Fernando Mires 11
de marzo de 2015
Debe
quedar claro: las desde hace algún tiempo anunciadas sanciones a siete
funcionarios del gobierno venezolano, recién firmadas por Obama el 9 de marzo,
no están dirigidas en contra de una nación, ni siquiera en contra de un
gobierno. Solo afectan financieramente a siete individuos comprometidos en
actos de corrupción –en contra de ideales “socialistas” de su propio gobierno-
y de violación de acuerdos internacionales en materia de derechos humanos.
La
ostensible dilación de la firma de Obama puede ser vista como una oportunidad
ofrecida al gobierno venezolano para que este enmiende el rumbo de represión
dictatorial tomado en los últimos tiempos. Hecho que no ocurrió. Por el
contrario, la represión ya alcanza niveles similares a las de las dictaduras
militares sudamericanas durante los años setenta del pasado siglo.
Resulta
evidente que las medidas tomadas en contra de los funcionarios chavistas son
respuestas simbólicas a un programa de provocaciones sostenido por el gobierno
de Venezuela en contra de los EE UU. Ningún gobernante del mundo, menos el de
una potencia mundial, puede dejarse insultar permanentemente por gobernantes de
otras naciones con las cuales no se encuentra en litigio ni económico, ni
territorial ni militar, sin correr el riesgo de ver disminuida su imagen justo
en los momentos cuando enfrenta agudos problemas internacionales.
Más
aún: las sanciones norteamericanas solo fueron respuestas a sanciones dictadas
por el gobierno de Maduro al de EE UU (disminución del personal diplomático,
entre otras). Es evidente entonces que Maduro precipitó las sanciones en contra
de sus corruptos funcionarios. Sin duda espera sacar de ahí dividendos
políticos. La pregunta correcta es entonces: ¿Cuáles son los objetivos que
persigue el gobierno Maduro al provocar sanciones de EE UU en su contra?
Es
necesario tomar en cuenta que el de Maduro, según todas las encuestas, es un
gobierno muy impopular. En medio de la por el mismo inducida crisis económica,
el régimen afrontará en un futuro cercano elecciones parlamentarias. Si estas
tuvieran lugar hoy -aun contando con el monopolio estatal sobre el aparato
informativo y la sujeción gubernamental del aparato electoral- ellas llevarían
a la derrota más grande experimentada por el chavismo en el curso de toda su
historia. Pero si las elecciones tienen lugar en el medio de una “guerra en
contra del imperio”, Maduro intentará otorgarles el carácter de lucha por la
independencia nacional, en contra de una oposición “apátrida”.
Naturalmente,
elecciones realizadas en el marco de una (artificial) guerra, en defensa de la
“patria amenazada” y bajo el imperio de leyes de excepción (habilitantes), no
pueden ser en ningún caso normales. Ahí reside precisamente una parte del
juego: Maduro, en condiciones normales, no podría ganar una elección. Requiere
por lo tanto “a-normalizarlas”, y si eso no fuera posible, postergarlas hacia
un futuro indeterminado.
¿Ha
pisado entonces Obama una trampa tendida por su oponente Maduro, la misma que
no pisó Bush cuando era insultado todos los días por Chávez?
Quizás
en esa pregunta reside la respuesta. Maduro no es Chávez ni Obama es Bush
(aunque Maduro quisiera que lo fuera). Todo lo contrario. Maduro, a estas
alturas, debe ser uno de los gobernantes menos populares del mundo. En cambio,
Obama, es uno de los más populares; aún en Venezuela. Es decir, justo la
relación inversa que se daba entre Chávez y Bush. Por lo mismo, si Maduro espera
que la ciudadanía venezolana va a agruparse en su torno, puede equivocarse. En
medio de la feroz crisis que azota al país, lo menos que puede importar a la
mayoría de los habitantes de pueblos y cerros y a los sectores medios de bajos
ingresos castigados por la escasez y la inflación, son las dificultades
internacionales de Nicolás Maduro.
Probablemente
Maduro piensa que su enfrentamiento al “imperio” va a contar con el apoyo de
los gobiernos latinoamericanos, ratificado en la reciente presencia de UNASUR.
Si es así, se engaña. Una cosa es que los gobiernos latinoamericanos miren
hacia otro lado cuando son violados derechos humanos y otra es que secunden a
un gobierno en la arena internacional. Quizás Evo dirá una palabra hueca en
contra del “imperio”. Correa desde el país del dólar, emitirá como siempre una
retórica protesta. Y lo que diga la dinastía Ortega a nadie importa pues viene
de un régimen que en la mejor tradición de Somoza ha practicado un total
entreguismo al capital extranjero. ¿Y Cuba? Cuba es otra historia. Cuba es
parte del problema. Efectivamente, si miramos bien el conflicto internacional
desatado por Maduro, tiene que ver bastante con las decisiones de Obama con
respecto a Cuba.
Para
nadie es un misterio que la política de apertura de los EE UU hacia Cuba cuenta
con poderosos enemigos en EE UU. Las fracciones más recalcitrantes de los
republicanos acusan, como ya es costumbre, de debilidad a Obama. Dichas
críticas aumentarán mientras más se acerque la fecha definitiva del
levantamiento formal del embargo (formal, porque informalmente ya fue
levantado)
Ahora
bien, Obama, al distanciarse aún más de Venezuela, podría matar dos pájaros de
un tiro. A los republicanos ofrecería un trueque: aumento de la enemistad con
Maduro a cambio de un apoyo al levantamiento del embargo a Cuba. A la vez, a
los gobernantes latinoamericanos ofrecerá el mismo trueque pero al revés:
levantamiento del embargo a Cuba a cambio de un mayor aislamiento internacional
del régimen venezolano. Al fin y al cabo, eso deben pensar con seguridad los
expertos, ese régimen, el de Maduro, ya se encuentra, con sanciones o sin
ellas, en caída libre.
Hay,
además, un punto adicional que aparentemente no tiene que ver con Venezuela;
pero si lo analizamos con cierto cuidado veremos que sí lo tiene. Es el
siguiente:
Los
EE UU se encuentran en medio de dos guerras: una muy caliente, contra los
ejércitos del ISIS en el Oriente Medio, y una guerra fría (o tibia) contra la
Rusia de Putin. En el marco determinado por esas dos confrontaciones de
carácter mundial, el gobierno norteamericano no cuenta por cierto con el apoyo
activo de ningún gobierno latinoamericano. Pero tampoco –obvio- desea contar
con la colaboración de alguno de esos gobiernos –en este caso, el de Venezuela-
con sus enemigos fundamentales.
Sabidas
son las tendencias del régimen “bolivariano” a vincularse con todas las
dictaduras y autocracias del mundo. Sabido es también que las relaciones entre
Venezuela y Rusia van bastante más allá de simples acuerdos comerciales. En ese
contexto, Venezuela es para los EE UU, dicho literalmente, “una amenaza para la
seguridad”. Puede entonces que no haya sido casualidad que el mismo día cuando
Obama firmó las sanciones en contra de los corruptos funcionarios de Maduro,
partieran desde los EE UU tres mil soldados a realizar ejercicios de combate en
las naciones bálticas, después de Ucrania las más amenazadas por el
expansionismo ruso. Al fin y al cabo, en un mundo global hay que pensar y
actuar de modo global.
Afortunadamente
para la heterogénea oposición venezolana, los acuerdos electorales básicos
tendientes a enfrentar las próximas elecciones legislativas ya han sido
alcanzados. Esa alianza deberá -en las condiciones determinadas por el
desencadenamiento del más obsceno patrioterismo que haya vivido el país- ser
mantenida más allá del plano puramente electoral.
Se
trata en el fondo de un problema de supervivencia.
La
tentación del régimen venezolano por dar la patada final a la mesa parece ser
cada día más grande. Eso significa que para la oposición no solo se trata de
ganar las elecciones sino de ganar la posibilidad de las elecciones. Como nunca
los protagonismos individuales, las escapadas hacia delante y las soluciones
mágicas, podrían ser fatales. Si la posibilidad electoral se hunde, perderán
todos y nadie los salvará. Obama tampoco. EE UU, como toda nación del mundo,
solo atiende a sus intereses. Ni Obama, ni ningún otro presidente de la tierra,
actúa por idealismo. Ya es hora de que esa verdad tan elemental se sepa.
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