Fernando Mires 02 de junio de 2015
Es todavía nuevo pero a la vez muy
antiguo medio de expresión. Twitter, palabra que pronto será incorporada a la
REA como Tuiter, más sus derivados sustantivos y verbales como tuiteo y
tuitear, ha llegado a ser un medio privilegiado en el proceso siempre
inconcluso de la “acción comunicativa” (Habermas).
Digo nuevo porque su auge proviene del
mundo digital. Digo antiguo porque desde tiempos remotos ha habido grandes
tuiteros antes de tuiter (a.T.).
Los profetas de la Biblia, por ejemplo,
eran tremendos tuiteros a.T. En frases de menos de 140 caracteres anunciaban la
nueva vida, la llegada del mesías y hasta el acabo del mundo. Algunas frases no
parabólicas de Jesucristo también estaban hechas en estilo, extensión y forma
tuiteras como tuiteros fueron los apóstoles, sobre todo Pablo de Tarso.
Efectivamente, el tuiter, debido a la
brevedad de sus frases, se presta mucho para la formulación de mensajes de
salvación algo que lamentablemente ya descubrieron los Testigos de Jehová a
quienes, con el perdón de Dios, he tenido que bloquear en masa, so pena de que
mi computador colapse frente a tanta insistencia para impedir mi libre acceso
al infierno.
Hay géneros literarios que se prestan al
estilo tuitero. Otros no. El ensayo en ningún caso. Pero sí la poesía. Escribir
“quiero hacer contigo lo que la primavera hace con las flores” (Neruda) cabe
perfectamente en un twitter, y dice mucho; sobre todo a las damas. Con la
filosofía es más complejo. Ha habido grandes filósofos a.T. pero otros no.
Aristóteles por ejemplo nunca habría podido escribir en tuiter. Sócrates tal
vez, pero Sócrates, al igual que Jesús, no escribía, aunque según su apóstol
Platón sabía expresarse de modo exquisitamente tuitero. Además era chatero pues
siempre esperaba una respuesta a sus preguntas. Kant y Hegel, u hoy Habermas, con
esas frases kilómetricas que se gastan, jamás podrían haber sido buenos
tuiteros. No ocurre así con Marx. Imaginemos que el viejo hubiera escrito en
tuiter “Proletarios del mundo uníos”. Afortunadamente no lo hizo.
Sin lugar a dudas el más grande filósofo
tuitero de la historia a. T. ha sido Nietzsche. Su estilo sentencioso estaba
hecho para tuitear. Lástima que no haya vivido nuestro tiempo pues quizás
tuiteando se habría salvado del manicomio. Al menos habría batido todos los
records de “followers” y eso habría alimentado todavía más su ego, que muy
chico no lo tenía.
Ahora, donde no existen dudas es que si
hay una disciplina hecha para el tuiter, es la política. El tuiter –no estoy
haciendo ninguna analogía- ha logrado convertirse en un ágora virtual de
nuestro tiempo. Así como al ágora, la plaza central de la polis griega, acudían
los ciudadanos a discutir, dando origen a la política, a tuiter llegan también
ciudadanos a manifestar con sus frases entrecortadas diversos mensajes y
opiniones políticas.
El tuiter ha llegado a ser un centro de
discusión, de exposición e incluso de agitación política. No me refiero solo a
los tuiteros de países sometidos a regímenes dictatoriales y autocráticos donde
tantos y tantas yoanis sánchez defienden lo más preciado de cada uno que es el
derecho a la palabra, sino, además, a la actividad política como tal.
La política es palabra y cada palabra es
un significante. Pero a diferencia de otros, los significantes políticos para
que surtan efecto deben ser formulados de modo conciso y breve, vale decir, en
estilo tuitero.
No es casualidad que los más grandes
políticos de la historia hayan sido expertos en la formulación de frases breves
y a la vez altamente significativas. Churchill era un maestro en la materia.
Casi todas sus breves frases políticas están plenas de paradojas e ironías. La
frase de Gorbachov “quien llega tarde será castigado por la vida” tiene también un clásico formato tuitero. Lo
mismo la de Willy Brandt el día de la caída del muro: “Lo que nace unido debe
crecer unido”. Aún guardo en mi memoria una de las últimas frases de Allende
poco antes de morir: “Y se abrirán las anchas alamedas”. Si hubiese sido
tuiteada habría tenido una resonancia aún más grande.
Los grandes dictadores y autócratas, en
cambio, han carecido de vocación tuitera. Hitler aullaba. Franco y Pinochet
chillaban. Stalin tronaba. Fidel Castro era capaz de hablar cinco horas
seguidas sin expresar una sola idea. La síntesis y la precisión, la ironía y el
humor, nunca han sido cualidades dictatoriales.
Los mejores tuiters políticos son no
solo breves sino además metafóricos y metonímicos y por lo mismo indirectamente
poéticos. Hoy por ejemplo leí uno extraído de un artículo de Javier Solana: “El
Mediterráneo se está convirtiendo en una fosa común”. Basta leer la frase e
inmediatamente asoman imágenes de botes repletos de africanos huyendo de la
miseria, del hambre, de las guerras, para al final encontrar la muerte cerca de
una costa europea.
Lo decisivo en la frase corta no es solo
su brevedad, sino la capacidad de transportar imágenes e ideas no dichas. Es lo
que los alemanes denominan “Hintergedanke” palabra que significa “el
pensamiento de atrás”, vale decir, “el pensamiento que está detrás del
pensamiento”. Esa es la razón por la cual hay muchos tuiters fallidos. Lo que
está detrás de lo que uno quiere decir no siempre aparece en la frase. En ese
caso, lo más recomendable, si uno mete las patas, es borrar el tuiter. A los
que escriben ¡me han hackeado la cuenta! ya no les cree nadie.
Sin embargo, así como la vida diaria
está llena de peligros y agresiones, con mayor razón ocurre en el tuiteo. Desde
su más oscuro anonimato muchos desalmados obtienen en el espacio que les brinda
tuiter la posibilidad de agredir al prójimo. Eso quiere decir que así como en
la vida pública acecha la amenaza de la antipolítica, en la vida tuitera
también asoma el feo rostro de la antipolítica.
Los que tenemos ya cierta experiencia en
el oficio, estamos incluso en condiciones de identificar a los agresores del
tuiteo en dos grupos psico-sociales.
El primero está formado por los
“llaneros solitarios”. Son en su mayoría seres acomplejados que situados frente
a la pantalla obtienen el extraño placer de insultar a prójimos, sobre todo a
aquellos que han obtenido un reconocimiento del cual ellos carecen por
completo.
El segundo grupo es aún más tóxico. Está
formado por quienes –siguiendo a Gramsci- podríamos llamar “tuiteros
orgánicos”. Son, en su gran mayoría, personajes al servicio de un partido, de
un gobierno o de una mafia. En algunos países ya se autodenominan “guerrillas
comunicacionales”. Y efectivamente lo son. Su tarea es asaltar a alguien de
improviso, colmarlo de injurias, intentar destruir no a la frase de la persona
sino a la persona de la frase. Las ordenes de asesinato virtual vienen por
cierto de arriba.
Lo más aconsejable, en caso de ser
agredido en tuiter –me lo han dicho mil veces- es hacer caso omiso del agresor.
Pero a veces resulta imposible. Quienes como yo hemos tenido la fortuna de
haber cursado la básica en una escuela pública, aprendimos ahí la primera ley
de la guerra cotidiana: “a quien te insulte devuelve el insulto multiplicado
por dos, porque si no lo haces te seguirá insultando”. Es decir, si te mentan a
la madre, méntale a la abuela. A veces resulta. Esos bandidos solo conocen su
idioma. Por supuesto, después de haber soltado una palabrota tuitera no va a
faltar el cursi que te va a interpelar: “¿Así escribe un intelectual?”. Como si
un intelectual fuera una especie biológica diferente a la de un abogado,
dentista o plomero. O que por el hecho de haber escrito algunos libros uno
estuviera obligado a calarse los insultos que se le ocurren a cualquier
malnacido.
En cualquier caso, en momentos límites
tenemos siempre la posibilidad del bloqueo, equivalente a la goma de borrar
cuando usábamos lápices. Gracias al bloqueo podemos eliminar virtualmente al
enemigo sin necesidad de matarlo. Acto, no lo niego, altamente seductor.
Gracias al bloqueo tu haces desaparecer de la pantalla a un enemigo y de paso le
dices, fuera de aquí, esfúmate, conviértete en polvo cósmico.
Pero el bloqueo es un arma defensiva y
por lo mismo como toda arma es peligrosa. Hay que usarla solo en casos
extremos. Usar el bloqueo sin agresión manifiesta del otro es también una
agresión. De lo que se trata -eso es lo importante- es defender a tu espacio
tuitero. Y si ese espacio es político, hay que preservarlo de los perversos
políticos, es decir, de los anti-políticos. Vengan de donde vengan; estén donde
estén.
Al fin y al cabo no estoy muy seguro si
en la polis griega los ciudadanos se trataban con tanta amabilidad como ahora
imaginamos. Cuando Sócrates fue condenado a muerte más de una puteada debe
haber sonado en el aire del ágora.
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