Luis Manuel Esculpí 13 de julio de 2015
Recientemente he participado de
diferentes conversaciones, tertulias y peñas donde ha sido tema preferente el
de las posibilidades de la alternativa democrática el próximo 6 de diciembre.
Las redes sociales, como es natural, también se han hecho eco de diversas inquietudes
en el mismo sentido.
Ese ha sido el tema de la agenda.Me ha
llamado particularmente la atención la diversidad y el contraste de opiniones.
Que oscilan desde el optimismo que raya en el triunfalismo, hasta el pesimismo
próximo al abstencionismo. Hay quienes estiman que la viabilidad de apertura
para el cambio solo es posible alcanzando la mayoría calificada de dos tercios,
hasta quienes insisten en el manido argumento del fraude electrónico. También
quienes estiman que la oposición no tiene prácticamente méritos propios y la
actual situación solo se debe a los desaciertos del gobierno. No faltando en
mayor o menor grado las críticas a la Mesa de la Unidad.
Se ha repetido insistentemente -con toda
razón- que en las elecciones a realizarse este año, la oposición está en la
mejor situación con la que se ha encontrado a lo largo de estos tres
quinquenios. Es cierto que el desprestigio del gobierno, su ineptitud e
incapacidad manifiesta, la incompetencia para hacer frente a la más grave
crisis de la historia contemporánea y a los ingentes problemas del país, han
contribuido -no en poca medida- ha conformar un cuadro absolutamente
desfavorable al oficialismo; tal como lo reflejan todas las investigaciones de
opinión. No seria justo tampoco desestimar los esfuerzos realizados por las
fuerzas democráticas en todo este tiempo.
Las condiciones de desequilibrio con las
cuales se enfrenta al régimen, el uso sin el menor recato de los recursos del
estado, el de todos los poderes públicos, el cerco mediático, el accionar
ventajoso, inicuo, descarado y grosero, la persecución política y la represión
constituyen significativos obstáculos que ha habido que superar para
constituirse hoy por hoy en una real opción de cambio.
Alcanzar el máximo de unidad posible, en
medio de la diferencia y la diversidad no es un logro insignificante, por el
contrario es una expresión significativa de inteligencia y madurez política.
Presentar candidaturas, estrategia y campaña unitaria, comandos y tarjeta única
constituyen indubitablemente elocuentes y aleccionadores logros. Todo ello sin
pretender negar que hay elementos importantes susceptibles de crítica en el
comportamiento de la unidad opositora, eso es una cosa y otra es en la praxis
negar la necesidad de su existencia. Es evidente que ningún liderazgo u
organización por si solo puede adelantar la imperiosa y fundamental tarea de
abrir cauces el cambio político.
El rechazo al gobierno que se refleja en
todas las encuestas tendrá necesariamente una influencia, en muchos casos decisiva,
en los resultados de las parlamentarias; ahora bien, hay una particularidad en
este proceso que no debe ser subestimada: la mayoría de los diputados a elegir
(más de cien) serán por circuitos que integran diferentes municipios y
parroquias. Donde las realidades locales tendrán fuerte incidencia que hay que
tomar en cuenta como: la existencia de liderazgo reales, el abuso de poder de
Gobernadores y Alcaldes para citar solo dos.
Al lado de la campaña
"paragua" que se realizará a nivel nacional cobra especial
importancia la de cada circuito acorde con su propia realidad y donde los
candidatos cumplirán el rol preponderante. Obtener una mayoría holgada en la
próxima Asamblea Nacional en cuanto al número de diputados dependerá
fundamentalmente de triunfar en esas circunscripciones electorales.
De tal manera que si bien todos los
estudios y análisis coinciden en la enorme posibilidad de una victoria
opositora, no hay que confiarse, como diría mi abuela " no dormirse en los
laureles"; mas cuando es harto conocido que la acción fraudulenta está en
las ventajas, arbitrariedades e ilegalidades de la campaña. En el propio acto
electoral el fraude no se comete a través de manipular complejos mecanismos
cibernéticos e informáticos, sino votando burdamente por electores ausentes
donde no haya presencia de representantes de la unidad democrática.
Estamos frente a la posibilidad real de
obtener un triunfo holgado -no solo en votación- sino en la mayoría de
representantes en la Asamblea Nacional, convertir esa posibilidad en realidad
es el cometido a asumir. Lo trascendental de tal opción exige emplearse a fondo
para conquistarla.
A medida que se aproxima la fecha de los
comicios aumenta la voluntad de participar y disminuye la tentación
abstencionista en el campo opositor, lo que redunda en ampliar nuestras
potencialidades, pero la misión hay que cumplirla, expresada con el lugar común
"el mandado no está hecho".
Como resulta evidente una victoria con
anchura modificaría sustancialmente el panorama político e iniciaría el proceso
de cambios, la ruta constitucional, democrática y electoral recibiría un
importante envión. Las vías se despejarían para propiciar alternativas de
superación del caos actual


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