Por Vladimiro Mujica, 13/05/2015
La brutal y cínica declaración del embajador de Venezuela ante la OEA,
Roy Chaderton, expresándose con despreciable sorna del sonido hueco que
emitiría el estallido del cráneo de un escuálido frente al impacto de una bala,
sirve de indicador, hay muchos otros, acerca del creciente encono del conflicto
venezolano. Crece la preocupación en medios internacionales acerca del altísimo
riesgo de que la gravísima crisis de nuestro país desemboque en una fractura
definitiva del orden constitucional o, quizás peor, en un escenario de
violencia y caos incontrolado.
Por supuesto que sigue siendo un ejercicio importante el continuar
analizando el cómo y el porqué se llegó a este lamentable estado de cosas. Pero
más allá de seguir insistiendo en una ruta de análisis sobre la característica
central del chavismo como un proyecto de poder, y su responsabilidad
indiscutible en haber provocado la ruinosa situación económica y social del
país y una situación de violencia endémica tanto de origen criminal como
políticamente motivada, está la pregunta ¿Qué se puede hacer para impedir que
las cosas lleguen hasta una situación de violencia abierta entre venezolanos?
La pregunta no es académica ni ociosa. Muchos de quienes insisten en que la
única salida al conflicto venezolano es una suerte de revuelta popular
indefinida, de “pueblo arrecho en las calles”, eventualmente apoyada por
sectores de las fuerzas armadas, no incluyen entre sus elementos de discusión
el hecho importantísimo de que el régimen autoritario que desgobierna a
Venezuela tiene, por una variedad compleja de razones, un importante apoyo
popular. Disminuido, si, pero lejos de ser inexistente. Esta es la razón última
por la cual es difícil de calificar como una dictadura al populismo autoritario
y destructor de instituciones que se instaló en Miraflores desde los tiempos de
Chávez. En las dictaduras tradicionales latinoamericanas, se trataba de un
gobierno militar o militar-cívico enfrentado al pueblo. En el caso de Venezuela
se da la difícil circunstancia de que el autoritarismo y el abuso se ejercen
con sustancial respaldo popular. Esta ocurrencia también determina que en una
situación de violencia se enfrentaría un “pueblo arrecho azul” contra otro
“pueblo arrecho rojo” con resultados catastróficos para Venezuela. Una tragedia
de dimensiones históricas que traería muerte y destrucción en una escala que ni
siquiera alcanzamos a imaginar.
Es entonces indispensable, y urgente, reflexionar sobre cuáles son las
opciones de juego político que le quedan a la resistencia democrática opuesta
al proyecto autoritario de la oligarquía chavista. El documento suscrito por
Antonio Ledezma, Leopoldo López y María Corina Machado sobre la transición,
cuya redacción y divulgación están perfectamente enmarcados en el ordenamiento
jurídico y constitucional venezolano, abre una discusión muy importante sobre
los pasos a seguir en una eventualidad, la transición, que todavía no se ha
producido. Esta característica, la de no contemplar de modo explícito que en
medio de una situación extremadamente conflictiva como la venezolana, la
transición no puede ocurrir sino a través de un acuerdo entre las partes
enfrentadas, es una carencia importante en un manifiesto que toca un problema
esencial para el país. La historiadora Margarita López Maya, otrora ardiente defensora
del proyecto chavista y ahora uno de sus más claros críticos, es probablemente
quien ha expresado de manera más precisa el desiderátum político de esta
encrucijada histórica: no hay salida a este conflicto sin participación de al
menos parte del chavismo.
A toda esta discusión se le añaden otros elementos que han sido
destacados en recientes estudios de opinión. Por un lado, el apoyo popular al
gobierno de Maduro está muy disminuido. Maduro no es Chávez y mucha gente común
lo considera incompetente para el cargo que ocupa. Otro sector del chavismo lo
objeta porque considera, palabra más, palabra menos, que compromete, cuando no
se usa el término más fuerte, traiciona, el proyecto fundacional del
comandante. Por último, y quizás más importante para el tema que nos ocupa, se
ha ido despejando un robusto tercio de la población venezolana que expresa
idéntica desconfianza tanto hacia el gobierno como hacia la oposición.
Así las cosas cabe preguntarse: ¿A cuál sector del chavismo se podría
estar refiriendo Margarita López Maya? ¿Será por casualidad el mismo sector que
podría estar detrás de propiciar un intento de alzamiento militar de
“izquierda”, como lo sugirió crípticamente el ex–presidente uruguayo Pepe
Mujica en una declaraciones recientes? No tengo respuesta para ninguna de estas
dos preguntas, pero pienso que la amenaza de un conflicto civil entre
venezolanos puede inesperadamente abrir la puerta para que se produzca un
diálogo de enorme importancia entre quienes se sienten identificados con el proyecto
original de Chávez y parte del liderazgo del movimiento de resistencia
ciudadana. Ello llevaría a discutir los mismos temas fundamentales que están en
el documento sobre la transición suscrito por Ledezma, López y Machado, con un
grupo de actores del otro lado que permitan hacer creíble el escenario de
transición. A una iniciativa de esta naturaleza probablemente se le sumarían
otros actores de la política venezolana que se sienten excluidos del espacio de
la MUD.
Muchos elementos condicionan la viabilidad política de un acercamiento
como el que describo. Por un lado es indispensable que se continúe avanzando en
el escenario electoral, el único realmente abierto para dirimir el conflicto en
Venezuela sin llegar a la violencia abierta. En otra dirección, es
indispensable que se despeje un sector del chavismo con influencia real y con
vocación de diferenciarse del esquema de destrucción del país que dirige la
Troika Maduro-Cabello-Arreaza. Esto último es especialmente difícil en una
situación de control como la que se ejerce al interior del chavismo, pero la
gravedad de la crisis puede terminar por facilitarlo. Por último, si en algo
puede ayudar la mediación internacional, especialmente de los gobiernos
latinoamericanos y de organismos como la OEA, Mercosur y Unasur, es en
propiciar un espacio de apertura que lleve a la liberación de los precios
políticos y a la realización de elecciones transparentes.
Una reflexión como la que apunto está por supuesto sujeta a los ataques
inclementes de quienes sienten como un profundo acto de traición cualquier
iniciativa de acercamiento con sectores del chavismo. La verdad del asunto es
que es necesario ser capaces de pensar con libertad, la misma libertad que
sentimos amenazada por el chavismo autoritario, sobre esto y cualquier cosa sin
temor a ser tildados de traidores o algo peor. Quizás la convergencia entre dos
mitades aparentemente irreconciliables del país hacia la Venezuela posible sea
el único legado valioso de este proceso de turbulencia y crecimiento de nuestra
responsabilidad como ciudadanos comprometidos con la democracia. Esa sería la
verdadera e inesperada transición. La alternativa es demasiado horrenda para
ser contemplada, ni siquiera por oposición a la frase narcisista e infame de
nuestro inefable embajador.
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