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jueves, 7 de mayo de 2015

“El poder impotente”, por Luis Ugalde.

Por Luis Ugalde 06 de mayo de 2015

Vemos cómo un grupo va secuestrando el poder en Venezuela. Muchos tienen la sensación de que su posesión es tan absoluta que ya esta sociedad parece impensable libre de sus secuestradores: te rindes o te vas, pero ¿ese poder es poderoso o impotente?

¿Qué es el poder? Los entendidos dicen que es la capacidad de lograr que otros hagan lo  que uno quiere. Poder es dominación sobre los otros. Los gobiernos dictatoriales se dedican a controlar todas las instancias y mecanismos para imponer y dominar: las armas, la policía, la economía, la información, o la vida diaria y los sentimientos de cada individuo.

Lograr que todos estén fichados, sus actividades reguladas y que necesiten permiso para comer, trabajar, divertirse, comprar, para entrar o salir, para viajar y pensar. En Alemania Oriental todos se sentían vigilados hasta por sus vecinos y familiares, bajaban la voz para que la conversación no fuera escuchada por terceros y no llegara a los cuarteles del poder. El régimen comunista logró cotas muy altas de control con la STASI -omnipresente policía secreta- con fronteras cerradas, con muros intransitables y con alambradas. Se creía que ese régimen era invencible, e impensable su derrumbe o su cambio; y un día todo ese poder cayó como un edificio sin cimientos y cual árbol con raíces muertas, sin que nadie disparara, ni desde dentro ni desde fuera.  El muro se cayó sin cañonazos, simplemente porque el régimen estaba muerto en el corazón y en las esperanzas de la gente. Casi no podían creérselo cuando amanecieron respirando libre y caminando en riada humana hacia el otro Berlín y la otra Alemania a abrazar al mundo como parte de sí mismos, sin que nadie les disparara ni pudiera impedirlo.

¿Por qué se derrumbó el poder omnipotente y se abrió esta sociedad donde todo estaba atado, controlado y vigilado? Porque el poder no es sólo dominio, ni capacidad de imponer a otros la propia voluntad. El poder es capacidad de lograr algo y de hacerlo bien. Cuando digo que no puedo hablar ruso, ni puedo cargar al hombro 200 kilos, ni correr 50 kilómetros en una hora, ni manejar un carro, estoy diciendo que no puedo, no soy capaz de hacerlo. Los gobiernos son para gobernar, para hacer que los ciudadanos alcancen sus aspiraciones fundamentales. Si lo logran, afianzan su popularidad, de lo contrario podrán imponerse, pero carecen de apoyo y aceptación y agonizan heridos de muerte. Si no puedo lograr que haya seguridad, ni harina Pan, ni medicinas básicas, ni trabajo digno, ni que los ingresos de la gente alcancen para que su familia viva, ese poder, aunque controle todo, es impotente.

Se produce un gran vacío en el corazón de la gente al morir la esperanza que se tuvo. Los gobernantes dictatoriales suplen la falta de amor y de aceptación de los súbditos con temor y represión. Sí, pero hasta cierto punto… Un día gobernantes y súbditos descubren que el poder es impotente para lograr aquello que es fundamental para cada familia, cada ciudadano y para el conjunto de la sociedad. Quienes están en el poder ven que a sus súbditos les falta oxígeno y que cuanto más refuerzan la represión, más se enajenan la voluntad de los sometidos que ayer agachaban la cabeza y callaban.

En Venezuela vamos avanzando aceleradamente hacia el poder impotente. Todo lo bueno escasea y el fervor “revolucionario” se desinfla, falto de aliento. Claro que se puede hacer respiración boca a boca, se pueden inventar diversas guerras y conspiraciones imperiales para así apelar al patriotismo y movilizar a la gente, pero cada día es más evidente que ello es artificio de laboratorio y mentira manipuladora. Con menos zanahoria y más palo, el burro se niega a caminar: el poder que es impotente para producir una sociedad medianamente aceptable tiene sus días contados. El  régimen no querido se transforma en usurpación y tiranía y se descubre que quien manda no tiene más poder que el prestado por el acatamiento de los súbditos; cuando estos se alzan en rebelión, se derrumba todo.  Un amanecer estalla la granja, se derrumban los controles, se pierde el respeto a la falsa autoridad, que ya es pura imposición. Cuando se ve venir ese precipicio, el instinto de conservación resquebraja el poder (¡hasta del bunker de Hitler salieron negociadores!) y unos buscan la transición como tabla salvadora para la mayoría.

Ahí llega el fin del poder impotente de una minoría.


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