FÉLIX PALAZZI sábado
4 de abril de 2015
La
fe en la resurrección suele ser, para muchos, un postulado sin sentido y sin
referencia. Algunos la confunden con una propuesta sobre la continuidad de la
vida luego de la muerte en este gran mercado de espiritualidades
contemporáneas. Otros creen que es una simple ilusión para decir que no se
habrá perdido todo luego de morir. La doctrina oficial de la Iglesia católica
entiende a la resurrección como la glorificación en cuerpo y alma al final de
los tiempos.
Cabe preguntarnos: ¿cree la gran mayoría de los cristianos que sus difuntos, que ya están en el "cielo con papá Dios", todavía tienen que resucitar? Es decir, ¿se cree que no están completos plenamente porque sus cuerpos no son aún "cuerpos gloriosos", como si se tratase de retomar este cuerpo pero en una forma gloriosa? Muchos creyentes reducen la fe en la resurrección a categorías espaciotemporales. En no pocas ocasiones la Iglesia se ha limitado a no explicarla, favoreciendo la "fe del carbonero". El resultado es que tenemos mucho carbón y poco fuego. Consideremos, pues, al menos un aspecto sin pretender que, en un espacio tan breve, se pueda responder a todo.
La fe en la resurrección nace en Israel alrededor del siglo II a.C. Uno de los primeros textos sobre la resurrección es el de 2 Macabeos 7. El rey Antíoco había profanado las costumbres de Israel introduciendo una "forma distinta de vivir" en el pueblo. Como consecuencia de ella, siete hermanos son llevados al martirio. El texto narra un suplicio violento y despiadado. En la escena del martirio se relata la presencia de una madre que "con fortaleza en el alma y sostenida en la esperanza" les habla a cada uno. La belleza de esta figura materna representa tanto la presencia femenina al anunciar la fe en la resurrección como el amor materno de Dios.
En el relato, el rey promete cargos y puestos al último de los hermanos en ser asesinado, si éste decide sumarse a su causa. Incluso, convence a la madre para que lo persuada. Sin embargo, la madre sostiene a su hijo implorando que vea todo lo que Dios hace en historia y todo aquello que ha hecho. Le invita a contemplar el presente, por donde Dios pasa, pues sólo desde el presente se puede entender el futuro. Futuro que, por la "misericordia de Dios", recobrará a todos sus hijos perdidos. Pero el relato no termina aquí. El joven, antes de morir, se entrega confiado a Dios y se siente sostenido por el testimonio de sus hermanos. Se entrega creyendo que Dios le devolverá su vida, mientras que el tirano sólo conocerá la muerte. A Jesús también lo ejecutó el poder tirano y murió confiando en su Padre. También fueron mujeres las primeras en anunciar la resurrección. Y su resurrección simboliza un acto de justicia divina.
Ante tantas muertes, también hoy las madres esperan encontrarse de nuevo con sus hijos. Dios les hará justicia. La justicia que le negó este mundo. Pero la justicia de Dios no es la del castigo o del premio. Tampoco la de la venganza. La justicia divina otorga vida al inocente, y le concede plenitud y abundancia. Creer en la resurrección es buscar, construir y vivir la justicia.
Cabe preguntarnos: ¿cree la gran mayoría de los cristianos que sus difuntos, que ya están en el "cielo con papá Dios", todavía tienen que resucitar? Es decir, ¿se cree que no están completos plenamente porque sus cuerpos no son aún "cuerpos gloriosos", como si se tratase de retomar este cuerpo pero en una forma gloriosa? Muchos creyentes reducen la fe en la resurrección a categorías espaciotemporales. En no pocas ocasiones la Iglesia se ha limitado a no explicarla, favoreciendo la "fe del carbonero". El resultado es que tenemos mucho carbón y poco fuego. Consideremos, pues, al menos un aspecto sin pretender que, en un espacio tan breve, se pueda responder a todo.
La fe en la resurrección nace en Israel alrededor del siglo II a.C. Uno de los primeros textos sobre la resurrección es el de 2 Macabeos 7. El rey Antíoco había profanado las costumbres de Israel introduciendo una "forma distinta de vivir" en el pueblo. Como consecuencia de ella, siete hermanos son llevados al martirio. El texto narra un suplicio violento y despiadado. En la escena del martirio se relata la presencia de una madre que "con fortaleza en el alma y sostenida en la esperanza" les habla a cada uno. La belleza de esta figura materna representa tanto la presencia femenina al anunciar la fe en la resurrección como el amor materno de Dios.
En el relato, el rey promete cargos y puestos al último de los hermanos en ser asesinado, si éste decide sumarse a su causa. Incluso, convence a la madre para que lo persuada. Sin embargo, la madre sostiene a su hijo implorando que vea todo lo que Dios hace en historia y todo aquello que ha hecho. Le invita a contemplar el presente, por donde Dios pasa, pues sólo desde el presente se puede entender el futuro. Futuro que, por la "misericordia de Dios", recobrará a todos sus hijos perdidos. Pero el relato no termina aquí. El joven, antes de morir, se entrega confiado a Dios y se siente sostenido por el testimonio de sus hermanos. Se entrega creyendo que Dios le devolverá su vida, mientras que el tirano sólo conocerá la muerte. A Jesús también lo ejecutó el poder tirano y murió confiando en su Padre. También fueron mujeres las primeras en anunciar la resurrección. Y su resurrección simboliza un acto de justicia divina.
Ante tantas muertes, también hoy las madres esperan encontrarse de nuevo con sus hijos. Dios les hará justicia. La justicia que le negó este mundo. Pero la justicia de Dios no es la del castigo o del premio. Tampoco la de la venganza. La justicia divina otorga vida al inocente, y le concede plenitud y abundancia. Creer en la resurrección es buscar, construir y vivir la justicia.
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