NESTOR MORA 08 de julio de 2015
La sociedad líquida y postmoderna en la
que vivimos, nos ha enseñado que todo lo que se presenta como absoluto o
invariable, es un peligro para nuestra libertad. A la doctrina se la concibe
como monolítica e inhumana, ya que impide que todo cambie al gusto de los que
mandan en cada momento. La doctrina es el fundamento sobre el que construimos
nuestra vida y por ello, nos da libertad para poder edificar según la Voluntad
de Dios. No basta conocerla, sino que es necesario vivirla.
Tampoco nos gusta que nuestros hermanos
señalen nuestros errores y les echamos de nuestro lado con un agrío: “¡no
juzgues!”, como sí la caridad no tuviera mucho que ver con el compromiso de
ayudarnos y sostenernos mutuamente.
San Agustín nos habla de estas dos
cuestiones en una frase muy adecuada para desenmascarar nuestras zonas de
confort espiritual:
En los problemas que atañen a nuestra
vida y costumbres, no basta [conocer] la doctrina, sino que es necesaria
también la exhortación [caritativa del hermano] San Agustin (Bondad de la
viudez 1,2).
Nuestros hermanos, si tienen verdadero
sentido fraterno, nos señalarán con caridad nuestros errores. Ellos son los que
mejor pueden darse cuenta de nuestros errores, que son idénticos a los suyos.
Todos somos humanos y compartimos la misma naturaleza limitada y herida.
La doctrina nos ofrece el primer soplo
de la Voluntad de Dios. Soplo que podemos ignorar u ocultar cuando no nos
interesa o nos pone en cuestión. Por eso el conocimiento de la doctrina no es
suficiente, aunque es imprescindible. Necesitamos a nuestros hermanos para que
nos ayuden a caminar por el camino, sólido, que nos lleva hasta el Señor.
Bendigamos a quien nos señala el error cometido. Es alguien que nos quiere
bien.

No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico