Carmen García Guadilla
Este título me vino al leer un artículo
del que fue Presidente de la Oficina de Planificación del Sector Universitario
(OPSU) durante los primeros años del gobierno de Chávez. En ese texto señala la
“criminal decisión del gobierno venezolano de repartir cupos a los aspirantes
muy pobres, como si la miseria fuera una credencial académica, que preparara
para el desempeño universitario”. Esta preocupación tiene que ver con el nuevo
sistema de ingreso a las universidades que otorga solamente un 50% al “índice
académico,” repartiendo el otro 50% entre “indicador socioeconómico” (30%),
“territorialización” (15%) y “participación en procesos de ingreso anteriores y
actividades extracurriculares” (5%).
Otro hecho que me hizo pensar en este
título fue unos twitter de alguien que se identifica como el fundador del
movimiento por la excelencia académica del chavismo en una universidad pública,
donde expresa: “el ingreso a la universidad es política de Estado, prioridad a
los excluidos” al ser increpado responde: “políticas educativas de este Gno han
garantizado el acceso a las grandes mayorías como derecho, no como mérito.
Entiende?” a lo que alguien respondió “Con todo respeto, no entiendo”.
En efecto, no se entiende esta decisión
del gobierno por varias razones, entre ellas y, para mí, la principal, el
Gobierno con esta decisión está confesando que sus políticas públicas de
calidad en los niveles anteriores a la superior han fracasado. Pues han pasado
16 años y ha habido suficiente tiempo para preparar a los que llaman
“excluidos” (¿debería haberlos después de 16 años de revolución?) y haberlos
preparado de la mejor manera para que ahora pudieran entrar en cualquier
carrera universitaria por mérito propio y no como un regalo. Una excelente
preparación en primaria y media, junto con un sistema igual o parecido al que
el propio gobierno propuso en los primeros años de su mandato (véase Ingreso
estudiantil a las universidades), se hubiera podido convertir en una verdadera
revolución, quizás un modelo para muchos países.
¿De qué ha servido la expansión de una
educación superior que sólo muestra la cantidad pero no calidad? ¿No hubiera
sido una propuesta más honesta con los pobres haberles dado una educación
primaria y secundaria de muy alta calidad pagando bien a los maestros y
profesores y contratando a los mejores de otros países si hubiera sido
necesario? Sin embargo, elevar la calidad de los maestros y profesores, no ha
sido prioridad, siendo que es el recurso fundamental para elevar la calidad del
aprendizaje. Pero sí se ha gastado un montón en repartir “canaimitas”,
computadoras pequeñas, que nadie sabe como arreglarlas cuando se dañan.
El tema de la equidad en el ingreso se
comenzó a plantear en América Latina a mediados de los ochenta, cuando la
región alcanzaba altos porcentajes de matrícula de educación superior. Las
respuestas que surgieron para enfrentar los desequilibrios que produjo el paso
de lo que se llamaba modelo de acceso de élites al modelo de acceso de masas
fueron de dos tipos: a) continuación de la co-extensión entre la educación
secundaria y la superior, a través de la ampliación y creación de nuevas
instituciones: b) implantación de mecanismos de selección, cuando no era
posible seguir ampliando la infraestructura ni contratar nuevos profesores por
límites en el financiamiento.
A comienzos de los noventa Cuba organizó
en la Habana la primera reunión regional sobre ese tema. Pocos países de la
región tenían programas de selección, bien a nivel nacional y/o institucional.
La discusión se daba en términos de los efectos de una selección explícita que
derivaba de estos programas; y los efectos de una selección implícita, que
derivaban de los que tenían ingreso irrestricto. En ambos casos, los grupos
sociales menos favorecidos salían perdiendo. Lo obvio que se debía hacer era:
mejorar los niveles de educación primaria y media, de manera que todos los
grupos sociales estuvieran en las mismas condiciones a la hora de acceder a la
educación superior. En este sentido, Cuba era el país mejor posicionado pues
para ellos la calidad estaba garantizada en los programas educativos anteriores
a la universidad. De hecho, los cubanos implantaron examen de selección para
escoger los mejores talentos en las carreras y los programas más complejos.
También decidieron dejar acceso abierto para la educación superior más general,
pero se dieron cuenta que dar educación sin resultados era un gasto que debían
sopesar en un contexto de bajos recursos financieros.
Lo que quedó claro en la reunión de La
Habana es la fuerza de la articulación vertical que se produce entre la
educación superior y los otros niveles, articulación de la que no puede
zafarse; y en definitiva donde se forman las exclusiones (de manera explícita
en el caso de la selección, y de manera oculta en el caso del ingreso
irrestricto) era justamente en los niveles anteriores de esa articulación. En
este sentido, las clases bajas sufren procesos de exclusión y de autodeserción
cuando: no pueden seguir estudiando por motivos económicos, o cuando no asisten
a instituciones de buena calidad en los niveles anteriores a la universidad. El
asistir a instituciones de baja calidad, con aprendizajes identificados con
procesos de “acumulación de carencias” y, por lo tanto, con capital escolar
escaso, hace perder autoestima, se produce autodeserción, y se desarrolla poca
capacidad para obtener provecho del conocimiento de mayor nivel.
En Venezuela, de acuerdo con datos que
el gobierno envía a Unesco, superamos lo que se conocía como “acceso de masas”
y hemos entrado en lo que se conoce como “universalización” de la educación
superior, es decir, tasas de matrícula mayores a 80%. Ahora bien, paradójicamente
en este país, el modelo de universalización del nivel superior coexiste con
baja calidad de la educación en los niveles básico y medio. O sea, que
Venezuela no ha logrado que la articulación entre universidad y niveles
anteriores logre superar los desequilibrios en cuanto a la equidad y, por
tanto, lo quieren lograr a través de medidas impositivas.
Todo esto para decir que las políticas
públicas de educación en Venezuela no parecen haber sido pensadas para que la
población avance en un conocimiento que los haga libres y soberanos. Todo lo
contrario, pareciera que las decisiones de política pública en educación han
estado pensadas con el único propósito de masificar una ideología que conviene
al proyecto de largo plazo que tienen los líderes de esta revolución.
Unos han interpretado la nueva política
de ingreso como el “Dakazo” académico, dakazo en el sentido del regalo de
electrodomésticos que el gobierno repartió para ganar las elecciones
presidenciales del 2013. Otros lo interpretan, y esto es más preocupante, como
un caballo de Troya, pues con esa nueva política de ingreso en manos del
gobierno, estarían entrando cuadros vinculados con su ideología, de manera de
poder soterrar las bases de las instituciones autónomas, una vez estén dentro,
cosa que no han podido hacer hasta ahora por ningún medio, pues Venezuela está
entre los pocos países del mundo donde la autonomía universitaria está
protegida por la Constitución.
Resulta lamentable que Venezuela,
habiendo gastado bastante recursos en educación (de acuerdo a los datos de
financiamiento que se envían a la Unesco) no haya logrado instituciones de alta
calidad en los niveles de primaria y media. Con instituciones de calidad en
estos niveles la población de cualquier grupo social hubiera podido acceder con
legitimidad y orgullo personal, en las mismas condiciones a las universidades
donde la selección es requisito indispensable. Los más talentosos hubieran
podido acceder con la preparación y con la pasión por el conocimiento que
ameritan las carreras y posgrados más complejos. No como una dádiva sino como
una recompensa a los que se esforzaron y tienen los méritos, cualquiera fuera
su ideología. Esto también vale para las universidades que todavía tienen cupos
especiales para los hijos de su personal. La autoestima y el orgullo de lo
logrado por sí mismo fortalece la dignidad. No se puede hablar de dignidad de
un pueblo si el Gobierno no cuenta con ciudadanos dignos, y la dignidad se
forma con el esfuerzo propio y no con regalos que estimulan facilísimo y
sometimiento. Venezuela necesita gente digna, preparada, crítica, solidaria,
respetuosa de todas las formas de pensamiento. Solo así Venezuela podrá aspirar
a un desarrollo productivo, con equidad y con libertad.

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