Por CARLOS D. MESA GISBERT 2 de mayo de 2015
@carlosdmesag
En otras palabras, no es lógico suponer
que podemos prescindir de las materias primas. No prescinde de ellas Canadá, no
prescinde Noruega, no prescinde Australia. Las materias primas no son en sí
mismas un freno, tal como no son en sí mismas una solución
“La década” de América Latina puede ser
ya parte del pasado. Desde que nuestra región recuperó la democracia a fines de
los años 70, hasta hoy, la década de oro de la región fue el periodo 2005-2015.
Estamos entrando en un nuevo momento que no es equivalente a las etapas
anteriores. No es que nos estemos adentrando en una espiral de desastre
económico ni en una crisis dramática, pero sí está a la vista que estamos ante
una explícita desaceleración económica que plantea retos importantes en una
dimensión que –para recordar momentos críticos– no tiene las mismas
características que la llamada “década perdida” de los años 80.
La década de oro debemos entenderla en
el contexto de los logros históricos que representó desde el punto de vista
económico, político, pero sobre todo social. Independientemente de la forma que
cada país escogió para moverse en ese extraordinario escenario, nadie puede
discutir que los avances sociales de América Latina en los 10 años señalados,
fueron muy significativos. La lucha contra la pobreza, el ingreso de millones
de personas a la clase media, la importante reducción de la indigencia, la
incorporación de millones de latinoamericanos al acceso a servicios básicos,
son hechos incuestionables.
Pero el más reciente informe de la Cepal
sobre el tema expresa preocupación porque ese crecimiento espectacular, que no
tiene comparación en la historia, se está estancando. La principal razón es
obvia: el motor de ese periodo dorado cambia su comportamiento, los precios
internacionales de las materias primas.
En ese escenario vale una precisión. Se
relaciona con un elemento que –entre otros– ha llevado a China a la reducción
de su crecimiento: el medio ambiente. La realidad del cambio climático ha
puesto en evidencia que China se ha convertido en el país más contaminante del
mundo y que debe reformular su propio modelo de crecimiento, porque ese modelo
es devastador para la propia China y el mundo entero.
Es en ese contexto que los países de
América Latina tienen que readecuar su inserción en el mundo globalizado. La
evidencia indica que todavía no hemos podido responder una pregunta que nos
venimos haciendo desde que comenzó la bonanza económica. Desde entonces nos
hemos preguntado si es sostenible en el largo plazo suponer que América Latina
podría apoyar su éxito en los precios internacionales de las materias primas. Y
la respuesta sistemática, desde entonces ha sido: no, no es posible. Pero esa
respuesta no traía aparejados los caminos para darle un giro ambiental y un
valor agregado a nuestra matriz productiva. No hay secreto, la respuesta está
en dos conceptos: innovación y desarrollo tecnológico.
Un elemento interesante para el análisis
es la necesidad de combinar un cambio de matriz productiva con una
diversificación de mercados. Para poner un par de ejemplos ilustrativos: México
ha desarrollado bien el valor agregado, la tecnología y el proceso de
industrialización con innovación. ¿Cuál es su problema? Una dependencia
dramática de un gran mercado como es EEUU, que lo arrastra inevitablemente a
sus propios vaivenes internos. Brasil ha conseguido un proceso de
diversificación menor, es muy dependiente de las materias primas, pero tiene
una ventaja comparativa: tiene una mayor diversificación de mercados
internacionales. Hablamos de las dos mayores economías de América Latina que
han seguido caminos distintos y que enfrentan crisis distintas también, pero
que demuestran que no hay recetas únicas.
Lo que está claro es que ni los dos
gigantes regionales ni el resto –salvo excepciones en nichos específicos más que
en economías nacionales–, hemos hecho lo suficiente para hacer verdad que
innovación y tecnología nos permitan revolucionar nuestras matrices de
producción y prever los efectos devastadores que nuestros modos de producción
ejercen sobre el medio ambiente y contribuyen al cambio climático.
En otras palabras, no es lógico suponer
que podemos prescindir de las materias primas. No prescinde de ellas Canadá, no
prescinde Noruega, no prescinde Australia. Las materias primas no son en sí
mismas un freno, tal como no son en sí mismas una solución. Marcan una realidad
con la que tenemos no solamente que convivir, sino a la que tenemos que sacarle
partido. No repitamos de manera incesante la idea de que las materias primas a
la larga son una maldición, si entendemos que nuestro cambio de matriz
productiva dependerá de cómo elaboramos ese proceso productivo. Ése es un
aspecto fundamental a considerar si queremos reformular nuestro futuro.
El autor fue presidente de la República de Bolivia
@carlosdmesag
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