Fernando Mires 01 de junio de 2015
Alguna vez habrá que teorizar acerca del
tema. Lo cierto es que hasta ahora todas las vías proclamadas para la
construcción del socialismo han culminado en la construcción del capitalismo
donde este no existía, o existía sobre fundamentos muy primarios.
Aunque no guste a los marxistas
ortodoxos, el socialismo hasta ahora ha sido solo la expresión del fenómeno que
Hegel denominaba “astucia de la razón”. Como es sabido, según Hegel la razón de
la historia no se rige por la de sus actores sino por una lógica supra humana
(“Lecciones sobre Filosofía de la Historia Universal”). En sentido hegeliano,
el socialismo como medio para la construcción del capitalismo también sería una
astucia de la razón histórica.
Ya Lenin en 1920 a través de la NEP
(Nueva Política Económica) levantó la tesis de que la tarea del “partido del
proletariado” debería ser desarrollar el capitalismo de Estado en la URSS hasta
el momento en que las fuerzas productivas estuvieran tan evolucionadas como en
los países del “capitalismo avanzado”.
El socialismo fue así concebido por
Lenin como la fase capitalista del comunismo (idea que nunca pasó por la cabeza
de Marx). La llamada “Nomenclatura” sería la clase dominante del capitalismo
estatal soviético.
El Partido Comunista chino siguió esa
lección. Durante Mao tuvo lugar un proceso forzado de “acumulación originaria”
(Smith, Marx) que sentaría las bases para el desarrollo de un agresivo
capitalismo estatal. La primicia fue que, en lugar de estatizar todo, como hizo
Stalin, la Nomenclatura china abrió un espacio de reproducción del capital en
donde sus actores gozan de amplias libertades económicas.
Bajo la protección del Estado
“comunista” han aparecido en China magnates a quienes son otorgadas facilidades
para su enriquecimiento pero bajo la condición de no cuestionar jamás a la
clase dominante organizada en el Partido.
Dicho sin ironía: en China, en nombre
del socialismo, ha sido creado un capitalismo perfecto. Un capitalismo sin
derechos humanos, sin movimientos sociales y sin huelgas. No extraña así que
muchos tecnócratas occidentales se sientan fascinados por el modelo chino. El
socialismo chino no es el paraíso de los trabajadores pero sí es, o ha llegado
a ser, el de los capitalistas.
En el modelo chino Raúl Castro encontró
una posibilidad de sobrevivencia para la clase dominante cubana y de igual modo
intenta crear las bases para un –así lo llamaremos- “capitalismo concesionario”. Pero hay dos
diferencias: Una: Mientras en China el núcleo del Estado está formado por una
burocracia muy eficiente, en Cuba está formado por el Ejército. En Cuba el
Partido es el Ejército y el Ejército es el Estado.
La segunda diferencia es más importante:
Mientras en China el lugar de la reproducción del capital es ocupado por un
empresariado nacional, en Cuba es y será ocupado por el capital internacional,
particularmente en la industria turística.
No obstante, la condición para el surgimiento de un “capitalismo concesionario”
es la misma en ambos casos. Las libertades regirán en la economía pero no en la
política. Y eso significa lo siguiente: El poder de la Nomenclatura cubana no
deberá ser cuestionado.
Hay quienes creen que con el
acercamiento de EE UU a Cuba, el auge de un capitalismo dependiente llevará a
la disolución de la clase militar dominante. No hay razones para pensar así. El
capitalismo no tiene contradicciones “naturales” con ningún sistema político.
Puede funcionar tan bien o tan mal en naciones fascistas como en naciones
comunistas.
Eso quiere decir que las libertades
políticas no serán instauradas en Cuba por concesiones económicas al “capital”.
Esas libertades solo serán posibles gracias a la lucha democrática de sus
ciudadanos. No hay otra posibilidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico