
años de cárcel. Jorge y Diosdado lucen cada vez más vulnerables en la pantalla.
La ficción requiere cierta lógica. Para mentir también se necesita coherencia.
Un
gobierno dedicado a perseguir palabras es un gobierno profundamente débil.
Demuestra que está perdiendo su voz. Por eso necesita callar a los otros. El
debate en la Asamblea Nacional sobre un texto publicado en un periódico es una
de las tonterías más asombrosas de toda nuestra historia parlamentaria. Pienso
que muchos de los que nos oponemos al gobierno ni siquiera suscribimos ese
acuerdo. Que muchos pensamos que la verdadera política produce transiciones, no
las decreta. Que la realidad del país es más compleja que un simple esquema entre
dos modelos. Pero entendemos que cualquiera tiene derecho de decir lo que
piensa y lo que sueña con respecto al futuro del país. Que el poder no puede
imponer su diccionario privado en el que los verbos hablar y delinquir
significan lo mismo.
El
oficialismo no quiere enfrentar la realidad, pero sí pretende censurar su eco.
La ficción de los pregolpes de Estado les parece más verosímil que la
inflación. Prefieren debatir sobre un comunicado publicado en la prensa que
sobre el asesinato de un adolescente a manos de un policía. Nuestra historia es
rara y cruel: a 26 años del Caracazo, un gobierno, supuestamente
revolucionario, considera que una protesta puede ser un acto terrorista y se da
permiso para reprimir usando la fuerza. Disparen primero. Piensen después.
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