Por René Núñez,
14/07/2015
En los
primeros cuarenta años de ejercicio republicano liberal se construyó y
fortaleció la democracia venezolana. Igualmente se inició, lento pero firme, un
proceso de progreso y desarrollo humano después de la caída de la dictadura de
Pérez Jiménez.
Los gobiernos de
turno, unos más que otros, mantuvieron sus planes quinquenales en la procura de
mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos. Obviamente, no fue un
avance agigantado en todos los órdenes como debió ocurrir; pues siempre tuvimos
de sobra, lo seguimos teniendo, recursos minerales, humanos y financieros
suficientes para habernos transformado en una sociedad de primer mundo con una
economía diversificada, incluyente, no rentista petrolera.
Este proceso
incipiente de industrialización iniciado en Zulia, Bolívar, Anzoátegui,
Carabobo, entre otros estados, se achicó con la llegada al poder de Chávez,
luego de Maduro, responsables de la instauración y continuación respectivamente
de un modelo político, económico y social distinto al heredado
constitucionalmente de la llamada IV república. Desde su instalación
progresiva, no ha parado la destrucción de la institucionalidad, la
contracción del sector privado en la economía, la merma de libertades
ciudadanas y el empoderamiento del ejecutivo como autoridad suprema de
planificación y control total del Estado y de la sociedad.
Haciendo memoria de
los años sesenta y setenta, la mayoría de mi generación, éramos pobres pero
ricos con dignidad. Tuvimos la dicha de crecer bajo las égidas de valores y
principios moralistas, cívicos y éticos de nuestros padres, muy superiores en
cuanto a obediencia a los que hoy se experimenta en esta Venezuela
irreconocible, dividida, intimidada, de odios ideológicos y resentimientos
sociales.
Nuestros
patriarcas, casi todos sin estudios completos de primaria, fueron exigentes a
la hora de la disciplina y el respeto. Seres virtuosos, serios, solidarios,
trabajadores incansables, visionarios de los tiempos por venir; por eso, nos
inculcaban a cada rato la necesidad de estudiar para que cuando llegaran
estuviéramos preparados para competir y subsistir.
Se contó -ese
entonces- con un Estado y unos gobiernos facilitadores y cumplidores en materia
de educación. Oportunidad que no desaprovechamos. Estudiamos como la mayoría nacional
en una escuela primaria pública (Napoleón Narváez, Tacarigua de Margarita) con
unos maestros comprometidos y exigentes no solo en la enseñanza sino en la
moral y cívica. Recuerdo, la escuela tenía un servicio de comedor; el
cual solo podían disfrutarlo los niños que por su bajo peso y estatura
requerían de una alimentación balanceada y adecuada. A nivel de
secundaria, tuvimos garantizados un transporte público que nos llevaba y traía
en la mañana como en la tarde del liceo (Francisco Antonio Rísquez, La
Asunción). Dotado de profesores, unos empíricos otros graduados, pero
todos muy competentes en la transmisión del conocimiento de su materia. El
grado profesional universitario, en mi caso, lo obtuvimos en la Universidad
Central de Venezuela, para satisfacción familiar. Con orgullo, 6 hermanos lo
logramos en diferentes universidades.
Porque estoy
convencido que esta vivencias la tienen -por igual- la inmensa mayoría de los
venezolanos de la época, son las razones por las cuales esta semana las traigo
a colación para destacar la importancia que representan los valores familiares,
contar con un Estado cumpliendo con su rol de cooperador en el crecimiento de
cada venezolano, únicos responsables de diseñar su futuro individual y
familiar.
El Estado se debe a
los ciudadanos, no los ciudadanos al Estado; como ha venido pretendiendo en
estos últimos dieciséis años el régimen de turno a través de un modelo
conspirador de todo estos buenos y sanos propósitos familiares y humanos.
Por ello fracasó
ese modelo. El mismo que ha fracasado en varios países donde intentaron
aplicarlo. Las libertades, los derechos de vida, el respeto a la propiedad
privada, son derechos humanos irrenunciables e innegociables. Inaceptable
ver un gobierno nacional intentando apropiarse de todos ellos para
decidir qué, cómo y cuándo los ciudadanos debemos opinar, pensar, actuar, trabajar,
vestirse y alimentarse.
Cuando Chávez dijo “Ser
rico es malo, ser pobre es bueno” “No importa andar desnudos, no importa no
comer, todo por la revolución”, tenía conciencia plena del modelo que quería
aplicarnos.
Recuperar el modelo
anterior, ampliarlo, mejorarlo con nuevos actores políticos capacitados,
decentes y motivación al logro, ha de ser el reto de todos los venezolanos que
creemos en las libertades, en la inclusión social, el progreso y el desarrollo
humano. Este 6 de diciembre tenemos la oportunidad de iniciar el rescate de la
ruta democrática votando masivamente.
Presidente del
Ifedec Bolívar

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