P. Juan José
Paniagua 04 de abril de 2015
Evangelio: Marcos 16,1-7
Pasado
el sábado, María Magdalena, María la de Santiago, y Salomé compraron aromas
para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al
salir el sol, fueron al sepulcro. Y se decían unas a otras: “¿Quién nos correrá
la piedra de la entrada del sepulcro?” Al mirar, vieron que la piedra estaba
corrida, y eso que era muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron a un joven
sentado a la derecha, vestido de blanco. Y se asustaron. Él les dijo: “No os
asustéis. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha
resucitado. Mirad el sitio donde lo pusieron. Ahora id a decir a sus discípulos
y a Pedro: Él va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis, como os dijo.”
Reflexión:
Hoy
es Sábado Santo. Jesús está en sepulcro y es día de espera y hoy nuestra Madre
María nos va a acompañar. Ella cumplió un rol muy importante el día de hoy.
María es la madre de la paciente espera.
Con
la muerte de su hijo, en el dolor, María no se desespera. Sino que es capaz de tener esperanza porque
es una mujer de fe profunda. Ella es la única que mantiene viva la llama de la
fe cuando Jesús es sepultado.
Muchos
se desilusionaron, creían que Jesús iba a ser el Gran Mesías de Israel y al no
cumplir con sus expectativas, se van tristes, como los discípulos de Emaús.
“Jesús fracasó, volvamos nuevamente a nuestras tareas ordinarias”.
Otros,
los apóstoles, estaban con miedo, escondidos. Y las mujeres que estuvieron al
pie de la Cruz, ahora van tras un muerto y van a embalsamar el cuerpo del
Señor. No habían creído en la resurrección de Cristo y al encontrar el sepulcro
vacío se llenan de temor y no entienden y dudan de lo que el Señor les había
dicho.
Sin
embargo, es curioso, ¿por qué María, que estuvo con estas mujeres en la Cruz,
no fue con ellas a embalsamar el cuerpo de su hijo? Ella no fue a embalsamarlo
porque, a diferencia de estas mujeres, sabía que la muerte no era la última
palabra para Jesús. Ella había acogido la Palabra de Dios en su corazón y por
ser una mujer de fe profunda, había creído.
Por
tanto, lo que había en ella no era desilusión, ni miedo, ni desconfianza. Sino
que lo que había en ella era una profunda esperanza. Por eso no va al sepulcro.
Ella
espera plenamente en la resurrección de su hijo. ¡Qué impresionante el temple
espiritual de María! Después de haber visto todo el dolor del día anterior, su
fe y su esperanza son mucho más grandes aún.
Por
eso decía la escritura que María estaba de pie junto a la Cruz. Estaba de pie,
es decir, estaba firme, sólida, profundamente dolorida, sí, pero firme. ¿Cómo
una madre podría mantenerse así frente a tanto espectáculo, de tanto dolor de
su propio hijo?
Sólo
la fe la pudo mantener, sólo la esperanza en que se cumpliran las promesas de
Dios la mantenían firme.
La
esperanza, esa niñita de nada como decía Charles Péguy, porque de las tres
virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad. La esperanza en medio de
sus dos hermanas mayores pareciera que es tan insignificante.
Tenemos
la fe, columna de nuestra vida espiritual. La caridad, la virtud más importante
de todas, el mandamiento del amor. Y en medio de ellas, la esperanza, que
parece tan tenue, tan pequeñita, tan inofensiva. Por eso la llamaban la niñita
de nada.
Sin
embargo, ella hace al débil fuerte, levanta al derrotado, engrandece al
pequeño, da vida al que se creía muerto. ¿Cómo habría fe y caridad si no
estuvieran impulsadas por esta niñita de nada, por la esperanza?
María
es la mujer de la esperanza, la que confía, la que llevada por esa virtud puede
mantenerse firme, creer incluso lo inaudito, en lo que no ha tenido
precedentes. Así se tejen en ella la alegría y el dolor. Por eso es el temple
espiritual de María.
Y
es un gran llamado de atención también para todos nosotros, que muchas veces
ante el primer problema nos desalentamos. Ante los sufrimientos de la vida,
renegamos a Dios, abandonamos la fe.
Cuando
las cosas no salen como queremos, se nos hace un mundo en la vida. Si sólo
tuviéramos la esperanza de María, que está fundada como roca sólida en la fe,
en las promesas de Dios.
En
este día que la Iglesia sufre la ausencia de Jesús, María es la luz que nos
alumbra, es la que alienta nuestra esperanza. Ella es el primer cirio pascual
encendido que creyó incluso cuando ni si quiera los apóstoles se atrevieron a
creer. Es la mujer de la fe y de la esperanza.
Que
María nuestra madre nos acompañe el día de hoy y prepare nuestros corazones
para la Resurrección de Cristo.
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