Trino Márquez 03 de agosto de 2016
@trinomarquezc
El
nombramiento del general Néstor Reverol como ministro del Interior, Justicia y
Paz, en sustitución de otro general, Gustavo González López, evidencia, otra
vez, la entrega de Nicolás Maduro a los militares, su terror ante la
inestabilidad creciente y la posibilidad de la activación del referendo
revocatorio, y la claudicación del PSUV frente al partido de los uniformados.
El
ministerio del Interior representa por excelencia el despacho de los políticos.
Durante el período democrático, la designación del jefe de esa cartera recaía
en un dirigente fundamental del partido gobernante. Una figura con larga
experiencia en el manejo de los asuntos internos del país y con amplias
relaciones con los partidos y los factores de poder de la provincia. Así como
el Canciller se ocupaba de las relaciones internacionales, el ministro del
Interior debía atender los asuntos
domésticos: relaciones con los otros ministros, gobernadores, alcaldes, CTV,
Fedecamaras. Era la mano derecha del Presidente de la República para sofocar y, sobre todo,
atenuar o evitar conflictos interiores que pudiesen alterar el orden.
El
ministro del Interior era un operador político. Era visto, en numerosas
oportunidades, como el segundo hombre de abordo, sitial que compartía con el
Presidente del Congreso. Su designación mostraba una señal inequívoca de que
formaba parte de los eventuales
candidatos a la Presidencia de la República. Gonzalo Barrios, Carlos
Andrés Pérez, Pepi Montes de Oca, Octavio Lepage, fueron algunos de los
políticos, posteriormente candidatos o precandidatos, que ocuparon esa cartera.
Esta
tradición fue fracturada por el chavismo madurismo. Los ministros del Interior,
Justicia y Paz, pomposo y largo nombre colocado por los rojos, pasaron a ser
generales activos. ¿Qué tienen que ver los oficiales de alta graduación con las
relaciones interiores del país -siempre tan complejas, sobre todo en un Estado
que se supone federal-, con la justicia y, particularmente, con la paz? ¿No se
supone que los militares están formados y entrenados para la guerra y para
imponer la justicia mediante la disuasión que induce el fusil? Los uniformados no están programados para
persuadir y construir amplios acuerdos nacionales, como corresponde al ministro del Interior, sino
para coaccionar y reprimir. Los militares activos no son aptos para moverse en
el sutil e intrincado mundo de la política. La posesión legítima de las armas
propiedad de la República y los principios de obediencia, verticalidad y
disciplina que orientan su formación, los inhabilita para el ejercicio de la
política activa.
La
nación no les pide a los militares que sean neutrales en el plano teórico, ni
asépticos en la esfera ideológica. Su compromiso tiene que ser con la
Constitución, la defensa de la democracia, el resguardo de la integridad
territorial y la soberanía nacional. El respeto a estos valores esenciales de
la civilización determina que deban estar apartados de la política concreta.
Una de las grandes conquistas civilizatorias consiste en la clara separación de
la institución castrense de la política militante. Ese deslinde categórico
posee la misma importancia que la diferenciación del Estado y la Iglesia, y de
esta con respecto a la educación. La demarcación de esas fronteras constituyen
conquistas de la humanidad. En el largo camino hacia la diferencia de roles -a
pesar de que los mandos castrenses deben
atender los criterios políticos diseñados por civiles-, el mundo laico,
el eclesiástico y el militar, mantienen, en las naciones democráticas más
estables y equitativas, su propia e inalienable esfera de actuación.
Desde
la llegada de Chávez a Miraflores, el caudillo instrumentó una estrategia
dirigida a militarizar el Estado y la política. Esta línea ha sido profundizada
por el inseguro de su heredero. Su miedo
atávico lo lleva a creer que colocándose bajo la custodia de la bota
militar evitará la realización del revocatorio y podrá navegar hasta 2018 e,
incluso, garantizar que él, o uno de su camarilla, preservará el poder más allá
de la fecha en la que tienen que realizarse las elecciones presidenciales. Esa
línea ha pervertido la misión de las Fuerzas Armadas y degradado a sus integrantes
hasta colocarlos en un plano subalterno. Los verdeoliva son políticos sin
historia y sin credenciales, reminiscencias de la Venezuela caudillista, rural
y atrasada del siglo XIX.
En la
dimensión política, los militares son incordios. Pierde la política y pierde la
institución armada En vez de revaluarse, se degradan. Maduro los sacó de donde
el país los necesita y valora, colocándolos en el lugar que la nación los
desprecia.
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