Trino Márquez 09 de julio de 2015
Atenas, al comparársele con el resto de
las capitales europeas, es una ciudad con pocos atractivos. Sin embargo, cuenta
con la deslumbrante Acrópolis, y en medio de esta, el Partenón, una de las
construcciones más espectaculares del planeta. Esperar el atardecer en las
faldas de la colina y ver cómo van encendiéndose las luces que iluminan la
imponente edificación constituye una experiencia estremecedora. Es lícito soñar
que de repente aparecerán caminando Platón, Aristóteles, Sócrates o Fidias, uno
de los escultores de manos mágicas que esculpió los frisos del templo dedicado
a la diosa Palas Atenea.
En la misma zona cultural se encuentra el
Museo de la Acrópolis donde se hallan algunas de las maravillas del arte
helénico y numerosas piezas talladas que lograron preservarse del Partenón.
Sorprende que hace más de 2.500 años, cuando el resto de Europa no había salido
de la Edad de Piedra, los griegos clásicos hubiesen sido capaces de idear y
fabricar esos portentos. Viendo estas obras, o las que se encuentran en el
Museo Arqueológico Nacional, se entiende por qué puede hablarse del Milagro
Griego, sin que exista el menor asomo de exageración.
Las causas que condujeron la decadencia de la
civilización helénica han sido ampliamente debatidas por los historiadores. Las
hipótesis son variadas. No viene a cuento examinarlas. Me interesa solo
destacar que los griegos de la actualidad aún viven de ese pasado remoto y
extraordinario. Grecia es una nación que recibe millones de turistas anualmente
que van a admirar las maravillas que construyeron los lejanos antepasados, y
que quieren escuchar o leer las metáforas de la Mitología Griega en la propia
tierra donde tanta y rica imaginación se desplegó. Esos visitantes dejan miles de millones de
divisas en los hoteles, restaurantes y museos.
Sobre la industria del turismo, en primer
lugar, y de los astilleros y de los productores de aceite de oliva, los
gobernantes quisieron montar un Estado que no era de bienestar, sino populista
y demagógico, que no son términos equivalentes. Estado de Bienestar el que se
construyó en Alemania a partir de Bismark, a finales del siglo XIX; o en
Inglaterra, luego de la Segunda Guerra Mundial a raíz de los informes de
William Beveridge. Estos Estados benefactores han podido levantarse y mantenerse,
sobre todo el alemán, porque el Estado propicia el desarrollo de economías
altamente eficientes, competitivas e innovadoras, capaces de generar excedentes
que, transmutados en impuestos, retornan a la sociedad convertidos en
beneficios para todos sus habitantes. Trabajo, disciplina, ascetismo son
valores que se proyectan desde las altas esferas del poder porque la gente lo
exige. En Alemania la austeridad y el control del gasto público han sido una
norma inapelable tanto en gobiernos socialdemócratas como socialcristianos. El
derroche quedó proscrito. El castigo de los votantes resulta despiadado.
En el otro extremo se encuentra Grecia,
convertida desde hace muchos años en el paraíso del populismo. Del reparto sin
que se genere la riqueza para alimentarlo. Syriza, el partido de la izquierda
demagógica, que levanta las banderas contra los programas de ajuste
neoliberales, y su líder, el carismático e irresponsable Alexis Tsipras,
llevaron el populismo a la cima de la indolencia. Jubilaciones a los 55 años de
edad para los varones, déficit fiscal superior a 13% del PIB, cuando la Unión
Europea establece como regla que sea menor de 3%, un sector público
innecesariamente extenso, regulaciones y controles desmedidos, son algunos de
los vicios que han provocado la ruina de los helenos, cuyos gobiernos
contrajeron una deuda superior a los 250 mil millones de euros. Ahora piden un
nuevo rescate por 30 mil millones, que se sumarían a la deuda acumulada. Por
supuesto que el FMI y los gobiernos europeos se resisten a lanzar este nuevo
salvavidas sin contar con las garantías que permitan disciplinar a los díscolos
mandatarios. Los dirigentes europeos no quieren seguir sufragando la insensatez
del gobierno griego, ni los hábitos poco edificantes que el populismo alimentó
en los ciudadanos.
Para salir del foso en el que se encuentran,
que no se remediaría con la salida de la Zona Euro, los griegos tendrán que
entender que el modelo que sus élites políticas deben proponer no puede ser el
del socialismo del siglo XXI, sino el de una democracia estable con una pujante
economía de mercado. No serán Syriza y Tsipras quienes encarnen ese cambio.
Del Partenón y la Acrópolis no pueden seguir
viviendo.

No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico